Victoriano Flamarique – Promotor del cooperativismo

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En estos tiempos en los que se escuchan tantos discursos sociales, en los que a los políticos se les llena la boca de palabras bonitas dedicadas a los más desfavorecidos -y todo se queda en palabras-; en estos tiempos, digo, y hoy más que nunca, me gustaría mirar hacia atrás, hacia aquella Navarra de principios del siglo XX, y detenerme en la figura de un clérigo que fue de los que predicó y dio trigo, de un clérigo comprometido, de un clérigo que decía que había que hacer y a la vez hacía. Hablo de Victoriano Flamarique Biurrun.
La figura de este sacerdote se nos presenta a día de hoy como una referencia obligada, como un modelo de compromiso, de persona consecuente. Predicaba con sus palabras y con sus hechos, que eran precisamente estos últimos los que daban validez y credibilidad a sus palabras. Decía en el púlpito, frase suya es, aquello de que «el hombre está hecho de carne y alma, y a ambas partes hay que atender al mismo tiempo «; y así fue como su vida la dedicó a ambas cosas.

Nacido en Beire en el año 1872, aunque fuertemente vinculado durante su vida religiosa a la villa de Olite. Era de familia campesina muy religiosa, políticamente tradicionalista, y sin duda alguna que eso marcó su vocación y condicionó su vida, una vida que en todo momento estuvo marcada por su servicio y entrega a la Iglesia, y a la vez por una intensa preocupación y ocupación por la justicia social.
Párroco Victoriano Flamarique se ordenó sacerdote en el año 1895, a los 23 años de edad. Su primer destino fue Mañeru, en donde grandes extensiones de viñedos crecen a la vera del Camino de Santiago; allí estuvo diez meses como párroco interino. De allí pasó a Lezáun, en el valle de Yerri, estrenándose como párroco de su iglesia de San Pedro, al frente de cuya parroquial estuvo tres años.
Y por fin llegó a Olite. Pronto se le conocería como «el cura de Olite «. En 1898 era nombrado párroco de la iglesia de Santa María, y allí que estuvo hasta 1927. Lo primero que allí llamó la atención fue su intensa labor sacerdotal; parecía imposible que pudiese atender tantas cosas a la vez, pero era la suya una vida totalmente entregada a los feligreses.
Predicaba caridad y austeridad; y predicaba con el ejemplo. Esto fue lo segundo que llamó la atención en Olite. Victoriano Flamarique vivía en la suma pobreza, todo lo que tenía lo compartía con los más desfavorecidos de la localidad, y eso era algo que hacía remover todas las conciencias. No cejaba en el empeño de elevar el nivel social de los vecinos, y esto incomodaba a no pocas personas que vivían en la opulencia y que por lo general tenían ciertas cotas de poder.
Flamarique rompía todos los esquemas. Siempre se había oído a los curas predicar la caridad, pero de allí a materializar esa caridad tantas veces cacareada había un trecho. Y este hombre iba en esa línea, y además daba que hablar, hasta el punto de que algunos sectores conservadores de Navarra -más allá de las fronteras locales de Olite- enseguida le acusaron de socialista y de mil cosas más. Pero Flamarique estaba hecho de otra pasta; en ningún momento anduvo preocupándose de lo que se hablaba de él; tenía demasiado claros sus objetivos y era demasiado grande su tesón como para estar ocupándose de quien le criticaba. Pese a ello hubo dos personas que de inmediato le apoyaron en la vida ejemplar que llevaba, y que salieron en su defensa; se trataba, por un lado, nada menos que del obispo, fray José López de Mendoza; y por otro lado del sociólogo Antonio Yoldi, profesor del Seminario de Pamplona. Ese cierra de filas del obispo en torno a la labor de Victoriano Flamarique fue un espaldarazo importante a una labor que en aquellos tiempos resultaba casi escandalosa; hasta a sus propios feligreses les daba cierto vértigo la revolución social que su párroco estaba emprendiendo, revolución esta que no era otra que la aplicación de la doctrina social de la Iglesia.
