Ecoaldeas y comunidades sostenibles

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Hacia una cultura sostenible.
José Luis Escorihuela, «Ulises»*
Existen momentos en la vida de una persona en los que resulta conveniente tomar cierta distancia con todo aquello en lo que andamos envueltos, detenerse y examinar con calma dónde estamos, adónde queremos llegar, cuestionar el rumbo que hemos elegido y preguntarnos si lo que hacemos satisface realmente nuestras necesidades, o si tal vez necesitamos un cambio, intentar algo diferente. Se trata sin duda de momentos críticos, de gran intensidad, que resultan determinantes en la calidad de nuestra vida futura. Continuamente estamos eligiendo y rechazando opciones vitales, la mayoría de las veces dentro de un estrecho marco que no nos atrevemos a romper, hasta que por fin ocurre algo que nos obliga a reconsiderar todo nuestro mundo, todo lo que hasta ese momento hemos sido. Es entonces que necesitamos pararnos, tomar cierta distancia y explorar nuevas vías, iniciando así un periodo de transición que para algunas personas se convierte en una nueva forma de vida.

Lo anterior es también aplicable a grupos de personas, a pequeños o grandes grupos que necesitan, para sobrevivir, replantearse de cuando en cuando sus objetivos y los medios para conseguirlos. Y por supuesto es aplicable a la sociedad occidental en su conjunto. Muchos occidentales empiezan a ser conscientes de que nuestro modelo social y económico, basado en un predominio del individuo sobre el colectivo y en un uso indiscriminado de los recursos naturales, está tocando fondo, no satisfaciendo en ningún momento las necesidades de amplias capas de la población, injustamente condenadas a la pobreza, aun cuando la presión sobre el entorno natural aumenta hasta extremos difícilmente sostenibles. Para muchos es tiempo de pararnos y reflexionar sobre lo que queremos y los medios que debemos emplear para conseguirlo, de la misma manera que en nuestra vida personal nos paramos y reorientamos nuestras acciones.
Sabemos más o menos lo que no queremos. No queremos una democracia en manos de las grandes corporaciones y otros grupos de presión, alejada de los problemas cotidianos de la gente y basada en un modelo adversarial que tiende a marginar las voces minoritarias. No queremos un modelo económico que favorece la acumulación de capital en manos de unos pocos, dejando en la pobreza a amplias capas de la población; orientado exclusivamente al consumo, en lugar de a la satisfacción de las necesidades reales; que se alimenta con los recursos y mano de obra barata de países en desarrollo; y que muestra un absoluto desprecio por la naturaleza y la vida sobre la Tierra. No queremos un modelo social que hace del individuo un dios que ha de procurarse por sí mismo todo lo que necesita, entrando en abierta competición con otros individuos, condenado al trabajo, a la soledad y el anonimato de las grandes ciudades. No queremos una cultura dominada por estructuras, ideas y símbolos patriarcales, que justifican una renovada ley del más fuerte (el más rico, el más guapo, el más inteligente) y la existencia de personas y grupos privilegiados, que valora el ascenso en la cadena de poder y la jerarquía, que divide a los seres humanos en buenos o malos según el grado de conformidad con las ideas mayoritarias.
Y entonces, ¿qué es lo queremos, más allá de un genérico “estar bien” o “ser felices”? No es fácil responder esta cuestión. Precisamente uno de los defectos del modelo actual ha sido pensar que para estar bien, para ser felices, necesitamos disponer de muchas cosas, aumentar sin cesar nuestro confort material. Esta manera de pensar ha supuesto una inversión sin precedentes en recursos humanos dedicados a la producción y comercialización de todo tipo de objetos, muchos de ellos perfectamente prescindibles. La paradoja es que a pesar de la extraordinaria capacidad productiva y comercializadora existente en el mundo actual, todavía una gran parte de la población mundial vive en la pobreza. Y por otra parte, el aumento de la presión sobre los recursos naturales y una contaminación cada vez mayor están teniendo consecuencias —efecto invernadero, disminución capa de ozono, cambio climático, escasez de agua potable…— cuyos resultados son difícilmente previsibles. No es difícil imaginar que si todo el esfuerzo —investigación, tecnología, trabajo, organización…— que se dedica actualmente a producir y comercializar bienes perfectamente inútiles, se dedicara a satisfacer nuestras necesidades en tanto que seres humanos (social, cultural y espiritualmente humanos), entonces no solo viviríamos bien, con cierto confort material, sino que estaríamos en el camino de un desarrollo integral como personas.

Calidad de vida. Cambiar nuestras necesidades

Cada vez resulta más obvio para mucha gente que disponer de muchas cosas no les hace más felices. Estar bien no depende de lo que se tiene, sino de lo que se desea y de las posibilidades reales que tenemos de satisfacer nuestros deseos. Una vez satisfechas las necesidades primarias —sueño, alimento, agua, aire, cobijo, sexo…—, continuar acumulando objetos materiales no ayuda gran cosa a aumentar nuestro bienestar. Para vivir mejor necesitamos tener claro qué necesidades reales se esconden tras nuestros deseos inmediatos, unos deseos que surgen del acoso publicitario al que nos vemos sometidos diariamente, y una vez desveladas éstas, procurarnos satisfactores a nuestro alcance. La cultura dominante, basada en el consumo, nos hace creer que todo lo que necesitamos, todo lo que deseamos, se puede conseguir con dinero, que basta acudir a los grandes centros comerciales para encontrar el paraíso. Como evidentemente esto no es así, lo único que se consigue es una gran frustración personal y social. Por desgracia, hasta ahora en vez de afrontar esta frustración tratando de averiguar dónde está el verdadero problema —¿cuál es el origen de nuestros deseos?— buscamos resolverla queriendo disponer de más cosas —por otra parte, la única salida que se nos ofrece—, entrando así en un círculo vicioso de más trabajo y más frustración que termina necesariamente explotando —estrés, depresiones, enfermedades…—
Si nos preguntamos ahora cuáles son esas necesidades reales ocultas tras nuestros deseos inmediatos, la respuesta tampoco es sencilla. Aparte de las necesidades primarias comentadas, el resto va a depender de la representación social dominante en la cultura en la que vivimos, representación que determina una naturaleza humana ideal que condiciona nuestras aspiraciones y necesidades y que carga positivamente determinados valores que motivan nuestro comportamiento. En la sociedad occidental, el modelo cultural de identidad humana ideal está basado en una acentuación de las capacidades de autonomía, confianza en uno mismo y esfuerzo por lograr el éxito. Se valora también la ambición, el poder, la fuerza, la capacidad para resistir y superar obstáculos en una alocada carrera hacia la cumbre. Es la sociedad del individuo, del Estado, del Dios único, frente a otros modelos basados en la comunidad, la ausencia de Estado y la proliferación de dioses y de lo sagrado. Como individuos nacidos en una sociedad que no entiende de cuidados, necesitamos seguridad —sentirnos seguros: física, económica y afectivamente—, necesitamos afecto, confianza y seguridad en uno mismo, necesitamos fortaleza. Necesitamos sentir que pertenecemos a un grupo, necesitamos reconocimiento, ser aceptados, compartir una identidad que se crea por oposición. Como individuos nacidos en una sociedad que valora el éxito y el poder, necesitamos también trazarnos metas, fijar unos objetivos y esforzarnos por conseguirlos. Necesitamos alcanzar una posición social y mantenerla. Como hijos de un dios único aspiramos al paraíso del que una vez fuimos expulsados.
