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Moneda social y moneda virtual

Por Marga Padilla No hace mucho escuché decir a Michel Bauwens, el de la Fundación P2P, que los distintos procomunes se pueden clasificar según unos ejes que pintarían una especie de puntos cardinales. Imagina (o, mejor, dibújalo) que en el norte está lo centralizado o global, en el sur está lo descentralizado o distribuido o […]

29 Abril 2013

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Por Marga Padilla

No hace mucho escuché decir a Michel Bauwens, el de la Fundación P2P, que los distintos procomunes se pueden clasificar según unos ejes que pintarían una especie de puntos cardinales.

Imagina (o, mejor, dibújalo) que en el norte está lo centralizado o global, en el sur está lo descentralizado o distribuido o local, en el este está lo que no tiene ánimo de lucro y en el oeste está lo que sí tiene ánimo de lucro.

Pues bien, según Bauwens, en cada uno de estos cuadrantes podemos hallar procomunes. Y el ejemplo que puso de procomún en el sudoeste, es decir, en el cuadrante que combina ánimo de lucro con descentralización, fue el de los Bitcoins (también conocidos como BTC). (Para dimensionar el asunto de lo lucrativo, decir que, en este contexto, cuando se habla de lucro es para referirse a procomunes que no lo excluyen necesariamente, aunque tampoco lo exigen. El software libre, sin ir más lejos, también caería en la mitad oeste de esta cuadrícula, ya que es un procomún que permite o, mejor dicho, no impide “hacer negocio”).

El Bitcoin es una “moneda” digital que circula en una red de dinero P2P (sí, eso, P2P, igual que las descargas) cuyo funcionamiento se basa en el uso de criptografía. A efectos prácticos, para usarla no hay que saber nada de altas matemáticas. Basta con comprarla (con euros, por ejemplo) y utilizarla en las tiendas que la aceptan, casi todas vinculadas a servicios ofrecidos por Internet.

¿Dinero P2P? Sí, exactamente eso. A diferencia de otros proyectos de dinero digital, Bitcoin no depende de ninguna autoridad central, nadie se lleva comisiones, opera con una tecnología punto a punto, está gestionada por el dispositivo de múltiple software libre que la regula y está garantizada por los usuarios (que son absolutamente anónimos). O, dicho de otra manera, no hubiera habido empresas ni gobiernos ni alianzas entre ambos que, cuando el escándalo del Cablegate, hubieran podido impedir que Wikileaks recibiera dinero con Bitcoins, así como sí que se le impidió que recibiera donaciones por Paypal, Visa y Mastercard. Cuesta entenderlo, ¿verdad?

En mecambio.net/bitcoin/ hay una explicación muy buena de qué son y qué no son los Bitcoins: “Bitcoin no es una moneda social, no garantiza una economía justa o local, es una moneda virtual abstracta e interplanetaria abierta a todo tipo de usos de mercado”.

No garantiza una economía justa, pero la gente de mecambio.net la ha puesto ahí, junto al Puma (moneda social), el Zoquito (moneda complementaria), Coop57 (servicios financieros éticos y solidarios) o Fiare (banca ética). Eso da que pensar, ¿no?

Las monedas sociales, como el Boniato, suelen estar vinculadas a la economía local, el consumo ecológico, el comercio justo y la confianza entre personas que comparten vínculos, horizontes y proyectos, y que forman una comunidad que se autorreconoce como tal y que, con la moneda, aspira a dinamizar e incentivar los intercambios mutuos como forma de plantar cara al auge de las multinacionales y de las grandes superficies.

Estas comunidades, apoyándose en redes de colectivos sociales o cooperativas, con la moneda social pueden ir más allá del trueque, que se realiza persona a persona, y triangular los intercambios. Y también pueden ir más allá de los bancos de tiempo, ofreciendo productos en lugar de ofrecer solo servicios.

Esta fuerte componente local (que no descentralizada) y comunitaria exige que para formar parte de alguna manera haya que asociarse explícitamente a la red, formalizando con ello un compromiso que extiende y se apoya en experiencias vitales, sociales o políticas preexistentes.

Poco que ver con los Bitcoins. Bueno, ¿poco? ¿O quizás no tan poco?

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