Feminismos
Cómo colocarle las ‘gafas violetas’ a una organización social
El pasado fin de semana fuimos invitadas a la Escuela de Som Energía para debatir sobre cómo introducir una perspectiva de género y prácticas feministas en la cooperativa. Compartimos las reflexiones que allí hicimos, por ser extrapolables a otras organizaciones sociales y de la Economía Solidaria. El texto bebe de diversos trabajos de múltiples compañeras […]
El pasado fin de semana fuimos invitadas a la Escuela de Som Energía para debatir sobre cómo introducir una perspectiva de género y prácticas feministas en la cooperativa. Compartimos las reflexiones que allí hicimos, por ser extrapolables a otras organizaciones sociales y de la Economía Solidaria. El texto bebe de diversos trabajos de múltiples compañeras que incorporamos conformando así una autoría colectiva extensa que se nutre y crece día a día.
Desde este sujeto colectivo y común, a partir pues de la experiencia y el trabajo de tantas, establecemos que para introducir una perspectiva de género y feminista en nuestras organizaciones tenemos que…
1) Querer:
Aunque parece obvio no lo es, pues venimos de un contexto capitalista y patriarcal que nos impregna en mayor o menor medida. Nos impregna seamos hombres y también mujeres, tomando de partida además, que cuando hablamos de género no hablamos de hombres o mujeres en sentido absoluto, sino de roles y rangos que ocupamos las personas y que también están atravesados por otras cuestiones como el origen, la formación…
Así pues, hemos de asumir que, al igual que dentro de la Economía Solidaria seguimos siendo a veces competitivas, consumistas o insolidarias, teniendo pues la ardua tarea de deconstruir nuestro ADN capitalista, también tenemos un enorme legado patriarcal que nos impregna aunque no lo deseemos y sobre el que tenemos que trabajar e ir combatiendo. Esto supone renunciar a privilegios y formas de hacer que tenemos muy interiorizadas, e implica cuestionarse y estar dispuesta a cambiar.
En este camino son muchas las tensiones que se derivan de este contexto adverso. Por ejemplo, podemos querer apostar por cooperar en nuestro trabajo, pero es difícil escapar del mundo de competitividad en que estamos insertas, y si queremos optar a determinados trabajos muchas veces terminamos compitiendo incluso con proyectos afines. Así mismo, podemos estar apostar por generar condiciones dignas de trabajo, pero la realidad presupuestaria y nuestras precarias estructuras pueden a veces ponérnoslo más difícil de lo que nos gustaría.
Por fortuna no partimos de cero sino que en el propio seno de nuestra actividad cooperativa y de economía social y solidaria tenemos aliados (no infalibles, eso sí…), como nuestras estructuras participadas y horizontales o los valores que nos guían, tales como la sostenibilidad de la vida, la importancia de los cuidados…, hojas de ruta sin duda que nos ayudarán a no desviarnos demasiado del camino.
Todo este cóctel está ahí y tenemos que movernos en estas arenas movedizas porque la economía solidaria será feminista o no será.
2) Mirar:
A partir de ese querer hemos de mirar. Debemos realizar un ejercicio analítico permanente, crítico y constructivo sobre nuestras prácticas individuales y colectivas. Muchas de ellas están invisibilizadas, por lo que es preciso sacarlas a la luz desde una actitud proactiva. Hemos pues ponernos las gafas moradas y mirarnos, seamos hombres o mujeres, porque el patriarcado, como Hacienda…, somos todos y todas.
Eso supone también darle un espacio para ello, permitirnos mirar, rompiendo así con la tiranía de lo mal llamado “productivo” y esa falsa dicotomía frente a lo “reproductivo” que tanto denuncia la economía feminista. Si no cuidamos del grupo y su funcionamiento, dejando a un lado el número de clientes, kw, ingresos o personas socias…, acabaremos por no tener proyecto. Bien es sabido que uno de los principales fracasos de las organizaciones no se debe a cuestiones económicas sino precisamente de índole humana y relacional.
Puede ser interesante realizar esta labor diagnóstica intensiva si no la hemos realizado nunca o si queremos tener una buena radiografía de nuestro proyecto para emprender determinados procesos de cambio. Pero no olvidemos que lo esencial es mantener una mirada analítica permanente y continua, transversalizando así la perspectiva de género a todos los rincones y quehaceres de nuestra organización. De nada vale el mejor de los diagnósticos si se queda en un cajón o se aplica de igual manera año tras año. Las entidades son organismos vivos y como tal están en continuo cambio, por lo que nuestra mirada debe evolucionar atenta a éstos.
