Activismo, agroecología y economía solidaria desde una estrategia feminista

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Por Magalí Rivas

Inercia vs acción

En la sociedad se pueden observar posturas o reacciones bien diferentes frente a las denominadas “desigualdades” en nuestra sociedad. En este caso prefiero utilizar la palabra “inequidad” ya que, como afirma la cientista política argentina Guillermina Tiramonti: la equidad exige una política de reconocimiento de lxs otrxs como subjetividades diferentes, seres diferentes que interactúan en un espacio social. Muy distinto es el concepto de “igualdad” que plantea una homogeneización social: una imposición cultural para que “seamos todxs iguales”, intentando borrar así las diferencias que existen en toda sociedad. Ahora bien, por un lado, una de las posturas que puede percibirse frente a las inequidades sociales no pasa de la mera indignación: lxs individuxs las reconocen, pero solo quedan en este plano, inmóviles o a lo sumo aflora la verborragia en alguna red social. Y por otro lado están lxs activistas que frente a las inequidades adoptan un discurso-modo de acción para intentar cambiar las cosas. La propuesta es: hablemos del binomio discurso-acción, de las formas del “hacer” en el movimiento feminista.

La acción es la actividad que nos permite realmente acceder a una relación con los otros, sin mediaciones, directa. Con ella no solo intervenimos en el mundo, sino que “hacemos” mundo (…) necesita un espacio de aparición- la esfera pública- que garantice que las acciones serán recordadas. La acción se compone de “hechos y palabras”” Para la filósofa alemana Ana Arendt somos en la medida que actuamos, ya que mediante la acción se revela la identidad de los sujetos y hacen su aparición en el mundo humano. Que el contenido de la acción sean “hechos y palabras”, significa aquí que la acción está estrechamente relacionada con el discurso, pues en la mayoría de los casos se manifiesta a través del discurso; el debate constituye la esencia misma de la vida política. Y no termina aquí, pues lo que Arendt entiende por acción está fuertemente ligado a la idea de libertad: “Los hombres son libres tan pronto como actúan, ni antes ni después; ser libre y actuar es lo mismo”. La libertad a la que se refiere es una “libertad para”, que se experimenta en el hacer y en la asociación con los demás.

Ante lo que es intentar elaborar una acción transformadora, de “libertad para”, los movimientos sociales adoptan, en línea con los intereses e ideas que defienden, diferentes estrategias que plasman ese discurso llevado al plano de la acción de variadas maneras, y que a su vez se traducen, en muchos casos, en nuevas formas de hacer política, entendida ésta como herramienta de transformación y cambio.

Feminismo y agroecología: un ejemplo sobre “hechos y palabras”

Las mujeres integrantes de la ANA (Articulación Nacional de Agroecología) de Brasil afirman respecto de la construcción de una agenda con estrategia feminista en la agroecología: Sin feminismo no hay agroecología. Para estas mujeres la economía feminista es una forma, una herramienta para resistir a los ataques del capitalismo patriarcal, un trabajo sostenido colectivamente en un hacer cotidiano. Esta es una de las tantas estrategias feministas de acción y plasma algunas de las premisas fundamentales que guían el trabajo de un movimiento amplio y complejo como es el movimiento feminista, y de allí su particular aporte a re-pensar las formas de hacer política.

Ahora cabe preguntarse ¿por qué desde la agroecología hablan de una íntima relación entre agroecología y feminismo?  ¿Cómo esto se relaciona con los “hechos y palabras” de los que habla Arendt? No hay otra forma de construir una agroecología crítica y transformadora, en la que prime una visión ética de justicia social y ambiental, si no se asume también la lucha feminista, y dicha visión “…presupone el reparto de los trabajos del hogar, de cuidados y de la gestión de la producción, una vida sin violencia, guiada por el respeto y la igualdad. Esto implica la garantía del derecho de las mujeres a la plena participación en la vida social y política en sus comunidades”.

La agroecología va más allá de las prácticas de manejo agrícola, pues supone también otra forma de relación entre las personas y la naturaleza, y no ve la naturaleza como un recurso inagotable explotado por hombres y mujeres sino que la concibe desde un uso respetuoso que nos permita vivir bien. Otra condición para que exista la agroecología es construir otra relación entre las personas, es decir el respeto teniendo en cuenta  habilidades, conocimientos e intercambio de experiencias entre iguales. Las mujeres en nuestra sociedad muchas veces no son consideradas iguales. Aquí, en una combinación de análisis-práctica, la economía solidaria en diálogo con la economía feminista, y la soberanía alimentaria, abre la posibilidad de superar fragmentaciones entre producción-reproducción y entre lo político-lo económico. No por nada se ha llegado a popularizar tanto el lema feminista “Lo personal es político”.

Algunas tareas y funciones son consideradas masculinas y otras femeninas, siendo las masculinas más valoradas en la sociedad capitalista-patriarcal. La sociedad capitalista también se estructura por la separación entre producción de mercancías y la reproducción de las personas (lxs trabajadorxs que producen las mercancías). El trabajo reproductivo, realizado en el espacio doméstico es invisibilizado y desvalorizado socialmente. Economistas feministas señalan que no se trata solo de visibilizar el trabajo doméstico y de cuidados, sino también de mostrar que es parte del trabajo llamado productivo. Proponen superar esta contradicción fundamental con una reorganización de la economía que tendría como centro la sostenibilidad de la vida humana. La economía solidaria en este marco propone resignificar el trabajo en función de lo que proporciona en crecimiento personal y no por su medida mercantil, así como también ampliar el concepto de trabajo.

