Decrecimiento: vayamos a menos
Uno de los efectos políticos más indeseables de las crisis ha sido generar un enorme consenso social en torno a la necesidad del crecimiento económico y a la validez de cualquier medio para alcanzarlo. En cuanto el crecimiento del PIB se ralentiza vuelven los viejos lugares comunes desarrollistas y cualquier aspiración social o ambiental debe subordinarse, ahora más que nunca, a la reanudación del ritmo de crecimiento. Lo cierto es que todas las pruebas empíricas apuntan a lo contrario: cuanto más crecimiento económico más destrucción ambiental y mayores desigualdades sociales.
El decrecimiento es un nuevo movimiento social que reclama nuestro derecho a menguar económicamente, y a crecer políticamente, a partir de una nueva lectura de los puntos fundamentales del programa social del ecologismo clásico. Para descubrir más acerca de este fenómeno hemos hablado con su representante más visible, Serge Latouche (Universidad de Paris XI), y con dos veteranos del ecologismo que, además de haber influido con sus trabajos en su formulación, apoyan plenamente el nuevo movimiento por el decrecimiento: Joan Martínez Alier (Universidad Autónoma de Barcelona) y Herman Daly (Universidad de Maryland).
¿Por que hay que decrecer?
Serge Latouche: El crecimiento infinito es incompatible con un planeta finito. El desarrollo y el crecimiento del consumo descansan siempre en una extracción cada vez más destructiva de recursos naturales no renovables y de una tasa de explotación de recursos renovables que excede la capacidad de regeneración de la biosfera. Además, el crecimiento por el crecimiento se apoya en una adicción al consumo que ya no tiene ningún vínculo con la satisfacción de las necesidades «reales». Hay que dejar de crecer para que la humanidad sobreviva, pero también para recuperar el buen uso de las cosas, renunciar a la ideología del «siempre más» y volver a encontrar el sentido de los límites.
Herman Daly: Cuanto más se acerque el tamaño de la economía a la escala de toda la Tierra, más tendrá que ajustarse al comportamiento físico de ésta. Cuando se produzca ese ajuste estaremos en un estado estacionario, un sistema que permite el desarrollo cualitativo pero no el crecimiento cuantitativo agregado. El crecimiento es «más de lo mismo»; el desarrollo es la misma cantidad de algo mejor o, por lo menos, diferente. Lo que queda del mundo natural ya no puede proveer ni absorber el flujo material necesario para sostener una economía que ya es demasiado grande, y mucho menos una economía en crecimiento. La economía debe ajustarse a las reglas del estado estacionario, buscar el desarrollo cualitativo y detener el crecimiento cuantitativo.
Independientemente de que sea fácil o difícil, tenemos que dirigirnos hacia una economía de estado estacionario porque no podemos seguir creciendo. Lo cierto es que el llamado crecimiento económico se ha convertido en crecimiento deseconómico. La expansión cuantitativa de la economía incrementa los costes ambientales y sociales más rápidamente que la producción de beneficios, haciéndonos más pobres y no más ricos, al menos en los países con altos niveles de consumo. Puesto que los economistas neoclásicos son incapaces de demostrarnos que el crecimiento de los flujos de materiales (consumo de recursos y producción de residuos) o del PIB está haciéndonos más ricos y no más pobres, seguir predicando que el crecimiento agregado es la solución para nuestros problemas no es más que arrogancia ciega.
En los países pobres la cuestión es diferente, el crecimiento del PIB puede incrementar el bienestar si está razonablemente bien distribuido. La pregunta es, ¿qué es lo mejor que pueden hacer los países ricos para ayudar a los países pobres? La respuesta del Banco Mundial es que los ricos deben de crecer tan rápido como sea posible para generar mercados para los países pobres y acumular capital para invertir en ellos. Desde el punto de vista de la economía de estado estacionario, la respuesta es que los ricos deben de reducir sus flujos de materiales para liberar recursos y espacio ecológico para que lo utilicen los pobres y concentrarse en el desarrollo y las mejoras técnicas y sociales que puedan ser libremente compartidas con los países pobres.
¿Quién quiere el decrecimiento?
Joan Martínez Alier: Hay varios grupos de activistas que ya están luchando por el decrecimiento. Por ejemplo, los conservacionistas o ambientalistas preocupados por la pérdida de biodiversidad y el aumento de la población humana, gente preocupada por las amenazas del cambio climático e interesada en proponer nuevos sistemas energéticos renovables, socialistas y sindicalistas que quieren más justicia económica y que entienden que el crecimiento económico no puede aplazar ya las demandas de redistribución, los ecolocalistas y autonomistas neorrurales y urbanos como los okupas, los pesimistas (o realistas) acerca de los riesgos e incertidumbres del cambio tecnológico y los movimientos del ecologismo de los pobres que piden la conservación del ambiente por las perentorias necesidades de su propia subsistencia.