Para mirar muchas veces hay que saber hacerlo. La formación en género es pues importante, y no necesariamente tiene que tratarse de una formación compleja ni muy espacializada, sino que hay muchos cursos online gratuitos o muy asequibles en nuestro entorno como también cantidad de estudios y artículos. E incluso, muy probablemente no tengamos ni que llegar a eso, bastará con mirar-escuchando a nuestras compañeras (compañeros también los habrá), que seguro llevan ya mucho recorrido y que nos pueden dar pautas si las observamos e incluso podrían darnos ellas mismas estas pautas y formación.
3) Hacer:
Y ahora que sabemos hacer, hagamos…, toca pues ponerse manos a la obra y hacer, porque justamente a partir del ensayo y error seremos capaces de extraer nuevas miradas y nuevas acciones.
Podemos comenzar por hacer ver, visibilizar las tareas reproductivas y productivas, listarlas y analizar quiénes las están realizando (¿acaso son principalmente mujeres?), qué valoración tienen (¿por casualidad están peor consideradas las de sostenimiento?) … En definitiva, atender a estas tareas para promover repartos justos y equitativos, rompiendo así mismo con la división sexual del trabajo, tanto en las tareas productivas como en las reproductivas.
Y no sólo debemos hacer ver sino hacernos ver, visibilizarnos y empoderarnos, o dar un paso atrás, según toque, respecto a los espacios de representación que se encuentran enormemente masculinizados. Hemos de promover así el empoderamiento de quienes no están acostumbradas a hablar en público, dejando espacio para que lo hagan.
Otra forma de visibilizar es empezar por nombrar las cosas, que como bien denuncian los feminismos, lo que no se ve, lo que no se nombra, no existe. Y esto supone a veces perder el miedo al conflicto o a ser políticamente incorrecta señalando si algo no nos parece respetuoso o inclusivo. Podemos facilitar estas expresiones si le damos espacio a través de ronda de sentires para poner en común cómo nos encontramos y permitir que se comparta lo que necesitamos. Se puede hacer desde lo lúdico, comentando nuestro estado asemejándolo con un parte meteorológico o simplemente usando los colores del semáforo.
Nombrar las cosas y nombrarlas bien, decirlo desde el respeto y la inclusión, cuidando el lenguaje, evitando ese lenguaje sexista que tan interiorizado tenemos. Y no olvidemos que no sólo se habla con palabras, los gestos y el cuerpo también son una poderosísima fuente de información. Las malas caras, risas y otras conductas similares son parte también de un lenguaje ofensivo y prepotente que deberíamos cuidar. Y esos correos incendiarios que a veces nos gusta escribir y que alimentan más que el debate constructivos ciertos egos…, pues también.
Hay que cuidar el lenguaje y también la propia comunicación y sus canales, pues la información es una fuente importantísima de poder. Socializar la información de manera adecuada es la mejor manera de que partamos de las mismas condiciones a la hora de participar y tomar una decisión. Supone también cuidar la saturación de información, que es otra fuente de censura, sobre todo para quien no tiene mucho tiempo, generalmente las mujeres con mayores carga de cuidados. Y hagámoslo con tiempo; eso de mandar informes sobre los que hay que tomar una decisión la noche antes de una asamblea es una barrera clara a la participación. Transparencia, por tanto, y claridad en los procesos. En este sentido, que los organigramas y personas de referencia sean claros y estén bien definidos facilita así mismo una mayor participación e independencia y rompe con las concentraciones de poder.
Para fomentar la participación y toma de decisiones hay mecanismos igualmente útiles que velan por un correcto funcionamiento en clave de género. Una buena preparación de una reunión o asamblea es una de ellas. Esto implica que haya sido convocada con tiempo suficiente, mandando como se apuntaba la documentación necesaria también en tiempo. Y contar con una buena moderación, que no sólo haga velar por el respeto de los turnos de palabra, sino que desincentive o limite el número de participaciones y la duración de éstas si son abusivas (casualmente por lo general son más los hombres que hablan, en tiempo y número de intervenciones), e incluso que aliente a la participación de quienes menos suelen hacerlo, con ronda de palabras o intervenciones de tipo cremallera.
En muchas ocasiones el motivo por el que determinadas personas deciden no intervenir en una reunión son las interrupciones que éstas u otras reciben. Se ha hecho famoso el término Manterrupting para definir la interrupción innecesaria del discurso por parte de un hombre a una mujer, palabra que viene del modelo del Mansplaining, y que hace alusión al comportamiento repetido de algunos hombres que, con un tono condescendiente y paternalista, explican cosas a las mujeres que probablemente ya saben o que incluso tienen más conocimientos. Ambos ejemplos pueden encontrarse en nuestro entorno y es importante ponerles atención y freno.