Estas son algunas de las necesidades básicas de un individuo nacido en el marco de la cultura occidental. Más allá de los deseos inmediatos se ocultan unas necesidades que responden a una cultura de dominación y del no cuidado. Si queremos iniciar un cambio hacia una sociedad realmente sostenible, debemos empezar por cambiar las estructuras culturales subyacentes que alimentan nuestras actuales motivaciones personales. Sabemos que ni nuestros valores ni nuestras necesidades básicas son permanentes. Sabemos que dependen de la representación social dominante en cada época y que podemos cambiarlos. Ésta es sin duda la mejor opción que tenemos para mejorar nuestra calidad de vida y nuestro bienestar de una manera sostenible. En lugar de seguir insistiendo en satisfacer nuestras abundantes necesidades materiales e individuales produciendo cada vez más y presionando sobre los recursos naturales, y manteniendo estructuras de poder jerárquicas y de dominación, debemos insistir en un cambio de valores y necesidades que soporten una cultura del cuidado, de la solidaridad y del poder compartido. Es tiempo de parar un desarrollo basado en el crecimiento económico, en el aumento de la producción material y en la acumulación de capital, y reorientarnos hacia un desarrollo humano, que establezca como primeras metas una redistribución más justa de la riqueza, un uso sostenible de los recursos naturales y una recuperación de ciertos valores comunitarios como la cooperación, el respeto por lo diferente y la celebración.
Cambiar los valores y las necesidades de la gente no es fácil. No es algo que se consigue con simples recetas, como lo demuestran las sucesivas revoluciones fracasadas. Se ha de intervenir en lo que algunos llaman la dimensión simbólica o espiritual del ser humano, un mundo poco permeable a cambios rápidos. Cualquier cambio en este nivel necesita tiempo y disponer de modelos alternativos atractivos. Además han de ser modelos válidos para todo el mundo, para que desaparezcan revanchismos y deseos de venganza; modelos que no se asienten en el poder de unos sobre otros, sino en el poder de unos con otros. Y se necesitan pioneros, personas dispuestas a enfrentarse a los valores de la cultura dominante, en ocasiones poniendo en riesgo su propia vida. Las dificultades son inmensas. Además de las dificultades económicas que acompañan cualquier intento de transición hacia una forma de vida alternativa, existe una fuerte presión social que desaconseja toda experimentación con lo desconocido. Los pioneros en formas de vida alternativa se tienen que enfrentar con un fuerte incomprensión social, falta de ayudas y apoyo político, y en muchos casos con sus propias carencias e incapacidad para resolver sus problemas y conflictos internos, casi siempre provocados por la falta de claridad que supone el salto a lo desconocido y por la permanente presencia de determinados valores de guerra de los que nos cuesta desprendernos. Y con todo, existen cada vez más personas dispuestas a emprender un cambio. Partiendo desde distintas bases, numerosos occidentales creen que ha llegado el momento de arriesgar, de experimentar con modelos y formas de vida diferentes. Para muchos, el modelo de las ecoaldeas es la respuesta.

El movimiento de ecoaldeas

Una ecoaldea es un modelo de vida sostenible basado en dos principios éticos fundamentales: el cuidado de la Gente y el cuidado de la Tierra. Para ello propone una forma de comunidad local, relativamente pequeña para favorecer las interacciones directas, suficientemente grande para acoger en su seno todas las actividades necesarias para la satisfacción de las necesidades individuales y colectivas. Una comunidad local fuertemente cohesionada en una rica red de relaciones formales e informales; que cuida de la tradición a la vez que se abre a propuestas innovadoras; que fomenta la participación en la toma de decisiones a través de la inclusión, la transparencia y la búsqueda del consenso; que garantiza la seguridad económica de todos sus miembros con la creación de empresas locales y solidarias y la puesta en marcha de sistemas de intercambio no monetario; que utiliza sabiamente sus recursos locales, favoreciendo la producción local y ecológica de alimentos en pequeñas granjas familiares, construyendo casas sanas y accesibles para todos, haciendo un uso consciente de recursos básicos como el agua y la energía.
Se trata sin duda de un modelo ideal, pero eso es lo de menos. Lo importante es que existen personas que ya están experimentando con esta nueva forma de vida. Su experiencia puede servir para que poco a poco algunos de los rasgos de este modelo se vayan incorporando a las comunidades locales existentes (pueblos, comarcas, pequeñas ciudades, barrios de grandes ciudades, etc.), empezando un cambio en la forma de priorizar nuestros valores y necesidades que alcance a la población en su conjunto. Cuando hablamos de ecoaldeas, para algunos son comunidades intencionales (es decir, comunidades formadas por personas con la clara intención de vivir en ellas) que tratan de desarrollar conscientemente todos los aspectos citados en el párrafo anterior. Para otros, una ecoaldea es simplemente un modelo de referencia para toda comunidad local. Es un modelo que anima a algunas personas que viven en pequeños pueblos o en barrios de grandes ciudades a trabajar en una dirección muy concreta, iniciando actividades y proyectos que no sólo muestran una preocupación ecológica o social, sino que pretenden poner en juego una nueva manera de entender las relaciones humanas y con el entorno, priorizando otros valores, alcanzando otras necesidades.