Los movimientos de justicia ambiental y del ecologismo de los pobres del Sur son los mejores aliados del decrecimiento sostenible del Norte. Estos movimientos luchan contra la contaminación desproporcionada de los ricos tanto local como globalmente, reclaman la deuda ecológica desde el Sur, especialmente la deuda por emisiones de dióxido de carbono, están en contra de la exportación de residuos líquidos o sólidos del Norte hacia el Sur, protestan contra la biopiratería; desarrollan acciones contra el comercio ecológicamente desigual; se oponen a la destrucción de la naturaleza y la subsistencia humana en las fronteras de la extracción, y reclaman el pago de deudas socioambientales de compañías transnacionales como la Oxy en Perú, Chevron-Texaco en Ecuador, Freeport McMoRan en Papúa Occidental, Unocal o Total en Birmania…
¿Estamos lejos de decrecer racionalmente?
Serge Latouche: En los niveles internacionales y nacionales las perspectivas políticas inmediatas son muy débiles, sin embargo, a escala local tienen más importancia. Serán cada vez más fuertes bajo la presión de la necesidad, la toma de conciencia de la escala de las amenazas y las aspiraciones a una vida más sana y equilibrada. Hay que tener también en cuenta que algunas medidas muy sencillas y casi anodinas pueden desencadenar círculos virtuosos de decrecimiento.
El cambio profundo requerido para la construcción de una sociedad autónoma en decrecimiento se puede representar por la articulación sistemática y ambiciosa de cambios interdependientes que se refuerzan los unos a los otros. Podemos sintetizar el conjunto en un círculo virtuoso de ocho erres: reevaluar, reconceptualizar, reestructurar, redistribuir, reducir, reutilizar y reciclar. Estos ocho objetivos interdependientes pueden desencadenar procesos de decrecimiento tranquilo, convivencial y sostenible.
¿Decrecimiento o sostenibilidad?
Serge Latouche: El adjetivo «sostenible» se suele utilizar para calificar el decrecimiento. La sostenibilidad es una necesidad de cualquier sociedad humana que quiera perpetuarse, pero no constituye un proyecto social y político movilizador. El decrecimiento es un eslogan provocador que marca la necesidad de ruptura con el delirio consumista y reintroduce el ideal de una sociedad autónoma.
Herman Daly: Puesto que hemos sobrepasado el límite de lo sostenible necesitamos una etapa de decrecimiento. Pero ni el crecimiento ni el decrecimiento (las tasas de crecimiento positivas o negativas) pueden durar en el largo plazo. Ambos deben de ser procesos coyunturales encaminados a alcanzar una escala óptima o sostenible de la economía en relación con el ecosistema. Esa escala óptima debería de mantenerse en estado estacionario durante mucho tiempo.
Joan Martínez Alier: Sabemos que decrecimiento sostenible significa un decrecimiento económico que sea socialmente sostenible. En estos momentos, en 2008, en Europa, estas ideas no son ya nuevas aunque su formulación va mejorando. Lo que es nuevo es el movimiento social por el decrecimiento sostenible, un slogan o «palabra-bomba» inventada en Francia y en Italia, que tiene raíces explícitas en la obra de Georgescu-Roegen. En 1979 Jacques Grine-vald e Ivo Rens, de la Universidad de Ginebra, publicaron una introducción y selección de textos de Georgescu-Roegen con el título Demain la Décroissance [Mañana el decrecimiento] que va ahora por la cuarta o quinta edición y se llama ya simplemente La Décroissance [El decrecimiento]. Este es el origen del uso actual de esta palabra.
Georgescu-Roegen había criticado en los años setenta la idea de Herman Daly (que se remonta a John Stuart Mill) del «estado estacionario», argumentando que no era suficiente para una economía como la de Estados Unidos, que ya consumía en exceso. Era preciso, pues, un retroceso del consumo. Georgescu-Roegen tenía razón. Pero no se puede negar que Herman Daly ha sido un abierto partidario del decrecimiento, aunque el término inglés sea de uso muy reciente. Daly dijo claramente que el crecimiento sostenible era una contradicción, un oxímoron, muy poco tiempo después de la publicación del Informe Brundtland de 1987, y dijo que aceptaría la expresión «desarrollo sostenible» solamente si la palabra «desarrollo» se redefinía (de manera muy extraña) como «no-crecimiento».
