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Mescladís o cómo demostrar la viabilidad de la economía solidaria a través de la cocina

Por Agnès Ciurana Solàs para Periodismo Humano Espai Mescladís es un proyecto dedicado a potenciar las habilidades de personas en riesgo de exclusión social en Barcelona. Este reportaje fue elaborado en el marco del curso Comunicación con enfoque de derechos, herramientas para un periodismo más humano», organizado por Periodismo Humano y el Institut de Drets […]

8 enero 2017

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Por Agnès Ciurana Solàs para Periodismo Humano

Espai Mescladís es un proyecto dedicado a potenciar las habilidades de personas en riesgo de exclusión social en Barcelona.

Este reportaje fue elaborado en el marco del curso Comunicación con enfoque de derechos, herramientas para un periodismo más humano», organizado por Periodismo Humano y el Institut de Drets Humans de Catalunya (IDHC).

Las coloridas sillas forman parte de la ecléctica decoración del local, a base de muebles alegres y de objetos reciclados que configuran un oasis naíf y acogedor único en la zona.

Aunque de vez en cuando alguna gota vacilante hace temer por el devenir del día (en un local parcialmente al aire libre, el poder del tiempo no es nada despreciable), las mesas se van llenando de familias, parejas y amigos de aquí y de allá. Mientras, de la cocina empiezan a emanar deliciosos perfumes especiados.

“A través de la cocina nos conocen y luego se dan cuenta de lo que somos de verdad; si fuera al revés, igual no se atreverían a venir a comer”. Nos lo cuenta Soly Malamine (Casamance, Senegal, 1984), actual gerente del restaurante Espai Mescladís. Soly ha pasado por todas las etapas de este proyecto de economía solidaria: derivado a Mescladís por Cáritas, empezó hace años como alumno y sus capacidades, actitud y energía lo han llevado a coordinar, actualmente, el bar restaurante del proyecto, situado en la calle Carders número 35 del barcelonés barrio del Born. Soly habla de retos, de responsabilidad, de crecimiento personal y de confianza. Para él, estos son los pilares básicos con que toda persona debería contar para evolucionar a nivel social y poder transmitir su potencial a su entorno. Él se propuso desafíos cuando empezó su nueva vida en otro país y contó con el apoyo del equipo de Mescladís para llevarlos a cabo.

Soly, una historia cocinada a fuego lento

De izquierda a derecha: Martín Habiague, fundador y director de Mescladís, y Soly Malamine, gerente de Espai Mescladís (A.C.S.)

Soly llegó a España en 2006, después de un intento frustrado unos meses antes. Lo hizo por mar, en patera, algo de lo que se arrepiente “porque, aunque los de nuestra patera llegamos todos, el riesgo es demasiado alto y a menudo muchos se quedan por el camino”, por lo que no se lo recomienda a sus hermanos, que residen en Senegal. A ellos, les recomienda innovar, pensar y trabajar en algún proyecto diferente, original. Aunque según los datos el paro ha subido casi cuatro puntos en estos diez años, Soly percibe en su país de origen más oportunidades hoy que cuando él no las vio y decidió venir a España atraído porque “los que iban y volvían, llegaban con algo”. Les apoya moral y económicamente para que ellos puedan, si no encontrarlas, crear esas oportunidades. Probablemente, el ejemplo que ha supuesto Mescladís en la vida de Soly le permite hablar con propiedad de alternativas sociales colectivas económicamente viables. Y su historia de superación supone el mejor ejemplo

“A través de la cocina se rompen miedos”, afirma convencido Soly, que en España ha participado en grupos de teatro, lo que le ha permitido establecer un sugerente paralelismo con los fogones.  “Los cocineros somos actores; el cliente no va a saber que te ha dejado tu pareja, que tienes un mal día. Tienes que tratarlo bien y presentarle lo mejor de ti, tu plato. Y luego viene la vida”. Esos prejuicios se disipan gracias a que Mescladís, como explica Martín Habiague (Santa Rosa, Argentina, 1967), que en el año 2004 fundó este exitoso proyecto de economía solidaria, busca “canalizar la energía de los procesos migratorios y aportar, a nivel barrial, el enriquecimiento que supone un espacio diverso”.