Orígenes del movimiento de ecoaldeas

Aunque la Red Global de Ecoaldeas (Global Ecovillage Network, GEN, acrónimo con el que se conoce popularmente este movimiento) se funda oficialmente en el año 1995, en un encuentro celebrado en la comunidad de Findhorn (Escocia), sobre “Ecoaldeas y Comunidades Sostenibles”, lo cierto es que los orígenes o influencias en este movimiento son muy variados. Para Rashmi Mayur, director del Instituto Internacional para un Futuro Sostenible, en Bombay (India) el mayor reto con el que debe enfrentarse la humanidad es la creación de asentamientos humanos sostenibles. Con la tendencia actual, en pocos años la mayor parte de la población mundial vivirá en las ciudades. Su crecimiento es irrefrenable, especialmente en el Sur. Las consecuencias son conocidas: congestión y problemas de movilidad, contaminación creciente, proliferación de barrios marginales, aumento de los índices de criminalidad, de pobreza, de mortalidad. Realidad en la que se ven inmersas millones de personas, y ya no sólo en el Sur, sino también en las ciudades del rico Norte, donde una inmigración masiva en busca de mejores condiciones de vida está suponiendo una degradación sin precedentes de la calidad de vida. Ante estos hechos y evidencias, Mayur se pregunta: “¿qué porvenir tiene la civilización urbana? ¿a dónde se dirigen nuestras ciudades? ¿qué está ocurriendo a nuestros pueblos, en los que todavía viven millones de personas en el Sur? ¿qué clase de ciudades queremos y cómo construir ciudades y pueblos que sean habitables? ¿cómo construir ecohábitats?” Mayur ve en el modelo de las ecoaldeas una posible respuesta a estas difíciles preguntas.
Por su parte, Helena Norberg-Hodge, directora de la Sociedad Internacional de Ecología y Cultura y codirectora del Foro Internacional sobre Globalización, nos advierte de las negativas consecuencias de la globalización sobre amplios grupos de seres humanos, que, ante la presión de un sistema económico de libre comercio que favorece las grandes corporaciones multinacionales, se ven obligados a abandonar su forma de vida, basada en una economía local, de escaso impacto ambiental y con fuerte apoyo comunitario, para convertirse en mano de obra barata en los suburbios de las ciudades, alejados de su medio natural y con un tejido social resquebrajado. En su opinión, el problema del Sur es que para salir de su actual situación de subdesarrollo y pobreza, los dirigentes locales abrazan inmediatamente las propuestas modernizadoras que como cantos de sirena les llegan desde el Norte. No existe otra referencia válida. La modernización occidental lleva a estos países inversiones que favorecen sin duda la situación económica de las élites locales, pero que contribuyen escasamente al bienestar de la población en su conjunto. Para Helena Norberg-Nodge es claro que si creáramos estilos de vida realmente sostenibles en el Norte, ello serviría de ejemplo convincente y alternativo para el Sur. Por ello, su preocupación es cómo crear formas de vida sostenibles en los países occidentales, de manera que cuando el Sur busque modelos para su desarrollo se encuentre con que lo moderno es algo que ya estaba en su propia forma de vida tradicional. En este sentido, las ecoaldeas pueden ser un válido referente.
Desde otra perspectiva, Ted Trainer, profesor de la Universidad de Nueva Gales del Sur, Australia, ha dedicado parte de su trabajo de investigación a analizar el impacto ecológico y social de nuestra forma de vida actual. “El estilo de vida que se da por hecho en los países ricos, afirma, es sólo posible para una pequeña parte de la población mundial, y por un periodo corto de tiempo, y a costa de arrebatar a los demás países sus cada vez más escasos recursos y generar un daño ecológico de proporciones catastróficas.” Recurriendo a novedosas formas de medir nuestro impacto ambiental, como el estudio de la huella ecológica, Trainer asegura que se necesitarían unas ocho veces más de tierras productivas que la totalidad de las que dispone el planeta, si los 9-10 mil millones de personas que habitarán la Tierra en breve tuvieran que vivir como vivimos nosotros, en los países occidentales, con un consumo de unas 4.5 has. de terreno productivo por persona (necesarias para dar comida, agua, energía y vivienda a una persona), cuando en realidad no nos toca a más de 0.7 has. por habitante (suponiendo una población mundial de unos 9 mil millones de habitantes). El crecimiento económico tiene por tanto límites inevitables y la solución a los problemas de los países en desarrollo no pasa, en opinión de este autor, por aumentar el crecimiento, sino por reducir nuestro propio impacto, reducir nuestra huella ecológica, desarrollar una forma de vida más simple. “¿Qué podemos hacer entonces?, se pregunta el profesor Trainer, ¿cómo puede contribuir la gente que se siente implicada por la situación global en la transición hacia un orden mundial sostenible? La única respuesta es poner la mayor parte de nuestra energía en el desarrollo y demostración de estilos de vida alternativos, en comunidades y en sistemas, de manera que cuando la sociedad de consumo se encuentre con un problema realmente serio, la gente pueda ver que existe una alternativa, una que es más sana, factible, atractiva, justa y ecológicamente sostenible.”
Para terminar de citar algunas de las fuentes de las que bebe el movimiento de ecoaldeas (sin que esta breve lista agote todas ellas), Hildur Jackson, una de las grandes impulsoras de la red de ecoaldeas, nos recuerda en varios de sus escritos que la ruptura entre espiritualidad y ciencia, que en Occidente se hace evidente a partir del 1600 d.C, ha permitido un control sin precedentes sobre la Naturaleza a través del progreso tecnológico, lo que sin duda ha beneficiado enormemente a la humanidad en cuanto a la satisfacción de sus necesidades materiales, pero por otra parte es la causa del materialismo y consumismo actuales en el que viven inmersas miles de millones de personas en el mundo, apoyando un expansionismo económico que supone una carga intolerable para el planeta. “En las ecoaldeas, afirma Hildur, sus habitantes tratan de recomponer la fragmentación de la cultura existente, con la creación de un visión holística del mundo … restaurando los sistemas circulatorios de la gente y la naturaleza en todos los niveles”.
