¿Existe el PIB de la felicidad?

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El crecimiento económico no siempre va ligado a la sensación de bienestar – El Gobierno francés modificará las estadísticas para reflejar con más rigor el grado de satisfacción de los ciudadanos
Nada parece imposible para Nicolas Sarkozy. La penúltima cruzada del presidente francés es lograr que los indicadores económicos reflejen algo tan difícil de medir como el bienestar de los ciudadanos. Sarkozy pretende derribar «la religión del número» que todo lo basa en el Producto Interior Bruto (PIB) y no tiene en cuenta las desigualdades sociales o el medio ambiente. Los expertos le reconocen parte de razón, y creen que su propuesta es buena porque abre un debate. Sin embargo, defienden las ventajas del PIB como sistema homologado, califican de utópica la intención de cuantificar la felicidad y advierten de que detrás de esta propuesta podrían esconderse motivos ideológicos y comerciales.

En febrero de 2008, el presidente francés encargó la creación de una comisión para identificar los límites del PIB. La comisión, dirigida por el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, hizo públicos la pasada semana sus resultados en un informe de casi 300 páginas. Este comité ha confirmado las sospechas de Sarkozy: el
PIB se utiliza de forma errónea, en particular cuando aparece como medida de bienestar. «Desde hace mucho tiempo hay un problema con la manera en que utilizamos los indicadores económicos», ha dicho el mandatario francés. «Durante años las estadísticas han mostrado un crecimiento económico cada vez más fuerte, pero este crecimiento, al poner en peligro el futuro del planeta, destruye más de lo que crea».
El informe advierte de que las estadísticas no sirven para capturar fenómenos con un impacto cada vez mayor en el bienestar de los ciudadanos. Por ejemplo, los atascos de tráfico pueden incrementar el PIB como resultado de un mayor consumo de gasolina, pero no contribuyen a mejorar ni la calida de vida ni la del aire.
«Estoy de acuerdo con la filosofía general del estudio. Del PIB se ha hecho una especie de tótem que se utiliza para cualquier cosa», dice Ángel Laborda, jefe del gabinete y estadística de la Fundación de las Cajas de Ahorros. «Parece que el único objetivo de los Gobiernos es tener más PIB. Es un indicador que se asocia al desarrollo, pero hay que tener mucho cuidado con esa deducción», añade. En su opinión, una medida más fiable es el PIB por habitante. «Luxembrugo, por ejemplo, no está entre los países más ricos por PIB, pero duplica a España en PIB por habitante», añade.
En términos académicos, el PIB se define como el valor de mercado de todos los bienes y servicios producidos por un país. «Se trata de un sistema de medición que sirve para hacer comparaciones entre países», argumenta Carmen Alcaide. La ex presidenta del Instituto Nacional de Estadística (INE) advierte de que medir el bienestar es mucho más complejo. «No hay que criticar por criticar al sistema estadístico. Hace años ya se intentó, con el concepto de contabilidad social, algo similar a lo que propone Sarkozy, pero no fraguó porque fue imposible ponerse de acuerdo sobre los indicadores. De implantarse las tesis del Gobierno francés, habría un pulso político muy difícil de solucionar porque cada país querría dar mayor peso a unas variables para salir mejor en la foto», indica.
La petición del presidente francés no supone una revolución. Desde hace años, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) publica el Informe sobre Desarrollo Humano (IDH) en función de una serie de variables (esperanza de vida, tasa de alfabetización, PIB per cápita…). «El concepto de desarrollo es más amplio, pero este índice es una alternativa sólida al uso del PIB per cápita como medida del bienestar humano», señala el PNUD.
El último informe de desarrollo humano data de 2008 (el de 2009 se publicará en octubre), y en él se comprueba que aunque los países más ricos encabezan el ranking, las naciones con mayor PIB no necesariamente lideran la clasificación. Por ejemplo, EE UU, el país más rico del mundo, aparece en el puesto número 12 (justo por delante de España). La lista la encabezan Islandia, Noruega, Australia, Canadá e Irlanda. Francia figura en el décimo puesto. Economías con gran potencial, como China e India, ocupan los puestos 81 y 128.
«El informe que ha presentado Francia tiene parte de razón porque los bienes y servicios producidos en un país no miden su bienestar. Sin embargo, el PIB es el mejor de los peores indicadores económicos que tenemos», apunta Pablo Vázquez, director ejecutivo de la Fundación de Estudios de Economía Aplicada (Fedea). «Todas las cosas que importan de verdad no se suelen comprar con dinero. En este sentido, la contabilidad nacional es un sistema limitado. Lo que ocurre es que en economía hay pruebas suficientes para decir que un incremento de la economía está correlacionado con la educación, la sanidad o la esperanza de vida», añade.
