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Homenaje a la libertad y la naturaleza

Ya sé que no queda muy cosmopolita. Ni culto. Seguro que no me gano un puesto en un cineforum de Radio 3. Pero lo confieso. Cuando tras varios intentos infructuosos para introducir la clave de mi correo electrónico al tratar de recordar la contraseña me sale la pregunta de «¿Cuál es su película favorita?» no […]

31 agosto 2009

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Ya sé que no queda muy cosmopolita. Ni culto. Seguro que no me gano un puesto en un cineforum de Radio 3. Pero lo confieso. Cuando tras varios intentos infructuosos para introducir la clave de mi correo electrónico al tratar de recordar la contraseña me sale la pregunta de «¿Cuál es su película favorita?» no lo dudo ni un instante: Tasio . Dirán que soy un localista. Pero no, la vida del carbonero navarro es una historia universal. Es un homenaje a la libertad y la dignidad. Un canto a la aspiración de no someterse a tiranías de relojes o mercados.

Mientras sus amigos de la infancia emigran a la ciudad para trabajar en las fábricas o en la construcción, Tasio prefiere seguir viviendo en el monte con las estaciones como único calendario y su conciencia como único jefe. En el fondo, su argumento conecta con un sentimiento, quizá algo infantil, pero recogido también en otras películas de renombre internacional como Las aventuras de Jeremías Johnson (Sidney Pollack, 1972); Bailando con Lobos (Kevin Costner, 1990) o la maravillosa Derzu Uzala. El Cazador (1972), de Akiro Kurosawa. En todas ellas el hombre escapa de la locura humana (ciudad, guerra?) y vuelve a la Naturaleza para reencontrarse consigo mismo e integrarse en una armonía superior donde el ser humano no es la cúspide sino una pieza más de la cadena. «El viento es gente importante», dice el anciano cazador de la tribu china Hezhen al explorador ruso mientras busca refugio en plena tempestad.

Su filosofía vital -la del carbonero de los bosques de Urbasa o el cazador de la Taiga, es igual- conecta además con una tendencia incipiente pero cada vez más oída en el actual contexto de crisis económica y colapso medioambiental como es la del llamado «decrecimiento«. En esencia consiste en romper el paradigma de «a mayor producción y consumo, mayor progreso y desarrollo» y pensar en un sistema más sostenible y humano al margen de esa espiral neoliberal que nos ha conducido al actual callejón sin salida. Pero no sirve echar la culpa a entes abstractos como «el capital», «la globalización»…

A escala mucho más doméstica, hemos padecido una o dos generaciones que se han llevado medio mundo por delante, olvidándose de quienes vienen detrás, aunque fueran sus propios hijos o hijas. El padre de Tasio le aconsejaba en la película que no robara todos los huevos de los nidos sino que dejara al menos uno para que los pájaros pudieran reproducirse. Ya casi no quedan niños que se suben a los árboles de los pueblos (juegan en los txiki Parks e hinchables de las grandes superficies?) pero sí que permanece en la memoria de muchos nietos y nietas el recuerdo de abuelos que, como Tasio, también fueron cazadores y pescadores furtivos por necesidad. Hombres y mujeres que vivían de la Naturaleza pero a su vez vivían para ella porque en su conservación les iba su propia supervivencia.

Todo ese ambiente rural previo a la gran emigración a las ciudades de los años 60 y 70 queda estupendamente reflejado en la cinta de Montxo Armendáriz: la boda, el baile de fiestas? Quizá porque el de Olleta también vivió en su piel ese tránsito en el, que como en otras de sus películas, (27 horas con la droga, Las cartas de Alou con la inmigración?) supo captar el transfondo humano y universal latente. Por ello el filme, 25 años después de su rodaje, sigue aguantando el paso del tiempo. Hace un cuarto de siglo no existía Internet ni te preguntaban por contraseñas o pins, pero, como ahora, sí que había seres humanos que no ponían precio a su libertad y a su dignidad. Ése es el secreto de esta película. Zorionak, Montxo. Bihotz bihotzez. De corazón.

Autor: Txus Iribarren – periodista

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