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Contra la OMC, por la soberanía alimentaria

EL 10 de septiembre de 2003 ponía fin a su vida Lee Kiung Hae, pequeño agricultor asiático que se inmoló como protesta ante la cumbre que la Organización Mundial del Comercio (OMC) celebraba en Cancún (México), denunciando de esta manera las políticas que este organismo llevaba a cabo en su país. Desde aquel año se […]

21 septiembre 2011

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EL 10 de septiembre de 2003 ponía fin a su vida Lee Kiung Hae, pequeño agricultor asiático que se inmoló como protesta ante la cumbre que la Organización Mundial del Comercio (OMC) celebraba en Cancún (México), denunciando de esta manera las políticas que este organismo llevaba a cabo en su país. Desde aquel año se celebra en ese día el día internacional de lucha contra esta institución.

Una acción de protesta tan drástica y desesperada como la de Lee Kiung Hae puede sorprender desde nuestra perspectiva urbano-europea, pero no era el primero ni fue el último, y son miles los campesinos que en su lucha contra el capitalismo global han dejado y dejan su vida, más allá de los millones que mueren por sus políticas directamente.

Su recuerdo nos hace echar la mirada sobre la realidad de un movimiento social que con apenas 15 años de experiencia está siendo capaz de ofrecer una férrea resistencia y un combate directo contra la ofensiva neoliberal que sufrimos hoy día y contra los desastres que el sistema capitalista genera, condenando al hambre a las poblaciones campesinas del mundo entero, la extinción de su actividad y sus culturas y la muerte de los medios naturales.

Años de resistencia contra las políticas del Banco Mundial y el FMI apuntaladas por la OMC, organismo que controla el comercio mundial en base a los intereses de las multinacionales y los poderes financieros, responsable de la desaparición de la agricultura familiar y de las poblaciones campesinas e indígenas que la sustentan. La OMC que ampara el dumping y los subsidios a la exportación en el primer mundo además de otras relaciones comerciales injustas que imponen la importación en países agrícolamente autosuficientes y las privatizaciones de compañías públicas promotoras de la agricultura nacional, la construcción de grandes infraestructuras, liberalización de sus economías, fomento de oligopolios, o privatización de recursos naturales, entre otras. La OMC como protectora de la biopiratería y los Organismos Genéticamente Modificados (OGM), que destruyen la biodiversidad, los ancestrales recursos genéticos campesinos y la salud de las poblaciones. Depredadora de la agricultura familiar y local promoviendo del cultivo de agrocombustibles y otras producciones industriales frente a la producción de comida para los pueblos.

El movimiento a favor de la soberanía alimentaria surge ante este panorama como un nuevo internacionalismo de lucha contra las políticas neoliberales intensificadas desde la creación de la OMC. Su lucha es por un nuevo modelo de producción agrícola, apostando por una reestructuración de la economía de los pueblos hacia un sistema que recupere la agricultura familiar, local y sostenible social y ecológicamente, así como los mecanismos de soberanía popular y el control democrático desde la base. Con la Vía Campesina (movimiento que aglutina a más de 100 millones de pequeños agricultores de todo el mundo) como locomotora de esta resistencia, el movimiento ha sabido proyectarse más allá del sector campesino para coordinar su lucha con otras preocupaciones o sectores que combaten contra el modelo alimentario actual o en defensa del ecosistema y sus recursos, coordinado un gigantesco colectivo heterogéneo y complejo que moviliza, pero también traspasa el medio rural y que se convierte incluso en la propuesta más potente frente al escenario de crisis global.

Su éxito: señalar el responsable de la ya vieja crisis del medio rural y sus pobladores, las consecuencias de un modelo capitalista de producción agraria que «no reconoce la limitación de los recursos como el agua, la tierra y la energía; y es responsable de drásticas pérdidas en la biodiversidad, contribuye al cambio climático; somete a miles de personas en trabajos sin el reconocimiento de los derechos más elementales, y se aleja de una relación armoniosa con la naturaleza».

No descubrimos nada al decir que vivimos en mundo globalizado, las luchas son globales y el enemigo es el mismo en rincones muy dispares del planeta. La lucha será internacionalista o nunca llegará el cambio. El que el suicidio de un campesino indonesio, ante una cumbre en México, esté en relación directa con un consumidor que baja a hacer la compra, pongamos, en Donosti, de un kilo de carne de cerdo alimentado en Asia con maíz transgénico cultivado en Brasil en base a fitosanitarios de una multinacional inglesa, es la manifestación de un mismo sistema cruel. Que la realidad de una gran parte de las explotaciones agrícolas en los caseríos vascos hayan tenido que debatirse en los últimos tiempos entre venderse a los bancos y a la intensificación o desaparecer (si el debate no ha sido zanjado antes por una gran infraestructura o el despoblamiento rural, por ejemplo), que cueste encontrar productos sanos y de temporada en nuestros pueblos, que no haya relevo generacional, que la tierra y sus recursos esté en manos de especuladores, que los intermediarios y grandes empresas agroalimentarias hagan caja mientras el agricultor deja la actividad, etcétera, son fenómenos hermanos de, por ejemplo, el hambre en el cuerno de África. Ambos fenómenos, hijos de la expansión sin regulación del capital internacional, de décadas de políticas agrícolas injustas y desarrollo insostenible.

Frente a esto y del mismo modo que los políticos e instituciones globales apuestan en un escenario de crisis financiera por ahondar en sus recetas neoliberales que han sido sus causantes, la OMC sigue manejando el presente y el futuro de los sistemas agrarios mundiales y proponen como solución al desbarajuste que han creado sus políticas en unas pocas décadas (sirva como ejemplo los 500 millones de hambrientos en 1974 a los 1.500 millones en 2008) las mismas recetas que lo crearon: mayor liberalización del mercado alimentario. La razón es simple y vieja, el hambre de muchos hace enriquecerse a unos pocos y éstos son el poder y gobierno del sistema.

Sólo queda una salida; recuperar el control sobre nuestros sistemas agrarios, defender los modos tradicionales de producción y culturales de cada pueblo, así como el medio natural donde se insertan y sus recursos, reactivar la soberanía popular sobre los ámbitos públicos, de manera democrática y participativa, construyendo desde la base un nuevo modelo económico justo y en armonía con las gentes y la naturaleza.

De todo ello hablaremos en las jornadas Auzolan Topaketak I, que tendrán lugar en Usurbil entre el 30 de septiembre y 2 de octubre. A todas las personas interesadas en actuar a favor de la soberanía alimentaria os invitamos a participar en el batzarre abierto que hemos organizado para tratar el tema, dentro de las jornadas. Más información e inscripciones en www.auzolan.info.

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