Todos estos datos e ideas eran conocidas para las más de 400 personas, procedentes de 40 países, que en 1995 se juntaron en la ecoaldea Findhorn (Escocia) para participar en el encuentro sobre Ecoaldeas y Comunidades Sostenibles. Allí se decidió dar forma legal a la Red Global de Ecoaldeas, (GEN: Global Ecovillage Network) y establecer tres redes regionales que cubriesen geográficamente el globo, con centros administrativos en las ecoaldeas The Farm (Estados Unidos), Lebensgarten (Alemania) y Crystal Waters (Australia), y una oficina de coordinación internacional en la sede de Gaia Trust (Dinamarca). La Red de las Américas, ENA (Ecovillage Network of the Americas), se divide en nueve regiones que cubren el continente desde Canadá hasta América del Sur. La Red Europea (GEN-Europe) se organiza nacionalmente, con unas 15 redes nacionales como miembros activos de la red. Por último, GENOA es la Red de Oceanía y Asia, con redes consolidadas en Australia, Nueva Zelanda y Sri Lanka y redes emergentes en Japón, India y otros países de la región. Representantes de todas las sedes regionales y de Gaia Trust, la organización no lucrativa que impulsó el nacimiento de la red, forman el consejo internacional del GEN, cuya misión principal es difundir el modelo de ecoaldeas y colaborar con organismos internacionales como la ONU.
En la actualidad existen ecoaldeas en casi todos los países del mundo, aunque en muchos casos se trata de proyectos o iniciativas que están dando sus primeros pasos. Es el caso del territorio español, donde varios grupos de personas están tratando de sacar adelante sus proyectos de vida sostenible, pero sin que ninguno de ellos sea realmente un ejemplo completo y consolidado de lo que puede ser una ecoaldea. La Red Global de Ecoaldeas tiene una página web muy activa con numerosa información sobre el tema (en inglés). Se puede consultar a través de http://www.ecovillage.org. Para conseguir información sobre la red europea se ha de visitar http://www.gen-europe.org. Finalmente, en el caso español existe también una Red Ibérica de Ecoaldeas, RIE, formada por unas pocas ecoaldeas y proyectos. Se puede conseguir información sobre la RIE a través de las páginas del Foro Repoblando (http://www.repoblando.org) y de la asociación Selba Vida Sostenible (http://www.selba.org)
Qué es una ecoaldea
En la medida en que se trata de un modelo teórico cabe decir que existen tantas deficiones de ecoaldea como personas han trabajado en el concepto. No obstante, todas ellas tienen rasgos comunes que dan consistencia al modelo. En la práctica cada proyecto de ecoaldea es diferente, pues cada grupo interpreta a su manera lo que es vivir en una ecoaldea. El resultado es que no existen dos ecoaldeas iguales y las diferencias en algunos casos son enormes. En el caso de comunidades intencionales, algunas ecoaldeas centran su esfuerzo en temas exclusivamente ecológicos (como la producción ecológica de alimentos, las energías renovables, etc.), otras muestran una mayor inquietud social (economía compartida, educación alternativa, relaciones sociales, antiglobalización, pacifismo, etc.), por último existen ecoaldeas con una base primeramente espiritual. Si se trata de grupos trabajando en comunidades locales (pueblos, pequeñas ciudades…), su interés principal se centra en los temas ecológicos y sociales. Esta enorme variedad hace que para muchas personas sea engorroso decir que forman parte de una red en la que también están otros grupos con los que no se sienten identificados. Sin embargo, es precisamente la diversidad lo que da su carácter al movimiento de ecoaldeas. Cuando hablamos de los peligros de la globalización y el pensamiento único, no podemos pensar que la alternativa que hemos de ofrecer ha de ser única y global. Si aceptamos que somos diferentes y valoramos la diversidad, las ecoaldeas (o cualquier otra propuesta de vida alternativa y sostenible) han de reflejar necesariamente las diferencias existentes.
De todas las definiciones existentes de ecoaldeas, la más conocida, sin duda debido a su brevedad y concisión, es la de Robert Gilman, fundador del Context Institute y autor del libro Ecoaldeas y Comunidades Sostenibles. Para Gilman una ecoaldea es «un asentamiento humano, concebido a escala humana, que incluye todos los aspectos importantes para la vida integrándolos respetuosamente en el entorno natural, que apoya formas saludables de desarrollo y que puede persistir en un futuro indefinido». Como no podía ser de otra manera, dada su brevedad, es una definición vaga pero con el mérito de reunir en un corto espacio las ideas fundamentales: 1. asentamiento humano, es decir con casas y negocios situados en un espacio concreto, no es por tanto una comunidad virtual, aunque dicho espacio puede estar en el campo o en una ciudad. 2. a escala humana, suficientemente pequeña como para que la gente se conozca y para que la participación pueda ser directa, pero suficientemente grande para que quepan en su interior una diversidad de negocios (sobre el tamaño se barajan muchas cifras, entre 500 y 5000 habitantes, aunque algunos autores lo extienden hasta 20.000) 3. con todos los aspectos importantes para la vida, lo que incluye actividades agrícolas, artesanales, formativas, culturales, espirituales, etc. 4. integradas respetuosamente en el entorno natural, lo que recoge inquietudes ecologistas (agricultura ecológica, construcción con materiales locales y no tóxicos, energías renovables, etc.) pero también humanas (respeto por la tradición y el alma de un lugar) 5. apoya formas saludables de desarrollo, es decir en calidad y no en cantidad, buscando aumentar la riqueza social y la calidad de vida de la gente, sin que sea necesario un mayor crecimiento económico, y con un uso sostenible de los recursos locales 6. y puede persistir en un futuro indefinido, con un alto grado de autosuficiencia y autonomía, y de solidaridad con las generaciones futuras.
El mérito de esta definición es que, dada su generalidad, es perfectamente asumible por cualquier comunidad local. Un activo grupo de personas en cualquier pueblo o barrio de una ciudad puede adoptar esta definición como punto de partida para convertir su entorno en un lugar más sostenible.
