Economía solidaria ¿germen de una nueva economía?

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En los últimos tiempos se han multiplicado diversas iniciativas que tratan de recuperar la economía como un ámbito donde sea posible practicar valores relacionados con la reciprocidad, la sostenibilidad ambiental, el compromiso con la comunidad local, la solidaridad o el bien común.

Hoy, quizá como nunca antes había sucedido, cada vez más personas son conscientes de que el capitalismo ha convertido nuestras vidas y nuestro planeta en una mercancía. Un sistema que pervierte el valor social de la economía al supeditarla al objetivo de la maximización de beneficios en el menor tiempo posible y sin atender a los costes sociales o medioambientales en su desarrollo. De esta manera vivimos en una suerte de casino global que ha hecho de la economía un sistema hiper-financiarizado, al margen de la vida de personas y pueblos y donde el poco espacio dejado a la economía real funciona con criterios basados en el crecimiento exponencial de la producción y en un desaforado consumismo de masas. Un sistema, en definitiva, medioambientalmente insostenible y socialmente injusto que no es capaz de garantizar la felicidad y la vida en condiciones de todas las personas en cualquier lugar del planeta.

Frente a esta situación, y a lo largo de la propia historia del capitalismo moderno, han sido muchos los enfoque políticos y los movimientos sociales que han elaborado análisis críticos de su desarrollo, así como propuesta alternativas para organizar la actividad económica. Iniciativas que en los últimos años han venido multiplicándose, muchas de ellas bajo el paraguas de la denominada “Economía Solidaria”, entendida ésta como una visión y una práctica que reivindica la economía como medio –y no como fin– al servicio de la mejora de la calidad de vida de las personas, la comunidad y su medioambiente. Una economía que coloca en el centro de su actividad el buen vivir personal y colectivo, así como la propia sostenibilidad de la vida y que resitúa, por tanto, la verdadera función de la economía y la conecta, sin preponderancia, con el resto de esferas social, política o cultural.

Una práctica transformadora, que choca con el modelo capitalista, concediendo a las personas, sus necesidades, capacidades y trabajo un valor por encima del capital y de su acumulación, a la vez que reivindica un modelo socioeconómico más redistributivo y equitativo. Una propuesta, en consecuencia, que huye de una concepción ligada al modelo productivista-crecentista que prima la acumulación del capital por encima del desarrollo de las personas y es ajeno a los daños sociales y ambientales producidos en la consecución de sus objetivos.

La Economía Solidaria, obviamente, no dibuja un sistema alternativo acabado, pero reúne un conjunto de prácticas basadas en principios y valores que prefiguran los contornos de una práctica económica alternativa al capitalismo. Un movimiento –económico, social y político–, que aspira, junto con otras redes y movimientos, a transformar de raíz y desde abajo, nuestra sociedad local y nuestro mundo global.

Todo el ciclo económico

En la actualidad, la Economía Solidaria está presente a través de diversas iniciativas en todo el ciclo económico: en la creación (cultura, bienes comunes, agroecología, educación en valores…), la producción (empresas cooperativas, de inserción, asociaciones sin ánimo de lucro…), la comercialización y consumo (mercados sociales, cooperativas de consumo, compra pública socialmente responsable, trueque, economía colaborativa…) y en las finanzas y distribución de excedentes (finanzas alternativas, banca ética, crowdfunding, seguros éticos, monedas sociales…).

Un germen, por tanto, de una nueva economía al servicio del bien común y que, especialmente con los aportes del feminismo y el ecologismo, reivindica la centralidad de los procesos de sostenibilidad y reproducción de la vida. Una nueva economía, plural y en construcción, que enfrenta tres grandes retos: crecer y generar nuevas prácticas autogestionarias que aumenten su impacto económico, contribuir a través de la investigación, la sensibilización y la alianza con otros movimientos socio-políticos al impulso de transformaciones políticas (locales y globales) y, sobre todo, agregar ciudadanía a sus propuestas, sumando a amplias capas de población que con su trabajo, su consumo o su militancia permitan que estas iniciativas modifiquen sustancialmente los valores y las prácticas económicas capitalistas.


PRACTICANDO EL CONSUMO RESPONSABLE

Acabo de abrir una cuenta corriente en Fiare Banca Ética. Participo, en mi barrio, en un grupo de consumo de productos agroecológicos locales. Compro el cacao, el azúcar y el café, que no se producen en mi tierra, en una tienda de comercio justo. Y, de vez en cuando, consigo ropa de mi talla, en muy buen estado, en una de las tiendas de segunda mano que tiene un proyecto de recuperación medioambiental. Y cooperativa es también la iniciativa que trabaja en la generación y comercialización de energías renovables a la que me he asociado y me factura desde hace unos meses la luz.

La semana pasada celebramos un cumpleaños de una amiga en un restaurante de una empresa de inserción y allí me enteré que existe un teléfono que se elabora con estándares éticos y sociales y que no tiene fecha de caducidad, la obsolescencia esa programada, que entendí lo que era tras ver un documental de un grupo ecologista… o de decrecimiento, no me acuerdo. También me contó otro colega que conocí en un intercambio en el banco del tiempo del barrio, que un grupo de gente, al igual que ya existe con la energía, ha empezado a organizar otra cooperativa que ofrece servicios de telefonía y de conexión a internet. Tengo que enterarme, porque lo de estas compañías multinacionales clama al cielo.

Por cierto, casi llego tarde a la hora propuesta para la cena porque me entretuve en la librería asociativa que está a tres manzanas del restaurante, donde compré un par de libros, uno sobre municipalismo y cambio político y otro sobre alternativas económicas, ambos de una editorial independiente que publica con licencias libres de distribución. El escaparate estaba repleto de revistas y periódicos de información alternativa. Y, volviendo a la cena, conseguí que otra amiga me explicase cómo funciona y cómo puedo apuntarme en una página web donde poder compartir coche. Lo intentaré para ir a ver a mi padre y a mi madre a la sierra el próximo fin de semana. ¡Mis viejos!, qué energía, hace unos pocos años, antes de llegar la jubilación, se juntaron con otras personas en su misma situación, compañeras en mil batallas parroquiales y vecinales del barrio donde vivimos y decidieron montar una cooperativa de vivienda con servicios comunes donde pasar su última etapa de vida, coherentes con los valores que siempre me transmitieron. ¡Ah! han construido el centro de convivencia con un crédito del mismo banco ético en el que acabo de abrir la cuenta…


Fuente: Revista Noticias Obreras, nº 1582, abril 2016