El «factor c»: la fuerza de la solidaridad en la economía

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Entrevista a Luis Razeto Migliaro., Investigador del Programa de Economía del Trabajo y Director de la Escuela de Economía de la Universidad Bolivariana, ha escrito varios libros sobre la Economía de Solidaridad.
En la siguiente entrevista, él nos habla sobre los orígenes, sentido y perspectivas de la economía de solidaridad.

¿Podrías decirnos cuando nace la economía de solidaridad? ¿De dónde viene? ¿Quién empezó con esto?
Muy buena tu pregunta. En realidad, de la «economía de solidaridad» se está hablando desde hace pocos años; pero si nos ponemos a buscar las primeras manifestaciones de lo que hoy entendemos como economía de solidaridad, tendremos que retroceder probablemente hasta los comienzos de la historia. Desde siempre ha habido personas que trabajan juntas para producir lo que necesitan, que comparten bienes y servicios para satisfacer sus necesidades comunes, que colaboran unos con otros para desarrollar sus comunidades locales. Siempre han existido formas de consumo comunitario, y siempre los hombres se han asociado para realizar empresas que les interesan y que gestionan grupalmente.
¿Quieres decir que la economía ha sido siempre solidaria?

No exactamente. En la historia ha habido múltiples formas de organización económica; pero tal vez la primera de todas haya sido una que podamos reconocer como solidaria. Y a lo largo de la evolución de la sociedad y hasta nuestros días, en los diferentes sistemas económicos, aún en los más individualistas o autoritarios, ha habido alguna expresión de economía solidaria, que ha coexistido con otras maneras de organizarla.
Pero entonces ¿qué es lo nuevo de la economía de solidaridad?

Saber que la economía de solidaridad viene de muy antiguo tal vez no sea completamente del agrado de quienes gustan de lo nuevo y aspiran a la originalidad. Pero es importante darse cuenta de que es así, porque reconocer que siempre ha existido nos garantiza del carácter profundamente humano, e incluso natural, de la economía de solidaridad. En todo caso, nos lleva a la indiscutible conclusión de que la economía de solidaridad es posible, y que no es una mera utopía como tienden a creer algunos escépticos. Ahora, lo nuevo, nuevísimo, es la expresión «economía de solidaridad». He rastreado en la literatura económica, social y religiosa buscando la fusión de las palabras economía y solidaridad en una sola expresión, sin encontrarla hasta 1980 en que empezamos a utilizarla. Por cierto, hay otras expresiones que se han utilizado para referirse a manifestaciones de la misma realidad: economía cooperativa, economía comunitaria y de comunidades, economía social y autogestionada, economía humana, civilización y sociedad solidaria, economía de las donaciones, etc. Pero «economía de solidaridad» o «economía solidaria», expresión que alguien llegó a considerar tan extraña como la de «física sentimental» o «sociología amorosa», es un concepto cuya difusión, bastante rápida por lo demás, es reciente.
¿Y esto a qué se debe? ¿Por qué economía de solidaridad, si siempre ha existido, es una expresión extraña?

Es que en la época moderna, época en que se desarrolla la ciencia de la economía, la economía y la solidaridad parecieran excluirse. En nuestra época se ha difundido la convicción de que la economía requiere comportamientos utilitaristas, maximizadores de la propia ganancia, competitivos y conflictuales. Cuando se habla de cooperación se alude solamente a la necesaria integración de funciones y a la operación combinada de factores económicos tras el logro de la utilidad empresarial. A su vez, el discurso sobre la solidaridad pareciera refractario a la economía, de la cual se desconfía y de la que no se espera la integración comunitaria y social, reservada más bien a la actividad política y de promoción social.
¿Cuándo surgió la idea de economía solidaria? ¿De dónde viene el concepto?

Es interesante conocer el origen de la «economía solidaria o de solidaridad», porque es uno de los pocos conceptos que llegan a formar parte de una ciencia, y que se incorpora a la enseñanza social de la Iglesia, habiendo nacido del mundo popular, en nuestro país. Yo no había escuchado nunca esta expresión hasta 1981, y después he rastreado en la literatura económica y social anterior, sin encontrarla en ningún texto. Fue en un encuentro de reflexión e intercambio de experiencias entre diferentes organizaciones y grupos que desarrollaban iniciativas económicas para hacer frente a la subsistencia, en un contexto de aguda crisis económica, política y social. Habíamos organizado el encuentro en el marco de una investigación del PET (Programa de Economía del Trabajo), que se proponía sistematizar las múltiples y heterogéneas experiencias de organización y apoyo que desde 1974 se desplegaban en las poblaciones más pobres y más fuertemente afectadas por la crisis económica y política. Había allí organizaciones que se habían dado diferentes nombres: «talleres solidarios», «ollas comunes», «comedores populares», «comprando juntos», «centros de servicio a la comunidad», «instituciones de apoyo y servicio», etc. La pregunta que motivaba la conversación trataba de identificar lo que tan variadas experiencias tenían en común. Algunas personas hablaban de «organizaciones de subsistencia» y otras de «organizaciones solidarias». Unos, enfatizando la problemática de la subsistencia que motivaba el surgimiento de las iniciativas, ponían el acento en la dimensión económica de la organización y actividad que realizaban; otros, poniendo el acento en las relaciones y valores sociales de los grupos que protagonizaban las experiencias y en los apoyos que recibían, enfatizaban la solidaridad como el elemento más distintivo que compartían las organizaciones presentes. Necesitábamos encontrar un nombre, una denominación común que permitiera referirse a esas tan variadas experiencias y reconocerlas socialmente en su identidad, valor y dignidad. Se proponían dos expresiones para hacerlo: «organizaciones populares solidarias» y «organizaciones económicas populares». En el debate, precisamos la validez de ambas nociones, distinguiendo lo que esas organizaciones hacían (realizaban actividades económicas, hacían economía), y el modo o el cómo lo hacían (con solidaridad, de manera solidaria). Eran organizaciones económicas populares; hacían economía solidaria o de solidaridad. Desde aquella reunión con los protagonistas de las experiencias en que apareció por primera vez la expresión «economía de solidaridad», me interesé por identificar exactamente en qué podría consistir ese modo especial de hacer economía.
¿Cuál es ese modo? ¿Cómo puede definirse la economía solidaria?

