Finanzas Éticas

Brasil-Banco Central reconoce a 51 monedas sociales

En la pared de la carnicería, justo arriba de los adhesivos de MasterCard y Visa, se puede leer: Se acepta Sampaio. No se trata de una nueva bandera de tarjeta de crédito. Es sólo el nombre de la moneda social que circula en el barrio Jardim Maria Sampaio, en los suburbios de São Paulo. «No […]

5 febrero 2010

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En la pared de la carnicería, justo arriba de los adhesivos de MasterCard y Visa, se puede leer: Se acepta Sampaio. No se trata de una nueva bandera de tarjeta de crédito. Es sólo el nombre de la moneda social que circula en el barrio Jardim Maria Sampaio, en los suburbios de São Paulo. «No precisamos pagar ninguna tasa y además ayudamos a desarrollar la economia de la región», se enorgullece Silvestre Rodrigues de Oliveira, dueño del establecimiento y viviendo en el barrio desde hace casi 40 años.

[Fernando Travaglini, de São Paulo] La carnicería de Silvestre, la tienda de materiales de construcción Más allá, el mercadito de Cícero, la tienda de ropa de Adelia, el kiosco de frutas y dulces de Seu José y el barcito Salgados 0,50 – donde todo cuesta cincuenta centavos, evidentemente, – son algunos de los más de 20 establecimientos que ya aceptan la moneda.
Con algo más de seis meses de vida, el Sampaio, que estampa en el frente figuras como el educador Paulo Freire y la líder comunitaria local Dandara, es emitido por el banco comunitario União Sampaio, creado por los habitantes de la comunidad con la ayuda de organizaciones no gobernamentales.

El barrio es pobre y estimativas señalan que un tercio de la población de esta región, perteneciente a la submunicipalidad de Campo Limpo, sudoeste de São Paulo, vive en favelas. Silvestre tiene una vida un poco más confortable. Se mudó para allá con el padre a los nueve años de edad para trabajar en una fábrica de ladrillos – donde hoy funciona la escuela. A los 12 empezó en una carnicería y a los 14 se transformó en el proprietario. Trabaja solo desde la muerte del padre. «Para contratar a un empleado tendria un costo de más de R$ 1 mil por mes y no saco en limpio eso en la carnicería», dice.

Él es quien más recibe el Sampaio. No es mucho. Más o menos R$ 200 por semana. Pero el establecimiento es una especie de destino final de los billetes. Los comerciantes reciben el dinero en sus negocios y lo usan para las compras en la panadería, en el mercadito, en la farmacia o en los otros establecimientos del barrio que aceptan la moneda. «El dinero queda circulando, pero al final todos vienen a comprar carne aqui conmigo. Y entonces uso el dinero para pagar mis facturas en el propio banco», cuenta Silvestre.

Consigue pagar sus cuentas porque el União Sampaio funciona también como una estafeta bancaria del Banco do Brasil y es la única agencia de los alrededores – la más cercana queda en el barrio vecino, Campo Limpo. Las similaridades con un banco tradicional, sin embargo, terminan ahí.

El ciclo de la moneda social, por ejemplo, empieza siempre con un préstamo para habitantes de la región, entre 200 y 300 sampaios, realizado a cero interés, algo inpensable en el sistema financiero tradicional – hay una tasa de administración fija del 1%. Cuando el habitante paga la deuda, ya en reales, un nuevo préstamo es realizado, siempre manteniéndose el mismo respaldo, de R$ 2 mil – como no hay depósitos en efectivo, no existe la figura del multiplicador bancario, que caracteriza a los bancos comerciales.

La apariencia tampoco es la de un banco común. No hay puertas giratorias, ni un agente de seguridad armado. En una pequeña sala de algo más de 6 metros cuadrados, en los fondos de la ONG União Popular de Mujeres, funciona la sede y la única agencia de União Sampaio. A la derecha, un mostrador, con la maquinita lectora de tarjetas que funciona como la caja del banco. En el comando, Edmílson do Nascimento. «llego a atender 20 personas por dia», dice.

