Feminismos

Redes para contener el vértigo ante el colapso

El VIII Congreso de Economía Feminista, centrado en la economía digital, sirvió de repaso de las crisis superpuestas que enfrentamos y permitió plantear alternativas sin caer en el solucionismo tecnológico. Un artículo de María Sanz para Píkara Magazine.

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Fuente: María Sanz

Artículo de María Sanz para Píkara Magazine

La tecnología no nos salvará. Esta idea se repitió varias veces y en varias voces a lo largo del VIII Congreso de Economía Feminista, que se celebró en Barcelona entre el 16 y el 18 de marzo, y que estuvo centrado en la economía digital feminista. Frente al solucionismo tecnológico y las etéreas promesas de metaversos e innovaciones, el encuentro sirvió para plantear críticas punzantes al sistema en el que se desarrollan la mayor parte de estas tecnologías y desmitificarlas como herramientas capaces de resolver las crisis simultáneas que enfrentamos.

La tecnología no nos salvará del colpaso climático si para ensamblarla se profundiza en el extractivismo y la destrucción de ecosistemas. Si para producir aparatos electrónicos se explotan los recursos naturales de países del sur global, como sucede con el litio en Chile, Argentina y Bolivia (Flora Patenio).

O si los territorios rurales de países del norte global quedan despoblados para ser pasto de macrogranjas, fotovoltaicas y parques eólicos desplegados sin permiso ni consulta a las habitantes (Yayo Herrero).

O si la transición ecológica, las energías renovables, la automoción eléctrica y las promesas de un futuro más verde descansan sobre la extracción de minerales concebidos como mercancías y sobre la conversión de territorios enteros en zonas de sacrificio (Yayo Herrero).

O si la explosión del streaming a la que llevó la pandemia y la fiebre por la digitalización siguen consumiendo enormes cantidades de recursos como agua o combustible bajo el pretexto de abolir las distancias (Álex Hache).

O si los responsables de grandes corporaciones tecnológicas como Elon Musk están vinculados con el genocidio y la explotación de comunidades indígenas en países como Brasil (Joana Varon).

La tecnología no nos salvará de las sucesivas crisis económicas si las plataformas digitales acrecientan la hiperexplotación capitalista y patriarcal, pulverizan los derechos laborales y se adueñan de áreas feminizadas como los trabajos de cuidados para instalar en ellas las lógicas productivas de las corporaciones (Flora Partenio).

La tecnología no nos salvará de las injustas leyes de extranjería si se pone al servicio del control migratorio, con aplicaciones de rastreo, reconocimiento y espionaje encajadas en sesgos racistas y una digitalización de los procesos de arraigo que excluye personas en lugar de agilizar trámites (Paula Guerra Cáceres).

O si los algoritmos penalizan a las personas racializadas, los cuestionarios para acceder a ayudas básicas imponen barreras y la excusa de la lucha contra el terrorismo blinda aún más las fronteras fortificadas con nuevos aparatos de control (Paula Guerra Cáceres).

O si las economistas feministas olvidan que los cuerpos que sostienen la vida a través del trabajo del hogar, el trabajo en el campo y los trabajos de cuidados (mal) remunerados son cuerpos migrantes y racializados en condiciones de explotación o de semiesclavitud (intervenciones desde el público).

La tecnología no nos salvará de los discursos de odio si las redes sociales se convierten en el canal por el que se organizan y expresan violencias y las llamadas inteligencias artificiales están entrenadas con sesgos racistas, machistas y clasistas (Sasha Costanza Chock).

Entonces, ¿qué nos salvará?

Entre las críticas y el vértigo que produce el verse al borde del colapso, el congreso también sirvió para visibilizar algunas experiencias que permiten imaginar alternativas desde la economía feminista.

En lo teórico, lo irónico y lo onírico tuvieron espacio la narración profética y utópica que desplegó Alex Hache sobre un mañana probable o las cartas del oráculo para futuros transfeministas al que consultó Sasha Costanza Chock.

En la práctica, diferentes proyectos demostraron que las alternativas existen y no son una utopía (Marta Music). Una cooperativa de trabajo textil para mujeres trans en Argentina, un sindicato de trabajadoras sexuales, una plataforma de mensajería que defiende los derechos de las y los riders o una red de espacios de refugio para mujeres usuarias de drogas fueron algunos de los ejemplos presentados por redes internacionales como AWID o por proyectos locales como Mensakas.

Y en lo más concreto, una práctica sencilla que remite a nuestras abuelas, las del pueblo o las del barrio, las que sacan la silla a la puerta de casa y se reúnen en círculo para explicarse cómo están. Aquí se le llamó “politización del malestar” (Astrid Agenjo-CalderónLucía del Moral Espín, Lucía Gómez Sánchez Amaia Pérez Orozco) pero el término habla de algo cotidiano: tomarnos un momento, en silencio, para preguntarnos qué nos duele. Y qué hacemos para resolverlo. ¿Cómo nos contenemos? ¿Cómo nos sostenemos? ¿Lo hacemos desde lo individual? ¿Son procesos colectivos?

Y después, abrir el círculo y compartirse. Reconocer el síntoma, el malestar, la náusea. Notar que son dolores comunes, repetidos, sistémicos. Asentir cuando nos identificamos con la palabra de la otra. Entender la vulnerabilidad no como un concepto, sino como una práctica encarnada. Escuchar y dar valor a lo que nos cuesta expresar. Escapar de los discursos que tienden a la patologizar nuestros malestares o hacernos pensar que son individuales, nuestra propia responsabilidad. Comprender el conflicto entre el capital y la vida, y salir de las lógicas productivistas que hemos naturalizado hasta la culpa.

Y, desde ahí, ensayar nuevas formas de salvarnos, juntas.

(Los nombres entre paréntesis reconocen las aportaciones de personas que participaron de diferentes espacios a lo largo del congreso).

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