Combatir la desesperanza con la formación y las oportunidades

Esta es la primera línea de acción del proyecto Mescladís y se materializa a través del programa Cuinant Oportunitats (Cocinando Oportunidades), el área formativa del proyecto, en la que se instruye en los oficios de camarero y de ayudante de cocina con el objetivo de que los alumnos consigan un empleo en el sector de la hostelería y regularizar así, por arraigo, su situación precaria. La segunda línea de acción es fomentar la cohesión social y “cuestionar el actual modelo migratorio represivo” a través del desarrollo comunitario. Para lograrlo, se emplea la comida como elemento de identidad cultural, de intercambio y de conocimiento del otro, por ejemplo mediante la realización de talleres con niños/as y personas mayores. De este modo, “se pone en valor la maleta de cada uno” mientras se produce un enriquecimiento mutuo. La tercera pata del proyecto iniciado por Martín es la sostenibilidad, concebida de forma holística; tanto medioambiental, ya que Mescladís usa productos ecológicos y de proximidad, teniendo como proveedores a agricultores locales, como emocional, dado que durante el tiempo que dura la formación se pretende que el alumno se sienta en un espacio de acogida, en un entorno que lo empodere desde la participación y no desde la competitividad, y le permita reconstruir referencias con la confianza como base. La generación de riqueza cultural y social y el desarrollo comunitario son, del mismo modo, los objetivos de los proyectos culturales artísticos que Mescladís lleva a cabo periódicamente en espacios públicos.

Para poder reproducir a mayor escala y con el máximo impacto el concepto de Mescladís, Martín reclama una opinión pública que apoye y promueva políticas migratorias sustentadas en Derechos Humanos. Tanto él como Soly critican el enfoque que la mayoría de medios de comunicación generalistas, en tanto que generadores de opinión, tienen acerca del fenómeno migratorio en la actualidad. Martín se muestra preocupado por el uso de un “vocabulario de guerra que genera sólo más rechazo, confusión e inseguridad” y Soly reclama que “reflejen la evolución de la persona que llegó, que no se queden sólo con la imagen de la patera, con las fotos y las cifras”. Para probar que no son sólo los medios los que no se “enganchan a las personas para saber cómo han venido, por qué, qué pueden hacer aquí”, Soly comparte un episodio en el que una mujer de Sant Boi de Llobregat, la ciudad de la periferia de Barcelona donde reside, le recriminó tener un coche “mejor que los nuestros” a alguien que había “venido en patera”. La mujer acertó ese extremo por casualidad, y Soly todavía se sorprende, más allá de la impertinencia e indiscreción, del hecho que gran parte de la sociedad no valore ni se interese por conocer el esfuerzo que puede haber detrás de cada historia personal, de cada pequeño logro. Y de que se perpetúe el prejuicio de que a un inmigrante, independientemente de cómo haya llegado, le está predestinado un único e inamovible espacio en la sociedad, negándole así cualquier posibilidad de dignificación.  Esta visión del inmigrante como víctima, o sólo como víctima, es la que pretende derrumbar Mescladís tratando a sus alumnos y trabajadores como personas con potencialidades, valorizándolas y no destacando sus dificultades pasadas sino sus logros y su capacidad de proyección.

La regulación migratoria, ¿agravante de la actual crisis humanitaria?

