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Trump: otros tratados de comercio e inversión para otro capitalismo

Trump ha sacudido el debate sobre los tratados de comercio e inversión, situándose aparentemente en contra de los mismos. En esa clave se puede entender el congelamiento del tratado con Europa (TTIP) así como su salida del acuerdo del Pacífico (TPP). A pesar de ello, mantenemos que Trump sigue siendo un fiel defensor de estos, […]

16 mayo 2017
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Trump ha sacudido el debate sobre los tratados de comercio e inversión, situándose aparentemente en contra de los mismos. En esa clave se puede entender el congelamiento del tratado con Europa (TTIP) así como su salida del acuerdo del Pacífico (TPP). A pesar de ello, mantenemos que Trump sigue siendo un fiel defensor de estos, pero desde otras claves.

Así, apostaría por que cada Estado defienda sus propios capitales –y no al capital en general– en un momento crítico en el que prima la guerra entre bloques por encima de un mercado global multilateral.

Trump parte entonces de que el capitalismo universalista hegemónico desde la segunda guerra mundial está profundamente deslegitimado. Este ha defendido un mercado global único y autorregulado, seguro para el comercio y las inversiones de las grandes corporaciones, bajo un relato de respeto de la democracia, los derechos humanos y la diversidad. La nueva oleada de tratados se inscribe en esta lógica, que cada vez más se visualiza como una propuesta que solo favorece a unos pocos, generando no solo exclusión y desigualdad de manera estructural, sino también amputando las capacidades de los diferentes capitales para aprovechar al máximo la captura de una ganancia en retroceso debido a la crisis.

Trump se postuló así como un candidato enfrentado a las élites beneficiadas por la globalización neoliberal y el capitalismo universalista, y defiende la recuperación el papel de potencia mundial de EEUU, la reversión de sus grandes desbalances macroeconómicos, así como el inicio de una nueva versión de cierta alianza interclasista a partir de la recuperación del mercado interno, la inversión y el empleo. Sitúa a la progresía del Partido Demócrata –y algunos movimientos sociales más preocupados por el reconocimiento que por la redistribución y alianza popular– en el bando universalista y neoliberal, y construye una base política que aúna capitales y sectores populares diversos –azotados por la globalización–, que ni mucho menos está conformado únicamente por el precariado blanco del centro del país.

Bajo esta premisa Trump esboza las líneas maestras de su agenda, estructurada en torno al lema América First (América primero), que se concreta en tres grandes hitos:

1. Guerra económica. Trump entiende que la guerra económica contra los bloques competidores de EEUU (China y UE) es la mejor vía para defender sus capitales y alcanzar sus metas. Para ello plantea un programa económico sostenido en primer lugar en una desregulación fiscal y financiera interna, que mejore la posición de sus empresas y que genere dinero especulativo con el que financiar su presupuesto, sin depender tanto de la compra de deuda pública por parte de China. En segundo término, defiende el aumento de los aranceles para los productos provenientes de la UE y China, favoreciendo así a ciertos sectores especialmente castigados por las importaciones; tercero, apuesta por relocalizar fases del proceso industrial dentro del país que generen nueva inversión y empleo; cuarto, se impulsa un aumento significativo del gasto público como motor de empleo y la inversión en cuestiones estratégicas y vinculadas a la guerra de bloques –infraestructuras, ejército, policía–, mientras que se reduce en otras –especialmente en salud–, financiado como decimos con nuevo dinero especulativo.

En definitiva Trump, más allá de la retórica anti-élites, promueve una desregulación financiera y fiscal en favor de dichas élites, cuya posición espera mejorar mediante políticas activas comerciales, industriales y de gasto público que reviertan la dependencia exterior. Bajo esta premisa confía en que dicha mejora tenga impactos positivos en términos de inversión y empleo –sosteniendo así su base popular y su propuesta de pacto interclasista–, y que a su vez revierta los desbalances estructurales.