En la vereda contraria a la economía capitalista, que tiene como centro su propia reproducción basada en el lucro, la propiedad privada y la alienación en el trabajo, está entonces la economía solidaria que busca responder, en línea con lo antedicho, a las necesidades materiales y afectivas de las personas en base a la autogestión y la reciprocidad. La participación de mujeres en la economía solidaria no solo posibilitó que generaran sus propios ingresos sino que también las involucró en un proceso de organización, de autogestión, en el que ellas son sujetos políticos. Contribuyendo así para la construcción de la autonomía económica, personal y política de las mujeres.

El feminismo generó profundos cambios en la vida de las mujeres agricultoras, en sus relaciones familiares y en la comunidad; con una visión feminista que llegó para quedarse y seguir construyendo, que permitió una mirada crítica sobre todos los ejes que componen la disputa de modelos en el campo, desde las semillas, la comercialización, las normas sanitarias y las políticas públicas. “…si no hay cambios en las estructuras que conjugan dominaciones y opresiones, la igualdad y la autonomía no serán una realidad para todas las mujeres”. Al encontrar otra forma de mirar sus propias actividades, que venían realizando desde hacía muchísimo tiempo, permitió articular un discurso que se sostiene y condice con todas las actividades y proyectos que se llevan a cabo para lo que consideran primordial: una mejor sostenibilidad de la vida, donde la práctica cotidiana de las mujeres resulta esencial, construyendo caminos para lograrlo. Por ello resulta fundamental que tengan acceso a la propiedad de la tierra y decidan como usarla, a las condiciones de producción y la capacidad de decisión sobre cómo usar el dinero, ámbitos en los que quienes toman las decisiones son mayoritariamente los hombres. Se trata de trabajadorxs sin patrón, espacios donde no todxs toman las mismas decisiones, y las mujeres cuestionan hoy más que nunca la división de tareas, hasta se producen conflictos familiares. A partir de ese contexto es que encuentran en organizarse, en ayudarse unas a otras, un espacio de entendimiento mutuo entre compañeras, pues quieren hacer valer su trabajo, no todo trabajo tiene un valor económico. Sin perder de vista que están ocupando cada vez más espacios productivos como sujetas económicas.

Ejemplos como estos dan cuenta de los esfuerzos que se hacen desde el activismo feminista, de las experiencias y propuestas políticas de las mujeres en movimiento que con su acción organizada impulsan cambios concretos en sus comunidades, para si mismas y para otrxs, en la economía, la política y las relaciones sociales. Así como también muestran cuan heterogéneo es el movimiento feminista, con diferentes focos de luchas y estrategias en su interior (hechos y palabras), aunque el objetivo sea, en líneas muy generales, el mismo.

¿Por qué una estrategia feminista?

En estos espacios se pone en juego la defensa de los valores que orientan la práctica feminista en general, a partir de una actitud combativa. La decisión de acercarse al feminismo, explica la antropóloga social Laura Masson, se produce a partir de una ruptura con la realidad observada, hay conciencia de la injusticia y la jerarquización, como bien puede observarse en el caso de la agroecología y la economía solidaria; hay un intenso trabajo de reflexión sobre categorías que definen una visión de mundo, para producir una nueva forma de pensar y “pensarse”. No se trata de un acto individual, sino de un ejercicio de individualización que requiere de técnicas, vocabulario y sentidos construidos en forma colectiva. Las mujeres construyen así argumentos de movilización social, que requieren hacer visible una situación particular definida como “la situación de las mujeres”, y así van articulando el desarrollo de sus actividades.

Nalú Faria, feminista brasileña y dirigente de la Marcha Mundial de Mujeres,  planteaba en un taller, al que asistí hace poco tiempo, que lo fundamental es antes que nada el re-conocerse “feministas” (“No soy feminista, soy femenina” suelen decir, por ejemplo, algunas mujeres…); también lo es la construcción colectiva. Hay que hacer crecer la comunidad, concepto que disminuyó su importancia en la vida moderna y aumentó la de la vida individual privatizada: tejer redes entre organizaciones, mirarse, reconocerse, buscar cómo generar cambios con mujeres que tienen quizás otros paradigmas de vida muy diferentes.

Así las cosas, quizás hay que preguntarse para poder actuar: ¿qué pasa en nuestra vida cotidiana y dentro nuestro?

Si asumes que no hay esperanza, garantizas que no habrá esperanza. Si asumes que hay un instinto hacia la libertad, que hay oportunidad para cambiar las cosas, entonces hay una opción de que puedas contribuir a hacer un mundo mejor. Esta es tu alternativa.” Noam Chomsky.

Bibliografía
– Arendt, Ana “La Condición Humana”
– Sempreviva Organização Feminista “Las mujeres en la construcción de la economía solidaria y la agroecología. Textos para la acción feminista”
– Masson, Laura “Feministas en todas partes. Una etnografía de espacios y narrativas feministas en Argentina”
– Tiramonti, Guillermina “Modernización educativa de los ´90. ¿El fin de la ilusión emancipadora?”

Fuente: Los No Herederos. El blog del grupo Producciones Sociológicas Rosario