El economista Stiglitz, además de consejero áulico de Sarkozy, es también asesor internacional del PSOE. Por eso el debate que plantea la comisión encabezada por Stiglitz tiene también un trasfondo ideológico, a juicio del director de Fedea. «Hasta ahora todo se había dejado en manos del mercado, que era el que concedía un valor a las cosas. La recesión ha puesto en entredicho este planteamiento. Por lo tanto, si se cuestiona al mercado como sistema de medición, se está cuestionando también el PIB».
Quizás esta lectura del estudio explique la velada crítica que hace el semanario The Economist, para muchos la Biblia del pensamiento liberal: «Ampliar las estadísticas económicas es una gran idea. Algunos países, como el diminuto Bután, ya lo están haciendo. Pero también hay riesgos […] La simple posibilidad de ver a políticos pagados de sí mismos diciendo a la gente cómo son de felices es puramente orwelliana. Otro peligro de la proliferación de indicadores es que supondría todo un regalo para determinados grupos de interés, al dejarles elegir números que amplifiquen su miseria y así poder reivindicar una mayor porción de la tarta de la economía nacional».
El informe del consejo de expertos contratados por el Gobierno francés advierte de la urgencia de reformar los sistemas estadísticos, ya que de lo contrario seguirá aumentando el recelo de la ciudadanía. «En Francia y en el Reino Unido sólo un tercio de las personas confía en las cifras oficiales, y estos países no son una excepción». Durante la presentación del estudio, Sarkozy fue más lejos: «Los ciudadanos creen que se les miente, que las cifras son falsas y, peor aún, que están manipuladas. No hay nada más destructor para la democracia».
Esta acusación no es compartida por los expertos. «Yo he sido presidenta del INE y puedo asegurar que las estadísticas no se manipulan», argumenta Carmen Alcaide. «Lo que hay que hacer es una intensa labor de pedagogía para hacer ver a la gente qué son los indicadores económicos, para qué sirven y cómo se elaboran. Las estadísticas no son una verdad absoluta, sino una aproximación a la realidad», agrega.
Pablo Vázquez comparte esa opinión, y señala que siempre hay una distorsión entre lo que la gente piensa y lo que reflejan las estadísticas. «El problema es que resulta muy difícil encontrar al ciudadano medio. De todas formas, hay que reconocer que los indicadores económicos son mucho más fiables que antes. Hace unas décadas, por ejemplo, casi la única forma de medir el PIB era el consumo eléctrico. Hoy en día se cuenta con herramientas de gran calidad para medirlo», indica.
Aparte del hueco que se abre entre la percepción ciudadana de la realidad y el mundo que dibujan las estadísticas, el estudio abanderado por Sarkozy pide también reformar los sistemas de medición económica porque la crisis ha puesto en entredicho estos parámetros. «Algunos miembros de la comisión creen que una de las razones por las cuales la crisis ha pillado por sorpresa a tanta gente es que el sistema de medición falló». Para estos expertos, si Gobiernos y organizaciones internacionales se hubieran dado cuenta de las limitaciones de los sistemas de medición, que tienen al PIB como ratio estrella, se habría enfriado la euforia acerca de la evolución económica de los años previos a la crisis y se podrían haber aplicado políticas para evitar la recesión, o al menos amortiguarla.
«Las señales de alarma sonaron con antelación. En España mucha gente empezó a hablar de burbuja inmobiliaria antes de 2007. El problema es que la psicología humana, durante la expansión de la economía, lleva a marginar a aquellos que advierten de posibles desfases, tachándoles de aguafiestas», disiente Ángel Laborda. «La gente en general, y los gobernantes en particular, se niegan a pensar, al menos en público, que pueden ir a peor», añade.
La lucha por restar poder al PIB como sinónimo de prosperidad económica, y por tanto de felicidad, no es nueva.
Sarkozy quizás tenga entre sus referentes políticos a Robert Kennedy, o quizás no. Pero seguro que suscribiría las palabras que el senador estadounidense pronunció en 1968: «El PIB no tiene en cuenta la salud de nuestros niños, la calidad de su educación o el gozo que experimentan cuando juegan. No incluye la belleza de nuestra poesía ni la fuerza de nuestros matrimonios, la inteligencia del debate público o la integridad de nuestros funcionarios. No mide nuestro coraje, ni nuestra sabiduría, ni la devoción a nuestro país. Lo mide todo, en suma, salvo lo que hace que la vida merezca la pena. Puede decirnos todo sobre los Estados Unidos, salvo por qué estamos orgullosos de ser estadounidenses».
Cuatro décadas después de este discurso, el PIB sigue siendo la medida de muchas cosas. Entre otras, es el baremo elegido para seleccionar los países que se han reunido esta semana en Pittsburgh para decidir el futuro económico del planeta. Dos de las sillas en el G-20 han sido para Francia y España. ¿Les hubieran pertenecido si las estadísticas económicas reflejasen la felicidad de sus habitantes?
David Fernández, en El País
Fuente: Blog Coop57