2. Guerra entre pobres. La legitimidad de un proyecto elitista pero pretendidamente anti-élites solo se sostiene azuzando la disputa entre sectores populares de diferentes países. Al igual que en los años 30, esta es la vía para ocultar la responsabilidad del capital en la crisis, derivando esta en los otros. Así, y más allá de los responsables del capitalismo universalista, se señala con el dedo de manera muy especial a los migrantes ilegales –fenómeno directamente vinculado al neoliberalismo– y al terrorismo, concepto vago en el que destaca lo árabe y musulmán. De esta manera el dedo no señala a los ricos sino a los pobres, fomentando la división entre estos y ocultando las verdaderas razones del atolladero actual. Se trataría de impulsar una sociedad que, en palabras de Boaventura de Sousa Santos, combinara fascismo social y cierto pluralismo político.

3. Unilateralismo internacional: el corolario internacional de la agenda de Trump se condensa en su negativa a que EEUU pague la factura del proyecto universalista, favoreciendo a su vez la posición global de sus capitales. Recordemos que la UE y China son los dos grandes enemigos a batir, con los que EEUU tiene un desbalance estructural. De esta manera, Trump plantea un regreso a una lógica de potencia mundial, que actúa de manera unilateral en un contexto de guerra de bloques. Esto supone, en primer lugar, una ofensiva contra el entramado multilateral social y ambiental de Naciones Unidas, haciendo saltar por los aires acuerdos como los del cambio climático; en segundo término, propugna de manera nítida una geopolítica basada en el control de recursos naturales, así como en la lógica de alianzas de la guerra fría, con posibles implicaciones militaristas –América latina como patio trasero, recuperación del papel de Israel en Oriente Medio, etc.–. Por último, y aprendiendo de la experiencia china en comercio e inversión internacional –basada en negociaciones bilaterales, sin necesidad de tratados y haciendo valer su peso específico–, defiende la no firma de los grandes acuerdos en las condiciones actuales, ya que ello supondría cesión y pérdida para el conjunto de capitales norteamericanos, que obtendrían mejores resultados en negociaciones bilaterales y asimétricas, aprovechando el papel de EEUU como potencia.

En definitiva, Trump aboga por rediseñar los tratados regionales históricamente firmados –como el vigente con México y Canadá–; salirse de los recién aprobados dentro de la nueva oleada –como el Transpacífico, TPP–; meter en el congelador los que estaban en negociación –como el TTIP, dándole un nuevo enfoque en base a un intento de nuevo pacto bilateral con Alemania que posteriormente se impondría al conjunto del continente, o como el TISA, en función de una nueva negociación cuyo fin parece previsto para 2017–; e incluso firmar nuevos tratados bilaterales (caso del Reino Unido tras el Brexit) para de esta manera, por esta cuádruple vía, alcanzar una mejor posición negociadora para los capitales nacionales.

Trump no plantea por tanto una estrategia anti-tratados, sino únicamente en favor de aquellos que mejor se adapten a un capitalismo en crisis y a una guerra económica entre bloques. Se trata así de favorecer el comercio e inversión internacional, pero desde una perspectiva diferente. En su conjunto, Trump defiende una agenda explícitamente violenta, excluyente, no sabemos hasta qué punto viable, pero en todo caso muy peligrosa. Ahonda en este sentido en el fascismo social, e incluso nos sitúa ante un nuevo crash financiero como el de 2008, fruto de la desregulación financiera que promueve. No obstante, el capitalismo universalista convertido en feudalismo global no nos ofrece un futuro más halagüeño, y carece también respuesta ante el colapso ecológico y la dominación múltiple que sufren de manera asimétrica mujeres, hombres y pueblos. 

Por ello, sea una u otra la agenda que impere, es crucial que las izquierdas impulsen relatos y agendas emancipadoras propias, situadas lejos de la trampa a la que nos aboca el estrecho margen político que parece imponerse entre proteccionismo –encarnado en Trump– y librecambismo –irónicamente representado por la UE y China–, entre un capitalismo u otro. Ambos no son sino las dos caras de una misma moneda, no caigamos en la trampa.

GONZALO FERNÁNDEZ ORTIZ DE ZÁRATE Y JUAN HERNÁNDEZ ZUBIZARRETA

PAZ CON DIGNIDAD-OMAL (OBSERVATORIO DE MULTINACIONALES EN AMÉRICA LATINA)

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