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Mercado Social

Por José Luis Gutiérrez Lozano Inmersos en la angustia cuando no alcanza el dinero para cubrir todo lo que implica el regreso a clases, la clase media mexicana no se ha dado cuenta de su propia muerte. Asidos con uñas y dientes a la esperanza de una vida de posibilidades inalcanzables, los que se creen […]

5 agosto 2014
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Por José Luis Gutiérrez Lozano

Inmersos en la angustia cuando no alcanza el dinero para cubrir todo lo que implica el regreso a clases, la clase media mexicana no se ha dado cuenta de su propia muerte. Asidos con uñas y dientes a la esperanza de una vida de posibilidades inalcanzables, los que se creen clase media mexicana –esos setenta millones que no se han dado cuenta que les han arrebatado el país-, se limitan, indefensos, a ver cómo se escapa el menguado salario de sus manos. Lo que con tanto esfuerzo habían logrado reunir, sólo con cubrir la letra del coche, la cuenta de luz y gas, y las cervezas para ver el fut se acaba antes de finalizar la quincena. Y no quieran ya llenar el tanque del vehículo familiar, porque entre lo caro de los frijoles y los jitomates, habrá que hacer maravillas para armar la mochila que los pequeños llevarán al centro de adoctrinamiento obrero – laboral (ya sin materias de ambientalismo ni conciencia cívica) en que se han convertido escuelas y universidades.

De los casi ciento veinte millones que somos al día de hoy, los que viven en el sótano de la pirámide social, otros cuarenta millones, ni se espantan ni se inmutan. Esos, ya estructural y anacrónicamente lapidados en la arqueología de la pobreza extrema, seguirán sin esperanza pero con la gran expectativa en la llegada de la graciosa generosidad del gobierno que les seguirá dotando con migajas para entretenerse. Pero, eso sí, los diez millones restantes de la cúspide, seguirán concentrando la riqueza y apareciendo tanto en las revistas financieras como en las sociales, luciendo aquello que tanto le gusta presumir a la clase política mexicana en el extranjero: el México pujante y próspero beneficiado con las reformas impulsadas desde los monopolios globales y sus pares en el país.

La promesa de alcanzar el paraíso con las reformas estructurales tan cacareadas por el gobierno federal se desdibuja con la realidad que crudamente expone la revista “Proceso” de la última semana de julio de 2014: las ganancias de la reforma energética irán a parar a bolsillos extranjeros.

Sin más amplitud de visión de la que permite Televisa, el grueso de la población seguirá confundiendo el progreso con la expectativa de contar con más “meses sin intereses” para comprar los equipos de entretenimiento electrónico y nuevos centros comerciales donde ir a dejar la quincena. Y así como en Aguascalientes se destroza la otrora abundante fuente de aguas brotantes del balneario Ojocaliente para dar lugar a un flamante centro comercial, en todo el país se repite ese espejismo de bienestar. Multiplicándose a gran velocidad, los comercios en grandes superficies y tiendas de ropa y artículos con marca extranjera, a la par de romper el tejido urbano de la convivencia, llenan anaqueles con productos de rápida obsolesencia, ínfima calidad y nada amigables con el medio ambiente. Ese tipo de mercado depredador, tan glamoroso y omnipresente, no deja ver a la población por éste pauperizada, que otra sería su suerte si pudiese desarrollar el mercado social.

Se llama Mercado Social a esa forma de construir una economía en manos de la gente, que parte de una crítica hacia el modelo económico actual. Tiene como meta construir una red común capaz de transformar ese modelo depredador. Los elementos clave de esta integración y, por tanto, de la transformación de la realidad económica, son los valores, principios y objetivos compartidos en el espacio de cada localidad. Donde las personas son más importantes que las cosas materiales y el dinero es un medio, disponible plenamente para todos, que sirve para intercambiar valores y no es un instrumento para concentrar en manos de unos la riqueza de todos.

Un mercado social es un tipo de mercado que se da entre diferentes personas y empresas de carácter asociativo que cooperan entre sí para la producción, distribución y consumo de bienes y servicios basándose en criterios democráticos, ecológicos y solidarios. La ganancia es resultado del respeto mutuo, la protección del medio ambiente –social, económico y ecológico- y la prioridad para otorgar beneficios al consumidor y no para arrebatarle su dinero.

En Europa -como resultado del rompimiento de la cadena de pagos consecuencia del abuso bancario- y en el Cono Sur americano -como resultado de una concientización colectiva después de decenios de depredación financiera-, el mercado social cobra cada día más adeptos. En México el concepto no tiene aún cabida en la mente de las grandes mayorías. Causa de ello ha sido la conspiración gubernamental con el capitalismo salvaje de los monopolios globales.

Para desarrollar un mercado social es condición necesaria que el conjunto de identidades prestadoras de bienes o servicios, que bien pueden ser cooperativas, grupos sociales, sociedades laborales o mutualidades, formen una red de la cual cada una de ellas sea un nodo, donde convergen todas las fases de una cadena de valor: acopio, producción, abasto, distribución, comercialización y consumo.

Los mercados sociales aportan a las empresas y entidades que los integran, aumento de ventas, reducción de la incertidumbre y los riesgos, fidelización de clientes, acceso a tecnología, conocimientos y crédito, reconocimiento social e identidad propia.

Ante la pauperización que para la mayoría de la población mexicana significan las reformas estructurales recientes con las que se extiende el modelo económico depredador, el fomento al desarrollo del mercado social debería adquirir prioridad. Sólo hace falta saber, en principio, que ese mundo es posible y que la experiencia para su fomento y desarrollo existe más allá del velo mediático que se ha impuesto hasta ahora sobre los ojos de la población mexicana.

ciudadania_economica@gmail.com                  Twitter: @jlgutierrez

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