Una definición más precisa, y por tanto más controvertida, ha sido elaborada por Hildur Jackson, coeditora del libro Ecovillage Living, en el que desarrolla su pensamiento sobre el concepto de ecoaldea, a la vez que recoge multitud de experiencias de ecoaldeas existentes en las que apoyar sus ideas. Hildur elabora una lista circular con una serie de elementos básicos para la vida sostenible y que deberían formar parte de cualquier ecoaldea. Estos elementos se agrupan en tres categorías fundamentales, sin que se niegue por ello su clara interrelación: dimensión ecológica, dimensión social-económica, y dimensión espiritual.
La dimensión ecológica de una ecoaldea se refiere a la conexión de la gente con el entorno natural en el que vive, y supone, entre otras cosas, el cultivo local de alimentos ecológicos en explotaciones familiares; la construcción de viviendas y otros edificios con materiales locales, naturales y no tóxicos, respetando en la medida de lo posible la arquitectura tradicional; el uso de sistemas de energía renovable integrados en la comunidad local; la creación de empresas verdes, que hacen un uso sostenible de los recursos locales, no contaminan y conocen el ciclo vital de todos los productos que utilizan; el uso eficiente y el cuidado del agua, aire y suelo limpios, favoreciendo la reparación y el reciclado para no generar residuos; la protección de la biodiversidad y la restauración de las zonas degradadas; el diseño de espacios siguiendo técnicas de permacultura.
La dimensión social tiene que ver con las relaciones que las personas establecen entre ellas, con el fin de satisfacer necesidades que no puede satisfacer por sí mismas. La economía es uno de los componentes fundamentales de esta dimensión, pues es a través de diversas actividades económicas que conseguimos satisfacer necesidades básicas como procurarnos alimentos, cobijo, etc. Desde las ecoaldeas se favorece una economía local, solidaria y sostenible. Una economía local basada en negocios y empresas que hacen un uso sostenible de los recursos locales, con una moneda complementaria de uso local o regional con el que evitar la huida de capital fuera de la comunidad; una economía solidaria, que se manifiesta en la existencia de sistemas de financiación solidaria (bancos cooperativos, bonos solidarios, etc.), de empresas solidarias (cuyo principal objetivo no es ganar dinero, sino servir a la comunidad y en especial a los grupos más desfavorecidos) y de formas de intercambio solidario (trueque, LETS, favores mutuos, etc.); una economía sostenible, cuya meta es la satisfacción de necesidades individuales y sociales y no la producción de objetos innecesarios, el aumento de la calidad de vida y no el crecimiento económico.
Otro aspecto fundamental de la dimensión social es la toma de decisiones y los asuntos relacionados con la gobernabilidad. El proceso de toma de decisiones ha de ser claro y transparente, inclusivo (no debe dejar de lado grupos minoritarios), colaborativo (huyendo de la política adversarial a la que estamos acostumbrados) y buscando el consenso (aunque sobre este punto existen posturas muy diferentes). Desde el movimiento de ecoaldeas se considera importante el aprendizaje y la formación en facilitación y toma de decisiones, como una manera de prevenir conflictos y crear un mayor sentimiento de comunidad. Igualmente importante es aprender a resolver conflictos por medios no violentos.
Crear comunidad, establecer redes de apoyo y de intercambio, compartir recursos, cuidar los espacios públicos, reconocer y valorar lo diferente, favorecer prácticas de salud preventiva y holística, crear espacios para los grupos tradicionalmente marginados (niños, mujeres, ancianos, etnias minoritarias, inmigrantes…), promover una educación continua, fomentar todo tipo de manifestación artística y cultural, etc. son algunos de los elementos de la dimensión social que también son valorados en la propuesta de Hildur Jackson y el movimiento de ecoaldeas.
Por último, la dimensión espiritual se refiere a la relación que cada persona establece con su ser profundo, con la totalidad, o con los diferentes dioses y diosas (según preferencias). La espiritualidad se expresa a través de elementos como el rito y la celebración, que ayudan a desarrollar un sentimiento de dicha, pertenencia y unidad; la creatividad y la actividad artística, como una expresión de unidad e interrelación con el universo; la reflexión y el trabajo personal, con prácticas como la meditación, el yoga, las diversas prácticas psicoterapéuticas, el estudio filosófico, etc., que nos ayudan a comprendernos mejor y comprender nuestro lugar en el mundo; y en general, a través de cualquier acto encaminado a celebrar la vida, honrar la diversidad dentro de la unidad, seguir los ciclos naturales y las tradiciones culturales. Y todo ello, dentro de una imagen holística del mundo, según la cual en lo pequeño, en el microcosmos particular en el cada uno vivimos, podemos encontrar una representación del todo, respuestas para comprender el macrocosmos.
Hasta aquí la propuesta de las ecoaldeas, según ha sido formulada por Hildur Jackson. Se trata de un modelo ideal que implica un cambio radical en la manera de entender nuestras relaciones con los demás y con la Tierra. Un cambio tan exigente que en la práctica no existe ninguna ecoaldea en el mundo que recoja en su seno todos los elementos contenidos en la anterior lista, aunque algunas se acercan bastante. Desde la perspectiva de las ecoaldeas como comunidades locales sostenibles, parece casi imposible alcanzar ese ideal. Sin embargo, y a pesar de reconocer ciertas críticas, el modelo anterior me parece perfectamente válido y defendible, con algunas matizaciones, en su aplicación a la comunidad local. En otro lugar he analizado algunas de las principales críticas que se han hecho al modelo de las ecoaldeas, especialmente en relación con la economía (el modelo no se decanta por ningún sistema económico particular, mercado o comunismo) y con la espiritualidad (para muchos, incomprensible). En lo que sigue, defiendo el modelo de las ecoaldeas en su aplicación a las comunidades locales existentes.

La comunidad local sostenible

El principal objetivo del movimiento de ecoaldeas no es crear unas cuantas comunidades intencionales, en las que unos pocos privilegiados puedan vivir de acuerdo a sus ideales. Se trata de crear un modelo alternativo que pueda ser asumido por la sociedad en su conjunto. El modelo ha de servir para que las comunidades locales existentes (aldeas, pequeños pueblos y ciudades, barrios de grandes ciudades…) tengan una referencia que les permita establecer criterios objetivos y pautas de desarrollo con las que avanzar en su propia sostenibilidad (ecológica, económica, social y cultural). Si el modelo se prueba con éxito en comunidades intencionales, sus resultados se podrán aplicar después con más facilidad a las comunidades locales existentes. Quien esté interesado en crear una ecoaldea tiene dos opciones: partir de cero, creando una comunidad intencional que contenga los elementos citados anteriormente; o trabajar en su comunidad local con personas afines, con políticos y representantes sociales para tratar de incorporar poco a poco alguno de los elementos del modelo. No me cabe la menor duda que esta segunda opción es la más urgente y necesaria.
