Traficantes de salud
Fuente: Icaria Editorial
La enfermedad se apodera de nuestro organismo. Acudimos entonces, de manera casi robótica, al consumo de algún medicamento. Queremos curarnos, alcanzar la salud. Lo último que esperamos es fallecer en el intento. Morir de salud. El número de personas que pierden la vida al ingerir fármacos crece. En Estados Unidos ya es la cuarta causa de muerte y en ocasiones se han equiparado las cifras con el número de fallecidos en accidente de tráfico.
La primera parte de este libro recoge los casos de muerte por consumo de fármacos (iatrogenia) más importantes que se han producido en nuestro país en los últimos años. Personas con nombres y apellidos que fallecen o quedan gravemente afectadas en la ilusión de superar su padecimiento. Familias destrozadas. En unos casos, condenadas a luchar por encontrar justicia. En otros, vencidas por la infinita tristeza de quien sabe que no queda otra opción que continuar el camino sin el otro.
En segundo lugar, mostramos quién es quién en el entramado que gestiona la salud y el tratamiento de la enfermedad. Las corporaciones farmacéuticas responsables de la iatrogenia, la corrupción, la ineficacia de numerosos fármacos, su peligrosidad, el fraude científico que suponen muchos, la desigualdad del abastecimiento que promueve el mercado o la manipulación de voluntades que caracteriza al sistema sanitario que conforman. Son «Crímenes corporativos» que suelen quedar impunes. Hemos escogido doce de los mayores laboratorios farmacéuticos y los presentamos por orden alfabético. No son todos los que son pero son todos los que están y su elección coincide más o menos con los más importantes del sector. De alguna manera fueron ellos los que se autoescogieron como muestra representativa, pues son los que más han destacado en el ingente proceso de acopio de material documental para este libro.
En un tercer bloque, explicamos qué estrategias utilizan las compañías farmacéuticas para aumentar las ventas de sus productos y por tanto sus beneficios. Cómo intentan perpetuar su lucrativo negocio: ensayos clínicos manipulados, invención de enfermedades para abrir nuevos mercados, represión sobre profesionales honestos, ejércitos de vendedores que vencen la voluntad de numerosos médicos, publicidad engañosa o control de los medios de comunicación. Es «El secuestro de la salud».
Por último, no podíamos olvidarnos del marco de globalización capitalista en el que juega y gana el entramado farmasanitario internacional. La industria de la salud y de la enfermedad no es ajena ni mucho menos al actual estadio del capitalismo conocido como globalización. Al contrario, es uno de sus principales impulsores: financia partidos políticos que una vez en el gobierno devuelven los favores; presiona a los poderes estatales y en las instituciones transnacionales para que se adopten los acuerdos de propiedad intelectual que promueve, dirigidos a extender las patentes de sus productos; trata de globalizar el consumo de medicamentos —de crear nuevas necesidades, de sumar beneficios allí donde existen poblaciones capaces de pagar los altos precios de sus brebajes—; o saquea sin pudor el conocimiento milenario indígena en regiones planetarias que no obtendrán compensación a cambio. Al mismo tiempo, castiga a los países díscolos que rompen las normas del juego, dictadas por ella, para conseguir fármacos esenciales para sus habitantes contagiados con el VIH/sida o que sufren enfermedades olvidadas. Lo hemos denominado «La globalización de la enfermedad».
Tras la incuestionable eficacia de numerosos preparados farmacológicos se esconde, de manera interesada, una colección de realidades que pasan inadvertidas para la mayoría de los ciudadanos. La enfermedad es la materia prima de la industria que fabrica los remedios. Las corporaciones farmacéuticas dirigen sus principios activos a atacar los síntomas de cada trastorno, no sus causas.
Así, los problemas perduran y los beneficios económicos que producen también. Pese a que la enfermedad es un filón importante para esta industria —ley de vida: unas personas nacen, otras mueren, y en el camino enferman—, el mercado de medicamentos está saturado. Principalmente, debido a la enorme cantidad de antídotos lanzados cada año y a la presión que ejercen las multinacionales farmacéuticas para avivar de manera constante el consumo. Esto ha conducido a una situación insostenible en las sociedades occidentales: cuerpos rebosantes de drogas legales. Enfermos saludables.
No satisfecha con ser el conglomerado empresarial más rentable del planeta, el grupo de presión farmacéutico ha encontrado en la salud nuevas oportunidades de negocio. Sí, en la salud. La enfermedad es rentable pero los accionistas siempre quieren más. Desde hace algún tiempo buena parte de los preparados que lanzan al mercado los laboratorios están diseñados para alcanzar un bienestar ilusorio: mejorar la salud o prevenir dolencias que la pongan en peligro en un futuro. Son fármacos de estilo de vida; occidental, por supuesto. El fetichismo de la mercancía adquiere así forma de píldora. La ciudadanía de los países denominados desarrollados intenta encontrar en estas fórmulas químicas una especie de pasaporte al mundo del no dolor. Para los traficantes de salud no importa tanto si la persona está enferma como el tratar de vender la idea de que siempre puede estar mejor, más sana que sana, aunque en verdad no necesite ningún tratamiento.
No dudamos de que buena parte de los medicamentos tienen un gran valor para las personas. Sí afirmamos que en numerosas ocasiones los intereses del sector y los de los ciudadanos no coinciden e incluso, como veremos con profusión, existe un soterrado enfrentamiento entre las empresas y la población. Dicho sea de paso, las primeras suelen imponer su voluntad sobre las segundas, verdadero sujeto de los hechos. En la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte los separe.