Sin embargo, Soly no se olvida de otra persona, también desconocida para él, que al poco tiempo de llegar a Barcelona, después de su periplo desde Canarias pasando por Madrid, le ofreció un contrato de trabajo como empleado del hogar, permitiéndole así empezar a regularizar su situación legal. “Sin papeles no puedes trabajar y si no tienes contrato no puedes tener papeles” denuncia Soly cuando piensa en las trabas administrativas que se imponen a las personas inmigrantes y en la doble vara de medir que tienen los Estados cuando se trata de la libre circulación de personas. “A nosotros nos deniegan el visado aunque tengamos todos los papeles en regla; en cambio, cualquier ciudadano europeo puede viajar a Senegal o a otros países sin necesidad de visado”, constata Soly, que añade una posibilidad que muchos probablemente no contemplan: “A lo mejor, cuando venimos, gastaremos algo y aportaremos algo.  Y sería legal”. Estas limitaciones a la hora de desplazarse en busca de oportunidades, según Soly, promueven que las normas impuestas sean transgredidas, ya que “humanamente no hay margen para que se puedan respetar”. Martín le da la razón, y se muestra contundente al hablar de unas leyes cuya aplicación “implica violar los Derechos Humanos, por lo que tenemos que cambiar las leyes y no los Derechos Humanos”.

El fundador del proyecto se muestra asimismo muy crítico con los paralelismos entre el marco regulatorio de la droga y el de la inmigración, y lo ilustra parafraseando con “migración prohibida, mafia agradecida” el conocido eslogan utilizado por los defensores de la legalización de los estupefacientes.

Los CIE: la humillación como puerta de entrada al nuevo país

Dos alumnos de Cuinant Oportunitats, en sus primeros días de prácticas como camareros en Espai Mescladís (A.C.S.)

Y aquí entran en juego los CIE, los Centros de Internamiento para Extranjeros, de actualidad en las últimas semanas por las noticias sobre las protestas y las huelgas de hambre que han realizado algunas de las personas encarceladas.  Cuando llegó a a Canarias hace diez años, Soly pasó 25 días en un CIE en el que se sintió “tratado como un delincuente”, probablemente la descripción más usada por los que han pisado estas cárceles y saben de lo que hablan. “Por cómo nos tratan, cómo nos miran, cómo nos entregan la comida”. Soly afirma que, de no ser por la supervisión de entidades como Cruz Roja, “se ejercerían más malas prácticas” de las que él testimonia. Lamenta que “la primera imagen que te encuentras en el país donde llegas sea de policías y armas” donde él hubiese esperado un trato más cercano a “seres humanos que han llegado a ese país porque tienen esperanzas”. Soly considera que estos centros, si no desaparecer, deberían suponer un primer pasaje en la integración de los nuevos llegados, en los que “se informe y se derive”, y no una mera sala de espera, denigrante y opresiva, para su deportación (o no) en la que “se atemoriza con el ejemplo para disuadir a tus compatriotas de venir”, según Martín.

“Yo puedo ir a comprar productos de todo el mundo en la Zona Franca de Barcelona y al lado tengo un CIE con inmigrantes retenidos”, denuncia Martín para evidenciar las contradicciones de un sistema que “debería defender la libre circulación de personas, no sólo de bienes, porque económicamente tiene sentido y facilitaría un equilibrio”.

Empoderar a través del conocimiento adquirido

Es por experiencias como esa que Soly enfatiza su objetivo de “dar voz”, de que Mescladís sea un espacio donde “podamos defendernos” y donde su rol de formador le permita “hacer creer a mucha gente que pueden ir hacia adelante”, en buena parte porque valora su “suerte de haber encontrado lugares y personas que me han aportado cosas y gracias a las cuales mi lucha ha obtenido resultados”. Él, que aprovechando la temporada baja en el restaurante está realizando cursos varios para mantenerse activo y seguir formándose, aboga por la iniciativa, por la curiosidad y por la búsqueda de crecimiento constante, y asegura que “quien viene con ganas y sabe qué está haciendo, por qué se ha metido en este curso y qué resultado quiere alcanzar, suele terminar trabajando en Mescladís”.

Soly, que ha participado en todas las fases del proceso, habla con conocimiento de causa de las dificultades y retos que pueden surgir en el alumno durante el proceso de integración, tanto en el equipo como en la sociedad de acogida. Admite que como musulmán ha tenido que vencer sus reticencias “a tocar cerdo o alcohol”, pero que ahora apoya a sus alumnos “para que tengan tranquilidad para mirarlo, tocarlo, olerlo. Aunque no lo prueben, pero que entiendan que existe y que aquí se comen”, promoviendo así un conocimiento de la nueva cultura y una integración en ella desde la diversidad, no desde el intento de asimilación que sociedades como la francesa han llevado a cabo. Martín, en este sentido, reconoce que Barcelona y Cataluña han impulsado algunas políticas pioneras migratorias exitosas en las que se fomenta la interculturalidad y el encuentro a partir del intercambio y la interacción.