CINCO PUNTOS PARA UN PROGRAMA DE DECRECIMIENTO
Herman Daly
- Reforma fiscal ecológica. Cambiar la base de los impuestos desde el valor añadido hasta aquello sobre lo que se añade valor, es decir, sobre el flujo material que parte de la extracción de recursos, atraviesa la economía y vuelve a la naturaleza en forma de polución y vertido. De esta manera se internalizarían los costes externos, es decir, se pondría un precio más realista al uso de recursos naturales, y se recaudaría de una manera más equitativa. Los posibles efectos regresivos de esta medida se deberían de corregir con criterios progresivos de gasto público.
- Limitar los niveles de desigualdad de la distribución de ingresos instaurando un ingreso máximo y un ingreso mínimo. Cuando no existe crecimiento agregado, la reducción de la pobreza requiere una redistribución.
- Disminuir el tiempo de la jornada de trabajo. Dejar más opción para el ocio o el trabajo personal. Sin crecimiento es difícil proporcionar empleo a tiempo completo para todos.
- Volver a regular el comercio internacional. Abandonar el libre comercio, la libre movilidad del capital y la globalización y adoptar tarifas compensatorias que beneficien a las políticas nacionales que incorporen la protección de la naturaleza frente a los precios de la competencia «a la baja» de otros países. Tal y como postulaba Keynes, habría que degradar al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial al papel de instituciones encargadas de vigilar el cumplimiento de los pagos internacionales que carguen tasas de penalización para el déficit y el superávit en los balances internacionales. Evitar las grandes transferencias de capital y la deuda externa.
- Cercar los bienes comunes naturales rivales (escasos) mediante fundaciones públicas que les pongan un precio, mientras se liberan de los cercamientos privados y de los precios a los bienes comunes no rivales (no escasos) de la información y el conocimiento. Dejemos de tratar lo escaso como si no fuera escaso y lo no escaso como si fuera escaso.
Joan Martínez Alier
- La economía debe decrecer físicamente en términos de toneladas de los flujos de materiales, de consumo de energía, de la Apropiación Humana de la Producción Primaria Neta (indicador que traduce a biomasa todos los consumos humanos) y también del uso de agua. En principio, existe ya un acuerdo social en Europa para que las emisiones de dióxido de carbono decrezcan un cincuenta por ciento en las próximas décadas con respecto a las de 1990. Pero también deben hacerlo otros indicadores físicos de presión sobre el ambiente.
- Dada la estrecha relación entre el uso de materiales y energía y el crecimiento económico, de hecho, en bastantes países ha aumentado la intensidad material y energética del PIB. Entonces, puede suponerse que reducir las magnitudes de los indicadores físicos llevará también en muchos casos a un decrecimiento del PIB, es decir, de la economía medida crematísticamente.
- Medir correctamente los aumentos de la productividad. Por ejemplo, si hay una sustitución de energía humana por energía de máquinas, ¿los precios de esta energía que se calculan tienen en cuenta el agotamiento de recursos, las externalidades negativas? Sabemos que en estos momentos no es así.
- Hay que separar el derecho a recibir una remuneración del trabajo asalariado. Hay que redefinir el significado de «empleo» (teniendo en cuenta los servicios domésticos no remunerados, y todo el sector del voluntariado) y hay que introducir la cobertura de la Renta Básica de Ciudadanía.
- ¿Quién pagará la montaña de créditos, las hipotecas y la deuda pública, si la economía no crece? La respuesta debe ser: nadie. No podemos forzar indefinidamente a la economía a crecer al ritmo del interés compuesto con que se acumulan las deudas.
Serge Latouche
- Retornar a una huella ecológica igual o inferior a la de la Tierra, es decir, manteniendo el resto de factores igual, volver a una producción material equivalente a la de los años sesenta y setenta.
- Relocalizar las actividades limitando el volumen de desplazamientos de hombres y mercancías a escala planetaria y su impacto negativo sobre el medio ambiente.
- Restaurar la agricultura campesina tradicional, incentivar al máximo la producción local, de temporada, natural y tradicional. Suprimir progresivamente el uso de pesticidas químicos alergénicos, neurotóxicos, inmunodepresores, mutágenos, cancerigenos, disruptores endocrinos y reprotóxicos que pueden provocar la esterilidad.
- Penalizar fuertemente los gastos en publicidad.
- Decretar una moratoria en la innovación tecnocientífica, hacer un balance serio y reorientar la investigación en función de nuevas aspiraciones. Se tratará de desarrollar, por ejemplo, la química verde antes que las moléculas tóxicas y la medicina ambiental antes que el determinismo genético o favorecer la investigación en agroecología y agrobiología en lugar de la agricultura industrial y sus quimeras, como los transgénicos. La moratoria debería de extenderse a todos los grandes proyectos de infraestructuras como las autopistas, el tren de alta velocidad o las incineradoras de residuos.
Fuente: Revista La Dinamo nº 29