Dentro de la agencia, una mesa para las reuniones del comité de crédito, responsable por la aprobación de los préstamos, y una computadora – llena de software libre – donde está Rafael Orlandi Mesquita, Rafa, especie de gerente. Un enorme mapa de la región – hecho a mano – adorna la pared y resalta los establecimientos que todavía no aceptan la moneda y merecen una visita. Siempre en la calle, Maria do Socorro Silva, la agente de crédito, es responsable por el análisis de los potenciales clientes.

Hoy son 51 instituciones como la União Sampaio repartidas por el país y que mueven más de R$ 1,5 millón, dice Antonio Haroldo Pinheiro Mendonça, de la Secretaria Nacional de Economia Solidaria (SENAES), vinculada al Ministerio de Trabajo y Empleo. La mayoría está en el Nordeste y cada comunidad mantine casi R$ 30 mil en respaldo, dinero este que viene, generalmente, de doaciones. Los billetes sociales son numerados y tienen sistemas de seguridad para evitar falsificaciones.

El número de instituciones avanza, pero el principio no es nada fácil. «En el día de la inauguración, la agencia no estaba lista, porque el albañil se atrasó con la obra. Los billetes también demoraron dos meses en llegar, pero conseguimos inaugurar así igual», cuenta Rebeca Regatieri, de la Incubadora Tecnológica de Cooperativas Populares de la Universidad de São Paulo (USP) y una de las responsables por la implantación del banco junto con Ana Gabriela Moreira Pudenzi y Beatriz Rossi Corrales, también de la USP.

El convenio con la universidad garantizó el apoyo, el entrenamiento y el dinero para las instalaciones y el salario de los tres empleados, Edmílson, Rafa y Socorro. Pero este acuerdo termino a fines del año pssado y los tres están sin cobrar.

Ahora, corren para intentar nuevas asociaciones con organizaciones nacionales e internacionales y también intentan agilizar la concesión de microcrédito, que podría generar una renta para que el banco se torne sustentable. «Este es un proyecto de largo plazo y es necesario de dos a tres años para que un banco comunitario se mantenga solo», estima Rebeca, que está en el último año del curso de economia en la USP.

Un banco comunitario tiene dos fuentes de ingresos. Gana un porcentaje fijo por cada transacción realizada en su agencia, como el pago de cuentas, como cualquier estafeta bancaria del Banco do Brasil. Pero este ingreso es pequeño. El porcentaje mayor debe venir del repase del microcrédito productivo, con intereses entre 2% y 2,5% al mes, de los cuales 1% queda com el Banco do Brasil, 0,5% con el Instituto Palmas – que hace la gestión de los recursos – y el resto con el banco comunitario.

Las dificultades son enormes, pero el escenario empezó a cambiar para los bancos comunitarios. Desde principio de este año comenzaron a ser reconocidos oficialmente por el Banco Central. Henrique Meirelles, presidente de la autoridad monetaria, firmó, el día 4 de enero, un acuerdo de cooperación técnica con el Ministerio de Trabajo y Empleo para el «estudio y acompañamiento» de esas instituciones.

Este parece ser el final feliz de una historia antigua, en que la relación con el gobierno no fue siempre tan amiable. El primer capítulo fue en los años 90, en Fortaleza. Mas especificamente en el Conjunto Palmeira, suburbios de la capital cearense. Fue ahí que João Joaquim de Melo Segundo tuvo la idea de armar el primer banco comunitario. El objetivo era conceder microcrédito para los pequeños empreendedores de la comunidad y evitar que la pobreza acabase con las pocas iniciativas del barrio.

La idea fue tan exitosa que el Banco Palmas creció. Creció tanto que años después Joaquim, como es conocido, pensó: «Las personas están prosperando, pero están gastando todo lo que ganan fuera del barrio. Y si creáramos una moneda que sólo circulase en el barrio e incentivase el consumo en la región, para que la riqueza pudiera quedarse en la comunidad».

