Ecologismo

Putin y el autoconsumo

Mario Sánchez-Herrero, director de ECOOO ENERGÍA CIUDADANA S.COOP analiza el alza de precios de la energía en el marco político.

17 marzo 2022
Mundo

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En los libros de historia económica, los 70 del siglo pasado se recuerdan como los años de los choques petrolíferos. El precio del barril de petróleo se multiplicó por cuatro dos veces seguidas. La primera, en 1973, con motivo de la guerra del Yom Kippur y, la segunda, en 1979 con el derrocamiento del Sha de Persia por los Ayatolas. Desde los 3 dólares de 1972, el barril dio el salto hasta los 12 tras la guerra entre Israel y la alianza de Siria y Egipto y llegó hasta los 39 tras la revolución iraní. No nos confundan esos precios con los 125 dólares actuales, porque son precios de hace 50 años. Para hacernos una idea, los 12 dólares de 1973 equivalen aproximadamente a 62 de hoy. Lo que sucedió en 1973 es, en realidad, como si los 55 dólares de enero de 2021 se hubieran convertido en 210 de la noche a la mañana.

El hecho de que las dos crisis de suministro estuvieran asociadas a hechos históricos concretos, no nos tiene que distraer del hecho de que, en realidad, el repunte drástico en el precio respondió a causas económicas subyacentes. Las guerras y las revoluciones no son sino el desencadenante final, pero no la razón última, que, por aquel entonces, no fue otra que el desajuste creciente entre oferta y demanda de todo tipo de materias primas. Porque, después de dos décadas y media de milagro económico tras la Segunda Guerra Mundial, el sector primario y extractivo mundial llevaba tiempo mostrado su absoluta incapacidad para alimentar el crecimiento económico desbocado en el que estaba inmerso buena parte del mundo.

Putin ha iniciado una guerra porque las circunstancias le eran favorables

Algo similar está pasando en estos momentos. Putin ha iniciado una guerra porque las circunstancias le eran favorables. Con el precio del gas en una escalada imparable desde la primavera (los 21€/MWh de abril de 2021 se convirtieron en 112€ en diciembre de ese mismo año), al gobierno ruso le ha dado tiempo a “hacer caja” con la que financiar su guerra y afrontar confiado las sanciones internacionales. Además, y habida cuenta de la absoluta dependencia de Europa respecto del gas ruso, sabían que la invasión iba a provocar un aumento aún mayor de los precios (se ha llegado a ver, en estos días, cifras cercanas a los 350€/MWh), con lo que la guerra podía incluso ser un buen negocio.

Pero entonces hay que preguntarse, ¿cuáles han sido esas causas económicas subyacentes que explican el crecimiento disparatado del precio del gas en el último año? Podríamos hablar de una causa coyuntural y otra estructural, esta última la que más nos debe importar. De la coyuntural poco hay que decir, porque llevamos hablando de ella de forma constante en el último año y medio. Como consecuencia de la pandemia, a la oferta le está costando recuperar el ritmo de producción, mientras que la demanda se ha recuperado a toda velocidad, incluso incrementada por el consumo embalsado (el dinero no gastado en los momentos más duros de confinamiento y restricciones que se gasta de golpe). Desajustes puntuales que son además aprovechados por el capital especulativo para ganar dinero rápido magnificando los efectos de base.

Las causas estructurales son las relevantes

Pero, como decíamos, las causas estructurales son las verdaderamente relevantes. Es muy improbable que vuelvan los precios baratos de los combustibles fósiles, porque no se están haciendo las inversiones necesarias en extracción, refino y transporte. Los fósiles aún representan el 80 por ciento de toda la energía primaria que se consume en el mundo. A pesar de llevar décadas hablando de transición energética, este porcentaje apenas ha disminuido, porque el despliegue de renovables solo ha servido para cubrir una demanda adicional que no deja de crecer.

Se habla mucho del pico del petróleo (y del resto de materias primas energéticas), pero lo que de verdad está afectando al sector es la inquietud creciente que provocan los efectos adversos de la crisis climática. Los capitales internacionales cada vez son más reacios a invertir en infraestructuras energéticas que muy seguramente tengan que amortizar aceleradamente si, como se prevé, las manifestaciones del cambio climático fueran a más. Si los incendios en California o las inundaciones en Alemania se vuelven aún más extremos, la normativa medioambiental también lo será y eso obligue a clausurar yacimientos y gaseoductos.

El gas y el petróleo van por tanto a ser caros de aquí en adelante. Eso ha permitido a Putin lanzar su ofensiva, pero (veamos el lado positivo) quizá sea lo que el mundo necesitaba para afrontar ya por fin de forma decidida la descarbonización de nuestras economías.

Las renovables se han convertido en la forma más barata de producir electricidad

Hace muchos años que se habla de las renovables como solución a la crisis climática. Pero al principio solo se podían alegar motivaciones de naturaleza ética. La responsabilidad respecto de las futuras generaciones nos obligaba a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, con independencia de su coste. Pero lo que ha sucedido en los últimos años es que las renovables se han convertido en la forma más barata de producir electricidad y eso y solo eso es lo que ha permitido el despliegue masivo de estas tecnologías.