Es necesaria porque la única manera en que podemos hacer de la sostenibilidad un agente realmente transformador es trabajando con la gente, en los lugares donde la gente vive, implicándonos en la política local, creando o impulsando asociaciones culturales, vecinales, económicas…, modelando actitudes y comportamientos basados en una ética diferente, una ética del cuidado del otro y del respeto por lo diferente. Es urgente porque el deterioro de la comunidad local es cada vez mayor, cada vez más dependiente del capital exterior, cada vez menos autónoma en cuanto a las decisiones que le afectan directamente, cada vez más desvertebrada y con menos capacidad organizativa, cada vez más descuidada en relación con su entorno y su gente. Y todo esto está ocurriendo en un pequeño lapso de tiempo. En los países del Norte la gente ha vivido en aldeas o pequeñas comunidades durante siglos. Es a partir de la Revolución Industrial que la gente empieza a abandonar el campo para trabajar en las fábricas que se construían en las ciudades. Pero sólo en las últimas décadas, el proceso de urbanización y modernización globalizante está llegando y afectando al mundo rural. Mientras, las ciudades y sus barrios están entrando también en una fase de descomposición ante el aumento de problemas como la carestía de la vivienda, la imposibilidad del tráfico, la contaminación creciente, las bolsas de pobreza y delincuencia, etc. Estos mismos problemas se multiplican en el Sur, donde el crecimiento de las ciudades está fuera de todo control, con un éxodo acelerado del campo ante la falta de expectativas y el derrumbe de la comunidad tradicional.
No se trata de volver para atrás, en busca de una comunidad tradicional idealizada, donde la gente vivía en armonía y feliz con su existencia. Seguramente tal comunidad nunca existió. Se trata de entender la modernidad de otra manera, no sólo como desarrollo económico, sino como desarrollo humano. Trabajar para transformar las comunidades locales en ecoaldeas no es retroceder en el tiempo, es un paso adelante en un tiempo que ya no se entiende linealmente, sino circularmente, con un centro que permanece establece, un centro que nos recuerda nuestro origen, lo que somos, nuestra vinculación con el lugar en el que vivimos. Un centro que nos habla de costumbres, de tradición, de elementos que conforman la identidad del lugar, un centro en el que se halla el alma del lugar, parte de nuestra propia alma. Un tiempo que se mueve además en círculos con los que nos diferenciamos del pasado y experimentamos con el presente, que nos permite expresar lo que somos de acuerdo al espíritu de cada época. Círculos para innovar, para crear nuevas formas de relacionarnos con la tierra y con nosotros mismos. El modelo de las ecoaldeas entiende que para que una comunidad sea sostenible debe reconocer lo valioso del pasado, toda una multitud de saberes acumulados durante milenios que se están perdiendo ante la presión uniformizante de la tecnología moderna, pero a la vez debe ser flexible y abrirse a la novedad de ideas y técnicas con las que mucha gente está experimentando hoy en día. Las comunidades locales necesitan ideas y técnicas para ser más sostenibles ecológicamente, pero sobre todo necesitan ideas y técnicas para ser más sostenibles socialmente, pues es la pérdida del sentimiento de comunidad lo que más daño les está haciendo.

Situación actual de las comunidades locales

Una comunidad local está formada por un grupo de personas que habita un lugar concreto, lugar en el que prevalecen las relaciones directas entre las personas y entre éstas con el entorno. La comunidad son las personas, el entorno y las relaciones que se establecen entre ambos. Puede ser un pueblo, una comarca, una pequeña ciudad, o un barrio de una gran ciudad. Desde una perspectiva funcional, la comunidad local es el centro de las actividades cotidianas (educación, compras, ocio y trabajo), o dicho de otra manera, es el conjunto de infraestructuras, recursos y servicios que permiten satisfacer las necesidades básicas (alimentación, vivienda, formación, trabajo, ocio, etc.). Vista desde otro ángulo, la comunidad local es un espacio de relaciones entre personas con intereses diversos e interrelacionados, es el conjunto de las estructuras y redes formales e informales que los habitantes crean con el fin de obtener apoyo mutuo para sus intereses, intercambiar cosas (información, conocimiento, opiniones, favores…) y satisfacer otras necesidades básicas de carácter psicosocial (pertenencia, reconocimiento, identidad, etc.).
Por último, la comunidad local puede ser abordada desde una nueva dimensión, la dimensión simbólica. Desde esta nueva perspectiva, la comunidad local es para sus habitantes una experiencia estética y afectiva, una experiencia que se alimenta de las vivencias que cada persona tiene en relación con el espacio que le rodea y las personas que lo habitan o lo habitaron, un espacio que valoran por su paisaje, cultura, arquitectura, historia. Se trata de una percepción subjetiva que nos conecta con otras necesidades básicas (expresión creativa, búsqueda de la belleza y de la armonía, celebración de la unidad, etc.).
Si repasamos ahora cuál es la situación actual de las comunidades locales en el mundo, especialmente en los países occidentales, en cada uno de los tres aspectos comentados anteriormente, el resultado no puede ser más decepcionante.
Desde la perspectiva funcional, la comunidad local falla en garantizar el acceso a recursos básicos a importantes grupos de la población. Sea en el mundo rural o en las ciudades, nos encontramos con personas sin empleo, ancianos que no reciben ninguna atención, familias que no pueden optar a una simple vivienda, y en muchos lugares personas que mueren de hambre. La comunidad local falla en establecer una relación respetuosa con el entorno, permitiendo una excesiva contaminación del suelo, del agua y del aire (fertilizantes, pesticidas, residuos tóxicos, combustión, ruidos, basura, etc.), cediendo el espacio público al coche y al asfalto y desterrando cualquier vestigio de zona natural y salvaje del interior de la comunidad. La comunidad local falla en su capacidad para satisfacer por sí misma las necesidades básicas de la población, haciéndose cada vez más dependiente del mercado globalizado y menos autosuficiente.
