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Porque alguien tiene que hacerlo

Aunque a menudo pasa desapercibido, como parte de las cosas que ni se cuestionan, hay una muy estrecha relación entre Economía y Cultura. La Cultura construye la identidad, lo que nos define. Lo que hacemos, pensamos y decimos cotidianamente en nuestro entorno. Cómo lo hacemos, cuánto lo hacemos con qué lo hacemos, pensamos y decimos […]

29 julio 2010
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Aunque a menudo pasa desapercibido, como parte de las cosas que ni se cuestionan, hay una muy estrecha relación entre Economía y Cultura. La Cultura construye la identidad, lo que nos define. Lo que hacemos, pensamos y decimos cotidianamente en nuestro entorno. Cómo lo hacemos, cuánto lo hacemos con qué lo hacemos, pensamos y decimos viene enmarcado por la Economía. Nuestro comportamiento económico – consumo, ahorro, inversión- se sujeta, adapta y dirige por la costumbre, la tradición: la cultura.

La cultura, costumbre y tradiciones guían el consumo. Las preferencias –subculturas, modas, etc.- y los presupuestos personales determinan cuánto y cómo. Es por eso que quien tiene influencia sobre la cultura, que guía el comportamiento colectivo, tiene enorme poder sobre la economía.

Hay productores culturales e industrias culturales, hay ofertas culturales privadas, mercantiles y públicas; también hay empleo cultural. Todo esto condiciona la economía: se modela el presupuesto público, entran inversiones financieras privadas que pretenden con ello obtener ganancias.

Con el interés de fomentar ganancias -económicas para unos y políticas para otros- se ha inducido una cultura que lleva a la “economía de superficialidad” con la cultura del consumismo. Con ampulosa mercadotecnia se ha creado la falsa ilusión de bienestar mediante la adquisición de objetos, modas y costumbres. Supeditada a la obtención de ingresos financieros, la “economía de opulencia” rige como sustituto del bienestar. Una cultura que sacraliza la competencia y un limitado concepto de productividad, induce a una economía de la precariedad. Una economía de limitaciones inducidas que obliga a muchos servir a intereses de pocos, a acrecentar una población que agradece dádivas de políticos manipuladores.

Así, la cultura Bien Público por naturaleza, se ha privatizado en beneficio de unos y en contra de muchos.

Las víctimas de este avasallamiento cultural son cada vez más, mientras que el poder público, en vez de proteger la identidad cultural, es el primero en manipular, a favor de los intereses del grupo encaramado en la administración, los comportamientos grupales.

El derecho que se abrogan los gobiernos para privatizar espacios públicos, incluso contraviniendo planes generales de desarrollo, de planeación social y urbana, el cambio de uso de suelo, la construcción de ciertas vialidades prescindibles frente a la urgencia del gasto social, es muestra palpable de la insaciable voracidad de nuestros políticos actuales.

El simple hecho de privilegiar con obra pública al vehículo automotor individual, transforma profundamente la cultura del transporte y desarrollo social. Excluye abusivamente a quien, por preferencia o presupuesto individual, preferiría el transporte público o la bicicleta. Genera fronteras artificiales con autopistas, excluye el libre acceso a los mercados públicos privilegiando los centros comerciales hechos a la medida de la cultura del automóvil. Se distraen recursos públicos para ostentosos megaproyectos a la medida del interés inmobiliario del político en turno que se llena los bolsillos antes de huir a un palacete en Dubai al terminar su gestión.

La cultura del dinero, como fin y medio de todo acalla las eventuales protestas de los representantes populares que tendrían que sancionar este tipo de obras y comportamientos.

Estando bajo el mando de quien firma en la chequera del presupuesto público, de poco o nada han servido las oficinas públicas de planeación urbana, de normatividad y contraloría pública. El hecho es que alguien o algo debería poner fin a esta manipulación de la cultura y el interés público.

Tendrá lugar durante esta semana que inicia una serie de mesas de reflexión, en el Museo de la Ciudad de México, en torno al desarrollo cultural en el contexto de las ciudades iberoamericanas. En este marco hemos sido invitados para participar en la mesa «Cultura, Transversalidad y Economía Solidaria».

El objetivo de este conjunto de mesas de reflexión es el de replantear las políticas culturales en el contexto urbano. Se lleva a cabo dentro de un proceso coincidente de inducción cultural de los festejos del bicentenario de 2010 con el año en el que México DF es capital iberoamericana de la cultura.

Abordaremos, desde el enfoque de la economía solidaria, una crítica a la artificial creación del imperativo especulador de la ciudad cuyo vértigo económico devora al ser humano trastocando su cultura.

Identificaremos el mecanismo que permite la transculturización con el acceso al poder de intereses que suelen acosar a los procesos de construcción e integración de una ciudadanía plena. Frente a la involución de la cultura, programada y guiada por grupos de interés, se buscará diseñar nuevos esquemas de organización social que defiendan la construcción evolutiva, no inducida, de una cultura participativa y solidaria desde las personas. Desde una praxis de economía solidaria y de sistemas que aprovechen la tecnología libre para compartir conocimientos a nivel personas frente a la masificación. Te invito, amable lector a sumar tu visión a través de un mensaje al correo electrónico que aparece al calce.

Artículo escrito por José Luis Gutiérrez Lozano
josgutie@hotmail.com

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