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Ciudades inteligentes para personas estúpidas

Por María Perona para Fundación Vida Sostenible Como viene sucediendo en la historia de la humanidad, siempre esperamos que alguien o algo venido de otro lugar (llamado cielo, por ejemplo) nos salve de nuestro destino hacia la hecatombe. Algunos lo llamaban Quetzalcóatl, otros Tirawa y algunos más Jesús. Lo de intentar hacer las cosas bien […]

13 abril 2016

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Por María Perona para Fundación Vida Sostenible

Como viene sucediendo en la historia de la humanidad, siempre esperamos que alguien o algo venido de otro lugar (llamado cielo, por ejemplo) nos salve de nuestro destino hacia la hecatombe. Algunos lo llamaban Quetzalcóatl, otros Tirawa y algunos más Jesús. Lo de intentar hacer las cosas bien y dejar las deidades para los domingos siempre nos ha costado un poco más. Volviendo a lo terrenal, algo parecido ocurre ahora. Sufrimos bastantes problemas ambientales, con especial incidencia en las zonas urbanas, y qué hacemos nosotros, confiar ciegamente en la tecnología y en el diseño de ciudades inteligentes o smart cities.

En un alarde de creatividad, a estas nuevas ciudades no se les escapa ni una: contarán con sensores que monitoricen nuestros hábitos, indicarán cuándo hay que recoger los contenedores, qué rutas son más recomendables en cuanto al tráfico, incluso circularán automóviles sin conductor. Algunas de estas innovaciones ya las tenemos más que asumidas, simplemente hay que echar un ojo a la infinidad de aplicaciones móviles que existen.

Lo que no se puede plantear son ciudades inteligentes, para personas que no lo son tanto. De nada servirá que los edificios sean capaces de ahorrar energía si quien vive en ellos no es plenamente consciente de la necesidad de ese ahorro. Dará igual si los sistemas de gestión de residuos mejoran su eficiencia, si tu consumo no frena.

Todo ello invita a cuestionarse algunas cosas: ¿las ciudades serán para las personas o para las máquinas?, ¿nos catalogarán como “smart citizens”? ,¿a quién culparemos (y castigaremos, por tanto, en las urnas) de las malas decisiones?, ¿a un ordenador?, ¿podría suponer una amenaza para la democracia?

Entre todos los debates que pueden generarse, está el de la privacidad. En aras de la seguridad, las ciudades podrían convertirse en aquello que escribió Orwell en su libro “1984”. Partiendo de que puedo confiar en las Fuerzas del Orden y en el uso que hacen de los datos, estos sistemas podrían ser hackeados al igual que ocurre hoy.

Ahora estamos más conectados de lo que lo estuvieron nuestros padres, pero paradójicamente nuestra conexión con la realidad, con lo tangible, con lo que no está formado por 0 y 1, va en detrimento. ¿Las ciudades inteligentes nos harán más humanos a nosotros?

Los beneficios de esta idea de ciudad son muchos, desde el ahorro de energía a facilitar la toma de decisiones (al poseer datos reales de todos los factores determinantes en la ciudad) hasta cosas más mundanas como hacer la compra, pero se deberá concebir como una mejora para las personas, no como una sustitución de las mismas.
La finalidad de estas ciudades es lograr la sostenibilidad, consiguiendo que las personas vivan mejor y el medio ambiente esté sano. Pero puede que llenar todo de sensores y cámaras no sea la única solución. En algunas ciudades, la simple peatonalización de una calle ha hecho más por el bienestar de los vecinos y la reducción de la contaminación que cualquier costosa infraestructura futurista. Nos debemos servir de la tecnología mientras no se pierda la perspectiva. Algunas iniciativas útiles son crear mapas a tiempo real sobre la situación del tráfico y las opciones de transporte (Thingful) o la creación de una interfaz de audio que facilite la movilidad de las personas con discapacidad visual (Cities Unlocked).

Comenzaremos a enseñar a pensar a las máquinas, pero no a las personas.

¿Qué podemos esperar de una sociedad en la que solo aspiran a ser inteligentes los objetos?

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