Así surgió el Palmas, la primera moneda social de Brasil. «El barrio es pobre no porque no hay dinero, sino porque lo pierde, su ahorro. La moneda social tiene la función de dejar el dinero circulando localmente», dice Joaquim. De hecho, el volumen de compras en la comunidad saltó de R$ 1,5 millón, en 1998, para cerca de R$ 6 millones el año pasado, 4 veces mas.

No tardó para que la iniciativa llamase la atención del Banco Central, que tiene el monopolio de la emisión de moneda y le puso un proceso a Joaquim. Fueron años de batalla hasta que saliera la decisión final: moneda social es una moneda complementaria, así como el boleto de subtes y trenes y los tickets de alimentación. Siempre que tenga respaldo en reales y sea convertible, ella no es ilegal.

En la mejor estrategia «si no puedes vencerlos, únete a ellos», el BC firmó una asociación con el Ministerio de Trabajo, lo que garantizó la legalidad y mantuvo la iniciativa de Joaquim. Hoy una Oscip (organización de la sociedad civil de interés público, nombre técnico de las ONG), el Banco Palmas dió origen al Instituto Palmas, que es responsable por la apertura de la mayoría de los bancos comunitarios existentes en el país, entre ellos el Banco União Sampaio. Es el instituto quien coordena también el repase del microcrédito productivo orientado, desde 2005, en una sociedad con el Banco do Brasil.

Aerton Paiva, socio de la consultora Gestão Origami, especialista en sustentabilidad para empresas, afirma que iniciativas como ésta están presentes en diversos países del mundo y no representam un riesgo al sistema financiero. «No hay riesgo sistémico, porque las monedas tienen respaldo en reales», dice.

Él evalúa que esa abordage es una forma bastante interesante de atender a las poblaciones que no son asistidas por los bancos. «El sistema financiero no es inacesible porque es caro, sino porque no atiende a las necesidades y no tiene productos adecuados para esas clases sociales, dice Paiva.

De hecho, esos bancos consiguen atender a la demanda local. Actuando como estafetas, los bancos comunitarios ofrecen hasta 14 servicios financieros diferentes, como crédito, pago de cuentas, microseguros entre otros. Ofrecen también otros servicios, como bolsa de empleo y entrenamientos para la poblacióno. Pero todavía estas instituciones no ganaron totalmente la confianza de los habitantes y dividen opiniones.

Adelia, por ejemplo, dueña de un almacen en Jardim Maria Sampaio, ofreció algo de resistencia a aceptar la nueva moneda. Sólo fue convencida por la insistencia del marido. Ya Raquel Rosa Gomes, dueña de la Perfumaria Kell, hace hasta campaña para que la moneda gane mas visibilidad. Ella estipuló que los productos comprados con el Sampaio tendrian 5% de descuento en su negocio. «Tenemos que devolver algo de donde sacamos nuestro sustento», dice Raquel.

Jardim Maria Sampaio queda a 20 quilómetros del centro de la capital mai rica del país. Olvidado por los gobernantes, el barrio es el límite de São Paulo con Taboão da Serra, de un lado, y con Embu, del otro. La separación es hecha por el sinuoso y muy inestable arroyo Pirajuçara, que suele inundar las páginas de los diarios al principio de año con noticias de inundaciones. «el piletón no alcanza», dice Edmílson, «mirá como está lleno de basura», señala, desde la subida de la Avenida Augusto Barbosa Tavarez, que concentra al comercio de barrio.»

En Brasil hay también iniciativas que van más allá de los barrios de los suburbios. El Cubo Card, por ejemplo, surgió de una iniciativa del Espaço Cubo, una organización cultural de Cuiabá, Mato Grosso, que promueve festivales de música por el país. El Cubo Card funciona como una especie de moneda para la transacción de productos y servicios que giran en torno de los eventos, incluso hasta de patrocínios y gana cada vez más adeptos.

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