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Economía Social y Solidaria: “La esperanza de otra economía”

Crónica del Seminario de Economía Social y Solidaria en Jibacoa – Cuba En el principio era la economía privada y la economía pública, pero vinieron Eric Leenson, Rafael Betancourt, Pamela Ríos, ANEC, Víctor Viñuales y otros locos, y lanzaron la semilla de un seminario de Economía Social y Solidaria en Jibacoa. Y vieron que era […]

23 septiembre 2013
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Crónica del Seminario de Economía Social y Solidaria en Jibacoa – Cuba

En el principio era la economía privada y la economía pública, pero vinieron Eric Leenson, Rafael Betancourt, Pamela Ríos, ANEC, Víctor Viñuales y otros locos, y lanzaron la semilla de un seminario de Economía Social y Solidaria en Jibacoa. Y vieron que era bueno.

En momentos en los que el mundo tal parece que no es más que la sucesiva y caótica continuación de unas crisis de todo tipo, unas personas se ha reunido para decir que una economía otra no solo es posible, sino que acontece.

Partiendo de las premisas de la responsabilidad social -o la militancia, como apuntara oportunamente Susana Hentzie- y de la idea de que no es necesaria la acumulación de riquezas ni la destrucción de la naturaleza para tener una vida plena, fueron a parar a Jibacoa (aproximadamente 60 kilómetros al este de La Habana) un grupo de locos cuerdos compuesto básicamente por investigadores, profesores universitarios, miembros de organizaciones de cooperación para el desarrollo y personas involucradas en experiencias económicas contrahegemónicas. Vaya, lo que se dice una verdadera arca de Noé económica. Habían sido convocados para el seminario La Economía Social y Solidaria: Enfoques para su inserción en la Economía Internacional, un título largo y rimbombante que a fin de cuentas de lo que habla es de una de las pocas alternativas que tiene el ser humano si quiere seguir viviendo en este planeta.

Invitado por sus organizadores, me colé como buen polizón; por mucho el más joven y por mucho el más ignorante pero tengo el defecto incurable de no saber negarme cuando me invitan a formar parte de una empresa que sospecho tiene algo de bondad. Me monté en el ómnibus sin tener demasiado claro que era todo aquello, teniendo como única referencia un artículo que descargué de internet unos días antes y que leí apresuradamente mientras llegábamos al lugar.

En Jibacoa nos recibió un aguacero que nunca se fue del todo. Estábamos en Villa Trópico, una instalación que recordaba haber mirado con envidia en mis tiempos de campista adolescente que se encaramaba en la loma de Jibacoa. Nos engancharon una manilla, nos dieron una credencial y nos recomendaron correr a las habitaciones antes que comenzara la tormenta.

Mi compañero de cuarto fue Carlos Martínez, un artesano de Centro Habana que trabaja el bambú. Carlos es un mulato conversador, que en una hora me contó todo lo que se puede saber sobre las propiedades y usos del bambú. Carlos quiere crear una cooperativa, o tal vez no; Carlos quiere algo que contribuya al desarrollo de su localidad y le dé para vivir dignamente. Carlos está rozando la economía social y solidaria, pero todavía no lo sabe.

Hay un montón de gente interesante en este seminario. En un recuento anárquico y personal:

– Felipe Arango, colombiano con el que conversé del uso social de las nuevas tecnologías en países en desarrollo;

– Gabriel Domínguez, un guajiro santiaguero que cuando se hablaba de las trabas para la implementación de soluciones económicas en nuestro país resumió en su sabiduría popular el asunto al comentar “la mujer pare a los nueve meses, y si no, se revienta”;

– Hugo Jácome, ecuatoriano llano que habla sobre la necesidad de que la economía vuelva a ser una ciencia social;

– Eduardo Iglesias, cubano que se empeña en llevar adelante una cooperativa de incubadora de cooperativas, y que sospecha que la principal traba para el desarrollo de esta está en la ignorancia;

– Jeff Furman, presidente de Ben & Jerry’s, esa compañía de -dicen- riquísimos helados que apostó y ganó por la decencia como un valor corporativo;

– Roberto Sánchez, trabajador de la Fundación Antonio Núñez Jiménez que clama porque el desarrollo de los nuevos –y de los viejos- productores sea no solo eficiente, sino también ambientalmente sustentable;

– Susana Hintze, profesora argentina que trae a cuestas un pasado de larga militancia política del que no puede ni quiere desprenderse y que me actualizó sobre el futuro del kichnerismo;

– Pamela Ríos, chilena y una de las culpables del evento desde la Fundación Avina, que no solo recita poemas punk sino que comparte mi vicio por Orsai;

– Richard Feinberg, gringo loco que me invitó a despertarme a las cinco de la mañana para subir la loma que está frente a la villa, porque dice que le gusta empezar el día con una meta vencida.

Está este seminario lleno de Felipes, Gabrieles, Eduardos, Jeffs y Hugos, de Robertos, Susanas, Pamelas y Richards. Y me encanta.

IMG_0651Una tarde, en la playa, en la que compartíamos canciones de los respectivos países de origen Erick Leenson, ese gringo bueno que lleva medio siglo comprometido con la justicia y el desarrollo del continente latinoamericano, entonó una canción de la guerra civil española. Ahí me enteré que ese señor canoso, promotor del encuentro y que siempre anda con una sonrisa a cuestas fue amigo de Víctor Jara y vivió en el Chile de Allende. “Jara me pidió una opinión sobre una canción, y yo para no parecer ignorante aunque no tenía idea de música le dije “cambia esto y aquello”, y es lo que salió es eso que dice te recuerdo Amanda, / la calle mojada corriendo a la fábrica/ donde trabajaba Manuel”, nos dijo. Uno nunca está preparado para encontrarse con un pedazo de la historia viva así, bañándose en la playa, creyendo que solo va a escuchar hablar de indicadores macroeconómicos, emprendimientos y tasas impositivas.

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Durante estos días los vacacionistas de Villa Trópico en Jibacoa deben haberse extrañado de la  turba de gente que no paraba de hablar –no importa si en el salón de conferencias, en la playa o en el restaurante- de responsabilidad empresarial, mapa empresarial cubano, lineamientos económicos, tasa de mortalidad de las cooperativas, economía compartida, empresas B y comercio justo. Trago en mano y chapoteando en la orilla fui testigo de varias de las más brillantes discusiones que presencié en el seminario, una demostración de que no hay escenario malo para la idea oportuna.

El evento no pudo tener mejor cierre. Divididos en equipos realizamos un ejercicio de reflexión sobre propuestas para la comisión de implementación de los lineamientos en torno a cómo Cuba puede hacer más coherente una práctica que le es consustancial al sistema político –la economía social y solidaria–. El seminario acabó, pero las ideas compartidas comienzan a desperdigarse por todo el archipiélago como dientes de león; esperemos que afinquen en tierra fértil e infecten la sociedad cubana.

Fue un espacio para ver desplegados multiplicidad de criterios, de caracteres; una verdadera feria de la diversidad. En el seminario fue posible escuchar juicios proteccionistas, liberales, marxistas, heterodoxos, un gran collage  que conforma uno de los posibles –y deseables– futuros económicos del país y que, afortunadamente, está signado por la responsabilidad social  y los principios de la economía social y solidaria.

La mala noticia es que no pudimos disfrutar de una tarde de verano como Dios manda. La buena noticia es que mientras medio mundo asocia los días grises con la tristeza, después de aquellas 72 horas de debates sobre una economía otra yo les encuentro un no sé qué de esperanza.

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