Lo esencial de la economía solidaria lo descubrimos en el contacto con esas experiencias de economía popular. Quería entender lo siguiente: ¿Cómo es que esos grupos tan pobres lograban «hacer economía» y obtener beneficios reales y concretos, operando con recursos tan escasos y técnicamente irrelevantes? En efecto, los recursos y factores económicos que utilizaban, y con los cuales lograban producir y entrar de algún modo en el mercado, eran los que el mercado, las empresas y la economía en general, habían descartado por ineficientes, improductivos y obsoletos. La fuerza de trabajo era la de los desocupados, sean trabajadores cesantes, dueñas de casa sin experiencia de empleo formal ni capacitación laboral, personas maduras e incluso ancianos que no formaban parte de la fuerza de trabajo ni de la población económicamente activa; personas, en general, que por su baja productividad no encontraban ocupación en las empresas ni lograban integrarse al mercado del trabajo. Medios materiales de producción económicamente insignificantes: herramientas rudimentarias, en el mejor de los casos maquinaria obsoleta y desechada por las empresas, materias primas de descarte, sin valor económico y a menudo recogida de desechos, y en todo caso de baja calidad y precio. Nulo capital propio y ningún acceso al crédito. Tecnologías rudimentarias: un saber hacer fragmentario, atrasado, al que en gran parte de los casos no podría atribuirse siquiera las características de lo artesanal. Una capacidad de gestión apenas intuitiva, inexperta, sin capacitación ni experiencia anterior en el manejo y administración de actividades económicas. En fin, recursos y factores de los que ningún empresario privado o público esperaría alguna productividad suficiente como para aceptarlos, ni siquiera para darles una utilización subordinada en las empresas y actividades económicas orientadas hacia el mercado. Sin embargo, con éso las organizaciones y grupos hacían economía: producían y se generaban ingresos para satisfacer sus necesidades más acuciantes. Fue tratando de entender lo incomprensible para la teoría y el análisis económico, que empecé a descubrir lo que es la economía de solidaridad. Descubrí algo en verdad sorprendente: todos y cada uno de esos recursos de tan baja productividad, se potenciaban extraordinariamente por la fuerza de la solidaridad. Las personas se ayudaban en el trabajo y crecía su productividad; compartían informaciones y el saber fragmentado se integraba, desarrollándose un «saber hacer» o tecnología eficiente; las personas participaban en la toma de decisiones y la gestión se perfeccionaba; todos hacían aportes de medios materiales y pequeñas cuotas de dinero, y se constituía un pequeño capital productivo; el grupo celebraba el trabajo y cada pequeño logro o avance, y la unidad y alegría del grupo les permitía sortear las situaciones más difíciles. En verdad, la solidaridad era la gran fuerza que convertía en viables y eficientes unas experiencias productivas y comerciales que si se analizaban con las categorías de la economía convencional no tenían ningún destino.
Entonces ¿la economía de solidaridad es necesariamente una economía de los pobres?

No, en absoluto. La economía de aquellos grupos pobres, enseña algo a la economía en general, que pueden desarrollar todas las empresas y las economías a nivel global. Lo que enseñan es que la solidaridad es una fuerza económica, un factor de alta eficiencia y productividad. Nosotros formalizamos esta noción, acuñando el concepto del «Factor C». Es un nuevo factor que integrar a los modelos y análisis económicos, junto al trabajo, el capital, la tecnología, etc. Si en cualquier empresa, hasta en las más grandes y modernas, se pusiera o incrementara la solidaridad, con seguridad sería más productiva y eficiente. Si en el mercado hubiera más solidaridad, el mercado sería más perfecto y funcionaría de mejor manera. Si en las políticas públicas y en las decisiones económicas del estado hubiera mayores dosis de solidaridad, esas políticas serían mejores y sus resultados más eficientes. Esa es la fuerza del «factor C».
¿Por qué ese nombre: Factor C?

Simplemente porque con la letra C comienzan muchas palabras que lo identifican: compañerismo, comunidad, cooperación, colaboración, comunión, coordinación y otras. Hace años, en Venezuela, yo explicaba el «factor C» en una comunidad de trabajo, y un hombre ya anciano y de larga trayectoria de acción social me dijo: «A ese factor c yo le pondría una C mayúscula, porque para mí es el factor Cristo». Y así quedó, con mayúscula.
¿Dónde podemos conocer más de todo esto, y profundizar en la economía de solidaridad?

¿Conocer? Pues, mirando la realidad con los ojos abiertos, descubriendo la presencia activa y la fuerza de la solidaridad, operando, en mayor o menor medida, un poco en todas partes. Y al que quiera profundizar en la teoría y el análisis, puede encontrar bastante, para empezar, en mi libro «Los Caminos de la Economía de Solidaridad».
Fuente: NETICOOP – Un espacio coooperativo en la red
Extraída de Campus Virtual de Economía Solidaria
Si quieres profundizar en el FACTOR C, ver el archivo adjunto