Pues bien, el colapso del sector fósil, la espiral de la muerte que le lleva a reducir capacidad de producción a más velocidad de lo que disminuye su demanda, va a provocar una transición energética aún más acelerada de la inicialmente planeada. Putin, él solo, ha conseguido que los ambiciosos planes de la Unión Europea (reducir la emisión de gases de efecto invernadero en un 55% en 2030 respecto de 1990) se hayan quedado obsoletos de un día para otro y, en general, que el mundo entero deje de arrastrar los pies ante el desafío climático. Es la guerra del Yom Kippur o la revolución iraní de nuestra época y tenemos que aprovecharla.

Autoconsumo y cambios normativos

Las empresas que nos dedicamos al autoconsumo fotovoltaico estamos literalmente desbordadas. La portada de los periódicos, el arranque de los telediarios y las redes sociales son nuestro mejor y mayor campaña comercial. Las solicitudes se amontonan y el atasco es considerable. Porque sí, es el momento del autoconsumo. Tenemos que reducir drásticamente la cantidad de electricidad que obtenemos de la quema de gas que, en un país como el nuestro, aún representa entre el 25 y el 30% del total (ciclos combinados y cogeneración). Y tenemos que acelerar la electrificación del mayor número de usos energéticos (movilidad, climatización, procesos industriales), ya que la electricidad solo representa aún el 22% de toda la energía consumida. Y no, ninguna herramienta al alcance de nuestra mano más eficaz (y rentable) que el autoconsumo para abaratar nuestra factura energética, enfrentar la crisis climática y, de paso, desactivar a los sátrapas del mundo. Estás tardando.

En los libros de historia económica, los 70 del siglo pasado se recuerdan como los años de los choques petrolíferos. El precio del barril de petróleo se multiplicó por cuatro dos veces seguidas. La primera, en 1973, con motivo de la guerra del Yom Kippur y, la segunda, en 1979 con el derrocamiento del Sha de Persia por los Ayatolas. Desde los 3 dólares de 1972, el barril dio el salto hasta los 12 tras la guerra entre Israel y la alianza de Siria y Egipto y llegó hasta los 39 tras la revolución iraní. No nos confundan esos precios con los 125 dólares actuales, porque son precios de hace 50 años. Para hacernos una idea, los 12 dólares de 1973 equivalen aproximadamente a 62 de hoy. Lo que sucedió en 1973 es, en realidad, como si los 55 dólares de enero de 2021 se hubieran convertido en 210 de la noche a la mañana.

El hecho de que las dos crisis de suministro estuvieran asociadas a hechos históricos concretos, no nos tiene que distraer del hecho de que, en realidad, el repunte drástico en el precio respondió a causas económicas subyacentes. Las guerras y las revoluciones no son sino el desencadenante final, pero no la razón última, que, por aquel entonces, no fue otra que el desajuste creciente entre oferta y demanda de todo tipo de materias primas. Porque, después de dos décadas y media de milagro económico tras la Segunda Guerra Mundial, el sector primario y extractivo mundial llevaba tiempo mostrado su absoluta incapacidad para alimentar el crecimiento económico desbocado en el que estaba inmerso buena parte del mundo.

Pero además del autoconsumo (no da tiempo a hablar de ahorro y eficiencia), es necesario también cambiar el marco legal absurdo que ha permitido que la electricidad se haya disparado de precio en los últimos meses. Si queremos acelerar la descarbonización, hay que electrificar los consumos energéticos. Y para ello, nada más útil que permitir que los mercados revelen de forma correcta el precio de los distintos vectores energéticos. No tiene sentido que el precio de la electricidad lo determine una tecnología, los ciclos combinados de gas, que solo representan el 16% del total (dato de 2020) y que se estén pagando 300 y 400 € /MWh a centrales (hidráulica, nuclear, renovables) que tienen costes de producción de entre 30 y 40€/MWh, es decir, 10 veces más.

Y no hay nada más absurdo que diseñar la Tarifa de Último Recurso (ahora denominada, Precio Voluntario del Pequeño Consumidor) a partir del precio de la electricidad en el mercado mayorista. El precio pensado para proteger al consumidor vulnerable es el más expuesto al mercado y con ello el que está proporcionando los beneficios más obscenos a las empresas del oligopolio, porque son las únicas que pueden ofrecer el PVPC.

Lo que nos lleva a la última derivada del pésimo diseño de los mercados eléctricos. Las grandes empresas del oligopolio no solo se están beneficiando de inmensos beneficios a costa de los consumidores con menos recursos (PVPC), sino que están pudiendo acabar con la competencia que le plantean las comercializadoras independientes, gracias a que cuentan con centrales nucleares, hidráulicas y eólicas. Al contar con generación propia con tecnologías mucho más baratas que el precio del mercado mayorista, están pudiendo lanzar campañas publicitarias masivas ofreciendo precios a los que las comercializadoras independiente no pueden llegar. A estas últimas no les queda más remedio que acudir al mercado a comprar su electricidad y al comprarla a precios desorbitados no hacen sino alimentar las cuentas de esas mismas empresas que les hacen competencia desleal.

Las reformas legales están en marcha y esperemos que no tarden en llegar. Tenemos a nuestro alcance una magnífica oportunidad para dar el golpe definitivo al imperio de los combustibles fósiles y, con el autoconsumo y un diseño adecuado del mercado eléctrico, uno importante también a los grandes monstruos empresariales de la energía. No perdamos la oportunidad.

 

Fuente: Valor Social de la Fundación Finanzas Éticas

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