Desde la perspectiva relacional, la comunidad local ha perdido cohesión social, se halla cada vez más desvertebrada, con un predominio de lo individual y lo privado sobre lo colectivo y lo público. Las relaciones se limitan a la familia y a unos pocos amigos, el contacto en la calle desaparece, la desconfianza aumenta. La gente se desentiende de los problemas comunes y prefiere delegar en los políticos y los representantes locales. De esta manera la comunidad pierde también autonomía, capacidad para decidir por sí misma. Los políticos, como miembros de partidos políticos de ámbito no local, tienden a plegarse a las exigencias que vienen de arriba y desconsideran las preocupaciones reales de la gente. La comunidad local se halla cada vez más expuesta a actuaciones externas que en algunos casos pueden significar su total destrucción. Aun sin la existencia de peligros externos, la comunidad local tampoco sabe como abordar sus crisis internas (despoblación, falta de expectativas, dificultades para encontrar vivienda…). Faltan personas con los conocimientos adecuados o no se valora las aportaciones de las personas que vienen de fuera. No existen verdaderos líderes voluntariosos e inquietos, capaces de buscar soluciones allá donde se están creando y de iniciar proyectos atrevidos que permitan resolver los problemas, en colaboración con empresarios, autoridades locales y otros representantes de la sociedad civil.
De la misma manera, la dimensión simbólica de la comunidad local también ha resultado muy dañada en los últimos años. Grandes proyectos urbanísticos y de desarrollo, en el contexto de una sociedad que se aleja de la comunidad y tiende al individualismo, han producido un fenómeno de desapropiación y desidentificación simbólica con el espacio. La gente siente que el espacio en el que vive ya no le pertenece, ya no forma parte de su experiencia afectiva, no es el espacio en el que transcurrieron muchas de sus vivencias. Lo han cambiado, está en otras manos. Este fenómeno de desidentificación simbólica conlleva cierta apatía y falta de interés por los temas comunitarios, el repliegue sobre uno mismo y sus propios intereses, y la búsqueda de alicientes no locales. Por otra parte el espacio, y todo lo que éste contiene, pierde su carácter sagrado, su valor en sí mismo como componente fundamental del tejido de experiencias afectivas que conforman personas y cosas en la acumulación de vivencias de distinta índole. El espacio, el entorno, deja de ser algo que haya que cuidar, ya no tiene más valor que el que deriva de su posible uso económico.
Ecoaldeas y comunidades locales
Muchos de los problemas que afectan a las comunidades locales (despoblación en el mundo rural, superpoblación en las ciudades, precariedad de empleo, inseguridad, degradación ambiental, etc.) son consecuencia de un modelo de desarrollo agotado, un modelo centrado en el crecimiento económico, en la producción de objetos de consumo y en la acumulación individual de tales objetos, un modelo que apuesta por la cantidad y no por la calidad, basado en la competición y no en la cooperación. Ante la falta de alternativas, la respuesta de las comunidades locales a sus problemas es insistir en el modelo. Engañados por los cantos de sirena de los agentes de la globalización, los representantes locales acogen con alegría las inversiones de las grandes corporaciones, las propuestas encaminadas hacia un mayor desarrollo, con lo cual los problemas no hacen sino aumentar.
El modelo de las ecoaldeas pretende ser una alternativa real para las comunidades locales, ofreciéndoles la posibilidad de trabajar en otra dirección, incorporando ideas y técnicas que han sido experimentadas y contrastadas en pequeñas comunidades intencionales. Si volvemos la vista atrás y analizamos con calma la lista de elementos, sugeridos por Hildur Jackson, para la sostenibilidad de los asentamientos humanos, veremos que la mayoría de ellos encajan perfectamente como soluciones válidas para los problemas descritos en el apartado anterior, cuando hablábamos de la situación actual de las comunidades locales.
Las propuestas ecológicas de las ecoaldeas resolverían gran parte de los problemas funcionales de la comunidad local. La contaminación del suelo y del agua por fertilizantes y otros productos químicos se evitaría con la introducción de la agricultura ecológica y con la creación de empresas verdes. La contaminación del aire (CO2, ruidos) se evitaría con un diseño urbano que relegara el uso del coche en favor del transporte público, la bicicleta o el paseo. La necesidad de energía se podría satisfacer con fuentes renovables locales (saltos de agua, biogás, placas solares, aerogeneradores, etc.)
Otros problemas funcionales, como la falta de empleo, se podría solucionar con la creación, con financiación local, de empresas solidarias que hicieran uso de los recursos locales para servir a la comunidad. La introducción de una moneda complementaria local, o regional, contribuiría también a fomentar el flujo económico en el interior de la comunidad, evitando la pérdida de capital.
El problema de la descohesión social podría solucionarse tomando algunas de las propuestas de creación y desarrollo comunitario sugeridas en el modelo de las ecoaldeas. Necesitamos crear comunidad, generar confianza, aumentar el entramado de nuestras relaciones sociales. Esta es la base para una red social rica y cohesionada, para disponer de capital social, según el término introducido por Robert D. Putnam . Desde las ecoaldeas se insiste en que el principal problema al que deben enfrentarse los actuales asentamientos humanos no es la falta de sostenibilidad ecológica, de por sí grave, sino la falta de sostenibilidad social. Para que una comunidad local sea más sostenible socialmente se deben fomentar valores como el apoyo mutuo, el compartir recursos, reconocer lo diferente, etc. Los miembros de una comunidad local que aspira a la sostenibilidad deben aprender a cooperar en la toma de decisiones, a desarrollar habilidades sociales que favorezcan la comunicación y prevengan la aparición de conflictos. Para ello se requiere formación, educación continua, dar ejemplo. Y se requiere una educación escolar diferente, basada en una cultura de la paz y la no violencia, en la creación de un espíritu de colaboración y no de competición. Todo esto se puede encontrar en las ecoaldeas existentes.