Cooperativas Y es así como, convencido de todo lo que hacía, Victoriano Flamarique vive de cerca la pobreza, vive de cerca las necesidades reales de la gente sencilla de Olite, de los campesinos. Y desde esa percepción de la realidad ataca a las causas de aquellas situaciones injustas. Allí está el púlpito de Santa María, desde donde se apela a las conciencias de todos, denunciando la usura, denunciando la explotación, incluso denunciando cosas mucho más concretas, como la escasez de tierras cultivables, la falta de maquinaria, la escasa utilización de los abonos, o la explotación de los más débiles, que se veían obligados a vender antes de tiempo las cosechas de trigo y de uva.
Pero ya ha quedado dicho que Flamarique no era hombre de púlpito solamente; no predicaba solo con palabras, sino con hechos. Quiere esto decir que no se limitaba a denunciar, sino que bajaba a la arena a buscar soluciones. Y en 1904, después de superar la resistencia de sus propios feligreses, funda este párroco la primera Caja Rural.
Conviene situarse en ese tiempo para poder llegar a percibir mínimamente que suponía aquello. Flamarique había apostado por la cooperativización total, y creaba una Caja Rural cuando no había ninguna otra que le sirviese de referencia; no se conocía otra experiencia como esa. Había además amplios sectores interesados en que los agricultores siguiesen siendo esa clase social de ínfima categoría. Podía haberse limitado «el cura de Olite » a predicar simplemente desde el púlpito, o como mucho se podía haber conformado con emprender acciones benéficas; pero no fue así. Victoriano Flamarique cogió el toro por los cuernos, sabía que los problemas del campo y de los agricultores no precisaban de parcheos temporales incidiendo en aspectos concretos, sino que urgían soluciones globales.
Y mientras en Madrid algunos líderes sociales hablaban de reforma agraria, en Olite un cura la ponía en práctica en medio de la expectación de observadores de toda España, escépticos algunos de ellos ante lo que este párroco trataba de poner en marcha en Navarra.
Y Flamarique demostró que uniendo a los agricultores en cooperativas su trabajo iba a quedar dignificado; consiguió que los beneficios de la venta de los productos del campo fuesen para quien trabaja la tierra y para quien la suda, acabando así con mercaderes e intermediarios que compraban a los agricultores a bajo costo para venderlo a los consumidores a precios de escándalo, llenando así sus bolsillos. Eso se había acabado. Y para conseguir esto fue necesario que un cura se remangase la sotana, fundase la primera Caja Rural, y apoyado en esta pusiese en marcha otras empresas económicas al servicio del cooperativismo agrario.
Sirva como ejemplo que en Olite, desde 1904 hasta 1926, se crearon al amparo de Caja Rural iniciativas como la Bodega Cooperativa de Olite, Secciones de ahorro y préstamo, la Cooperativa de Abonos, Harinera Navarra, Electra Caja Rural, el Círculo de instrucciones y recreo, Panadería, Fábrica de Alcoholes, Trilladora Sindical, Patronato Social escolar femenino, Cine Dominical, Caja Infantil, y la Caja Dotal.
Y a partir de Olite, fueron creándose Cajas Rurales y Cooperativas agrarias en muchos pueblos de toda Navarra, casi siempre a iniciativa de los párrocos. Se acababa así con el abuso de los prestamistas, se acababa con los precios de miseria a que estaba abocado a vender el agricultor, se acababa con los precios inmorales que pagaba el consumidor, se acababa con los intermediarios y con los mercaderes sin escrúpulos, se acababa con la emigración del campo hacia la ciudad, se acababa con el caciquismo y la usura, y con tantas y tantas injusticias, y con tantas situaciones de pobreza.
Victoriano Flamarique pasará a la historia como el hombre que supo predicar y dar trigo; como el hombre que consiguió que los pobres fuesen menos pobres. El mundo agrario debiera de hacerle un monumento.
Fuente: Diario de Noticias