Cuando la regulación no responde a la demanda social

A nivel de emprendimiento, sin embargo, Martín lamenta que tanto Europa como Catalunya sean entornos sobrerregulados que “matan las iniciativas individuales” y en los que “se hubiese cerrado el garaje de Steve Jobs”. Estas limitaciones administrativas entroncan con el enorme potencial del sector con el que trabajan, el de los inmigrantes, “el más fácil con el que se puede trabajar” ya que cuentan con muchas competencia “que se desarrollaron a través de su proceso migratorio” y el hecho de, en muchos casos, haberse jugado la propia vida “dice todo de su iniciativa y superación, y los convierte casi en héroes”. Él, que lleva ya 22 años en Europa, se incluye en la amplia denominación “inmigrante” y reivindica el valor añadido de un proyecto, el suyo, “fundado, gestionado y llevado día a día por inmigrantes” en una sociedad en la que “no se cuenta el impacto positivo que generan las migraciones, la generación de riqueza, empleo e innovación que suponen”.

Interrumpe nuestra conversación un anciano, con apariencia de local, que pide dinero. Martín le dice que si desea algo de comida se lo pueden dar y Soly lo atiende. Un señor del barrio y de edad similar a una señora de la que más tarde nos habla Soly para ejemplificar el poder aglutinador de Mescladís y la transversalidad de sus actores implicados. Esa mujer, que ya casi forma parte de la gran familia de Mescladís, se toma cada día, desde cuando Soly inició su andadura en el proyecto, un café americano. Él le ha hecho notar varias veces su valiosa contribución en el proyecto a lo largo de estos años, que “ha permitido contratar a mucha gente”. El nieto de esta mujer tiene 16 años y participa en los talleres de cocina que organiza Mescladís. Soly celebra que “nunca va a tener miedo de hablar o relacionarse con un extranjero porque desde pequeño ha compartido mesa con gente de fuera”.

Innovación para contrarrestar las limitaciones administrativas

Ellos dos son algunos ejemplos de quien rema a favor del proyecto en el barrio, aunque no todos los vecinos contribuyen de la misma forma a la consolidación y progresión de Espai Mescladís y del proyecto que arrastra. Hace pocos meses, una vecina que da a la terraza del local denunció el ruido del restaurante por las noches. Desde entonces, la jornada en Mescladís termina a las 21h, algo que no sucede en otros bares cercanos. Una dificultad inesperada, en un proyecto que se sufraga en un 90% con su propia actividad económica  (el 10% restante proviene de subvenciones públicas y de ayudas de organizaciones privadas), que sin embargo no ha hecho menguar la ilusión y el esfuerzo en el mismo, sino agudizar el ingenio de los responsables para ganar por otra parte lo que se pierde las noches en el restaurante. Y así, Martín, que cree firmemente que “no sólo es posible hacer cosas en un entorno diverso, sino que es mucho mejor”,  ha decidido iniciar otro proyecto más, en este caso de fabricación artesanal de cerveza, siguiendo el ejemplo pionero de la prisión romana de Rebibbia, de la que ha vuelto hace poco tras conocer desde cerca su experiencia. En su desarrollo colaborarán varios alumnos de la prestigiosa escuela de negocios ESADE, que desde hace tiempo se ha mostrado interesada en las actividades de Mescladís como referente de proyecto de economía solidaria.

“Mi sueño con Mescladis es que las futuras generaciones se sientan avergonzadas de este periodo histórico”, revela Martín. Su incansable iniciativa y convencimiento, junto con el abrumador ejemplo de Soly y de sus compañeros y compañeras, animan a creer que, aunque casi todo está por hacer, todo es posible.

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