Además de estas interrupciones hay otro tipo de distracciones. La comisión de Economías Feministas de la XES grabó en vídeo varias reuniones y se sorprendió al “detectar que en el momento en que algunas personas hablaban, otros miraban el móvil, la agenda, la libreta … y que era un patrón cuando esto se reproducía sistemáticamente. En una reunión donde aparentemente todo el mundo estaba atento a lo que se estaba discutiendo, las intervenciones de algunas personas producían el efecto inmediato de desviar la atención y la mayoría de personas que producían este efecto mágico eran mujeres”.
Para atender a todas estas cuestiones, se pueden asignar roles rotatorios de personas guardianas. A nadie le gusta ser el malo o la mala de la película y hay veces que nos cuesta decir que un compañero/a se ha equivocado, pero si son las demás colectivamente las que nos otorgan esa función puede que así nos sintamos más legitimadas para ello. Estos roles son interesantes también para velar por el cumplimiento de los protocolos y decisiones tomadas. Uno de los protocolos importantes para trabajar es naturalmente el de la prevención y resolución de conflictos. Muchas de las medidas que venimos viendo (incorporar espacio para los sentires, cuidar el lenguaje, visibilizar y distribuir los trabajos reproductivos….) avanzan ya en esta línea, pero es importante trabajarlos de manera específica y dejar constancia de esto, teniendo así mismo personas (rol rotatorio) que velen por su aplicación.
De cara a la organización del trabajo hay también muchos elementos que contribuyen a incluir una perspectiva de género y a corregir desigualdades y facilitar una participación satisfactoria y plena en nuestras entidades. La flexibilidad en las jornadas y respecto a los lugares de trabajo es sin lugar a duda una muy importante. Hablamos de poder organizar el trabajo en la medida de lo posible (coordinaciones y cuestiones puntuales a parte) como mejor nos venga para el resto de ámbitos de la vida; hacerlo si es posible y necesario desde casa o el campo y poder contar con opciones de reducción de jornada, excede
ncias (también en situaciones de activismo no asalariado), así como tener reuniones cuyos horarios permitan la conciliación laboral o el derecho al descanso.
Es igualmente necesario contar con un espacios para el cuidado (por desgracia es más fácil habilitar una ludoteca para peques que otros dispositivos para otro tipo de cuidados y edades) para facilitar la participación como también es importante cuidarnos a nosotras mismas y el resto: trayendo agua, fruta… Y más allá de estas cuestiones indispensables para mejorar nuestro día a día, es quizás también interesante que incluyamos los cuidados en nuestros planes estratégicos, explicitando nuestros límites materiales y personales y asumiendo que no podemos con todo y cuidarnos. Si tenemos un plan de trabajo demasiado ambicioso y sobrecargado corremos además el riesgo de tener más dificultad para integrar este tipo de intervenciones y medidas, que también necesitan su tiempo y espacio.
Y tan importante como cuidar los espacios formales es dotarse de espacios informales para conocernos mejor, fortalecer la cohesión y tratar los temas de siempre pero en espacios distendidos. Las cañas de después de las asambleas, ese tercer tiempo de los partidos, son las grandes cuidadoras de los procesos, donde limar asperezas, seguir debatiendo si necesitábamos profundizar y entender la opinión de algún compa o enterarnos de que la madre de fulanita está enferma y comprender as su mala cara y darle un achuchón de paso.
Todas estas acciones se han de enmarcar dentro de dos términos fundamentales que son la conciliación y la corresponsabilidad, cuestiones que definen nuestra cultura organizacional. Otros términos importantes y que nos podrían ayudar en esta tarea de cómo hacer nuestra organización un espacio feminista que sitúe los cuidados en el centro de su actividad son: respeto a la diversidad y la confianza. Incorporémoslos y hagámoslas nuestras.
Hasta aquí algunas pinceladas extraídas de aquí y allá de nuestras prácticas y debates. Se trata de un suma y sigue que juntas vamos construyendo, de manera paralela a nuestras experiencias. Hacer, hacer y hacer, por tanto, sin miedo a equivocarse, pues no hay recetas mágicas ni universales. Pero es hora de hacer, pues, como concluye el manifiesto #EnEnergíaNoSinMujeres: “ha llegado el momento de trabajar juntas para que aumente la presencia de expertas en los espacios públicos”, a lo que podríamos añadir: y que participen en igual de condiciones, que los hombres asuman también los roles de cuidado y den un paso atrás para facilitar esta igualdad, existiendo pues una participación plena, libre e igualitaria…, “de manera que la transición energética hacia un modelo más sostenible por la que trabajamos muchas personas sea también una transición hacia un modelo más justo”.