Por último, los problemas existentes en la dimensión simbólica de la comunidad local, básicamente la ruptura de un imaginario social colectivo, desgarrado por la tendencia individualista de la sociedad y por un exceso de intervención desarrollista, podrían ser tratados con algunos de los elementos espirituales del modelo de las ecoaldeas. Consciente de que la palabra “espiritualidad” genera controversia, me gustaría recordar que espiritualidad no debe confundirse con religión, no implica necesariamente la existencia de una entidad transcendente de la que derivaría el sentido de nuestras vidas. Podemos encontrar sentido en un profundo sentimiento de pertenencia e identidad con un paisaje, con unas gentes, con las que compartimos tiempos, lugares y vivencias. Es lo que en otro sitio he llamado el alma del lugar , un espacio imaginario de identificación colectiva. Es también el origen de algunos de nuestros valores comunitarios. Corregir la actual tendencia desintegradora en la que se ven envueltas las comunidades locales, requiere restaurar de alguna manera el alma del lugar, recrear el sentido profundo de comunidad. Y esto se puede hacer a través de la recuperación de antiguos ritos y fiestas, en muchos casos ligadas a la tierra y los ciclos naturales (algo que, por cierto, muchas comunidades locales están empezando a hacer). Y se puede hacer a través de la creatividad y la experiencia artística, que permiten hacer manifiesta la belleza y armonía del lugar. Especialmente importante en este punto son las intervenciones en espacios públicos. Urbanistas y arquitectos deberían tener muy en cuenta el alma del lugar antes de intervenir en él, pues captar su belleza y armonía internas no es una pura cuestión estética, es un elemento integrador para la comunidad, una manera de fortalecer su cohesión y contribuir al reforzamiento de valores ligados al cuidado, la confianza y la cooperación .
Por otra parte, la identificación simbólica con un lugar no nos debe hacer caer en la trampa del localismo, la creencia de que un lugar y unas gentes pueden ser mejores o superiores que otros. Las comunidades locales están obligadas a entenderse entre ellas, especialmente si quieren tener algún éxito en su enfrentamiento con las poderosas fuerzas liberadas por la globalización. El espíritu que anima todo lugar es en esencia el mismo, por muy diversas que sean sus manifestaciones locales. Algunos lo llaman el espíritu de la Tierra como totalidad viva, Gaia, otros afirman simplemente que todos los seres humanos somos iguales y que todos los seres vivos merecen el mismo respeto.
Crear comunidad es sin duda la tarea más importante a la que deben enfrentarse las comunidades locales que trabajan por la sostenibilidad. Y no es fácil. Es mucho más difícil que incorporar algunas de las tecnologías “eco”, más difícil que poner en marcha sistemas de participación abierta o de resolución de conflictos. Se necesita un cambio de valores, una nueva manera de ver y sentir nuestra relación con la gente que nos rodea y con el espacio que nos acoge. Un cambio que no se consigue simplemente con formación y difusión de conocimientos. Se necesitan modelos asentados sobre dichos valores, modelos que puedan ser imitados por otras personas y grupos. Y se necesitan personas capaces de asumir el cambio, conscientes de la bondad de tales modelos y entusiastas para incorporar algunos de sus rasgos en sus propias comunidades. Este es el reto del movimiento de ecoaldeas, crear modelos sólidos para una vida sostenible y difundirlos utilizando todos los recursos posibles. Nuestro futuro depende de nuestra capacidad para generar este cambio.
Recursos
Libros
Barton, Hugh, ed. Sustainable Communities. The Potential for Eco-Neighbourhoods. Earthscan, 2000
Jackson, H. y Svenson, K. Ecovillage Living. Restoring the Earth and Her People. Green Books, 2002
Eurotopia. Guía europea de comunidades y ecoaldeas. Ed. Fundación GEA, 2001
Jackson, R, ed. The Earth is Our Habitat. Gaia Trust. [Una versión electrónica en español se puede conseguir en http://www.selba.org/SelbaPublicaciones.htm]
Langford, Andy. Desarrollo de comunidades sostenibles. Manual para trabajadores de campo. Ed. por el autor, 1995. Se puede conseguir una copia electrónica de este manual en http://www.selba.org/SelbaPublicaciones.htm
Mander, Jerry. En ausencia de lo sagrado. El fracaso de la tecnología y la sobrevivencia de las naciones indígenas. Ed. CuatroVientos, Chile.
Maslow, Abraham. El hombre autorrealizado. Kairos, 2001
Max Neef, Manfred A. Desarrollo a escala humana. Icaria Editorial.
Mindell, Arnold. Sitting in the Fire. Lao Tse Press, 1995. Ed. en español: Sentados en el fuego. Ed. Icaria, 2004.
Moreno, E. y Pol, E. Nociones psicosociales para la intervención y gestión ambiental. Publicaciones de la Universidad de Barcelona, 1999.
Wackernagel, M. y Rees, W. Nuestra huella ecológica. Reduciendo el impacto humano sobre la tierra. Ed. Santiago, 2001 Warburton, Diane, ed. Communities & Sustainable Development. Earthscan, 2000.

Revistas
Ecohabitar. Revista de Bioconstrucción, Permacultura y Vida Sostenible: http://www.ecohabitar.org
El Ecologista. Revista de Ecologistas en Acción: http://www.ecologistasenaccion.org/revista/home.htm
Integral. http://www.larevistaintegral.com
Noticias Positivas: http://www.portalnoticiaspositivas.org
La Fertilidad de la Tierra. Revista sobre agricultura ecológica. http://www.terra.org/home_revistas.php
The Ecologist, versión en español: http://www.theecologist.net/files/docshtm/index.asp

Direcciones
Red Europea de Ecoaldeas, GEN-Europe: http://www.gen-europe.org
Selba Vida Sostenible (ecoaldeas, permacultura, economía solidaria, facilitación): http://www.selba.org
Ecohabitar (amplia oferta de libros sobre temas alternativos): http://www.ecohabitar.org
Foro Repoblando (Portal de encuentro para interesados en el mundo rural): http://www.repoblando.org
REAS (Red de Economía Alternativa y Solidaria): http://www.economiasolidaria.org
Permacultura-es.org (Portal de la permacultura en España): http://www.permacultura-es.org
* Autor: José Luis Escorihuela, «Ulises»
Licenciado en Matemáticas y Filosofía, colaborador de la revista Ecohabitar, Artosilla (Huesca)
Fuente: www.ecoaldea.com