Dosieres ecosociales: El fin de la sociedad del despilfarro

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El cambio climático, el agotamiento de la capa de ozono, la deforestación, la acidificación de los océanos, la pérdida de biodiversidad, el ciclo de nitrógeno o la contaminación química son sólo algunas de las problemáticas ambientales que amenazan la salud del planeta y pertenecen al marco de los límites planetarios, un concepto establecido en 2009 por un equipo liderado por Johan Rockström del Centro de Resiliencia de Estocolmo1, que ha generado una línea de investigación muy prolífica para la identificación y alerta acerca de la superación de los umbrales. Marcos analíticos como este demuestran cómo los recursos físicos de los que dependemos están sufriendo cambios rápidos e imprevisibles en un tiempo relativamente corto. Estos cambios podrían llevar al colapso de los ecosistemas, a la escasez de alimentos y a crisis sanitarias potencialmente mucho peores que la que se han vivido por la COVID-19.

Los principales motores de estos impactos globales están claramente identificados: el creciente consumo de recursos materiales, la transformación y fragmentación de los hábitats naturales y el consumo de energía para sostener modos de vida cada vez más artificiales, consumistas e insostenibles, consolidados en culturas del derroche y del despilfarro, especialmente en economías no periféricas.

Así, ese metabolismo social asociado a patrones de crecimiento económico infinito y de sobreexplotación ecológica propios de nuestro tiempo, sumados al hecho de que vivimos en un planeta finito con recursos limitados, impone la necesidad de una significativa contracción en el consumo per cápita de materiales y energía y de los impactos ambientales relacionados, si no se quiere colisionar contra los límites biofísicos de la Tierra.

Si se centra la atención en el metabolismo de las sociedades industrializadas contemporáneas, es decir, en los flujos de energía y materiales que intervienen en su funcionamiento, la contabilidad física muestra un consumo excesivo y, por ende, un despilfarro de recursos naturales (directo o indirecto), que en muchas ocasiones está desvinculado del crecimiento de la población y distribuido de forma desigual para sostén de un modo de vida imperial2 basado en el exceso, el despilfarro y la comodidad inconsciente. En este escenario, es la dimensión productiva la que “produce” el consumo, y no a la inversa, en una confluencia nada neutral a nivel socioeconómico y ecológico entre la producción del objeto, las modalidades del consumo, y el impulso moldeado hacia este.

Es cada vez más evidente, pues, que los límites que la cultura del hiperconsumo pone a la satisfacción de los deseos están ligados a la toma de conciencia sobre sus consecuencias. En ese sentido, junto al riesgo en la vertiente ecológica (ligado a los requerimientos de recursos energéticos y materiales para sostener un determinado nivel productivo, así como a los residuos, los desperdicios y la contaminación) y en la dimensión social (relacionada con los niveles de desigualdad en el acceso a bienes y servicios), algunas teorías imputan también al consumismo el desgaste de la capacidad colectiva de construir e impulsar proyectos comunitarios y formas de gestión compartida y, en general, de otras formas de cohesión social.

No obstante, la expansión de la esfera del consumo ha sido asimétrica, coexistiendo ámbitos de población aferrados a formas más tradicionales y sencillas de vida, ligadas a conceptos como la escasez y la suficiencia, con otros ámbitos caracterizados por niveles de hiperconsumo, ligados a nuevos nichos de mercados como el bajo coste, las nuevas tecnologías, las modas, etc., que llevan intrínsicamente asociados una cultura de despilfarro y del consumo rápido y frívolo.

Si se mira a los números, por mostrar algunas de las tendencias más evidentes en relación con nuestra huella de desperdicio, en el ámbito alimentario, por ejemplo, el 28% (1400 millones de hectáreas)3 de la superficie agrícola global se usa anualmente para producir alimentos que se pierden o desperdician, acentuando el problema de las talas masivas de selvas y bosques para extender la frontera agrícola, y de los suelos cada vez más desertizados. Este desperdicio de alimentos se produce desde que se recogen del campo hasta que se sirven en el plato, conllevando un grave problema no sólo ecológico sino también ético, social y económico.

Por otra parte, el fenómeno de la moda rápida hace que nunca antes se hayan fabricado tantas prendas como ahora: 100.000 millones al año, con previsiones de crecimiento de un sector cada vez más importante. Así, si la compra de ropa se ha convertido en una verdadera actividad recreativa alimentada por las redes sociales, llegando a influir en el comportamiento de consumo de los clientes, la otra cara de la moneda nos habla de una industria altamente contaminante,4 que en la UE genera anualmente cuatro millones de toneladas de productos textiles que acaban en la basura, con una tasa de reciclaje de poco menos del uno por ciento.

Según la ONU,5 se generan unos 50 millones de toneladas al año de residuos electrónicos que acaban, en un alto porcentaje, en vertederos de países periféricos. En el caso de la Unión Europea, más de 2.500 millones de toneladas al año.6 Detrás de este fenómeno, está la obsolescencia planificada de nuestros ordenadores, impresoras, teléfonos móviles, neveras, etc. que tienen un tiempo de vida útil relativamente corto respecto a su potencial, al que hay que unir la inmediatez a la hora de salida al mercado de nuevos últimos modelos, con actualizaciones, correcciones, etc., que nos invitan a consumir de nuevo. Esto no es casualidad, sino una estrategia muy calculada que permea también a otros sectores. Así, esta “caducidad de los objetos” afecta a toda la electrónica, desde los ordenadores hasta los teléfonos móviles, los electrodomésticos, el software informático, la moda, el calzado, los juguetes, los libros de texto o incluso el mobiliario.

Podríamos seguir con más ejemplos de prácticas despilfarradoras que interfieren cada día con las diversas dimensiones de nuestro consumo, generando graves impactos tanto a nivel ambiental como social y económico.

En definitiva, estos datos muestran la urgencia de un cambio radical en nuestras maneras de producir y consumir y la búsqueda de alternativas viables que huyan del sendero ecocida, y sean conscientes de que vivimos en un mundo con limites biofísicos, no sólo en términos de recursos sino también en la posibilidad de procesar esa carga ambiental (dentro y fuera de las fronteras de nuestro país).

Es en ese sentido que este Dosier intenta captar la reacción y resistencia al consumismo devorador, el desarrollo de una conciencia creciente que se propone frenar los comportamientos consumistas basándose en ideas fundamentales como: pensar bien antes de comprar, buscar alternativas a la compra con menor impacto sobre los recursos naturales (como el intercambio, arreglar algo defectuoso o fabricar las cosas uno mismo), intentar “desbordar” determinados estándares productivos impuestos por el mercado, aprender a vivir con lo necesario (simplicidad), etc.

Así, partiendo del escenario esbozado con anterioridad, este trabajo se propone, por un lado, indagar, desde una perspectiva critica, en las respuestas sociales o los espacios de resistencia que, de una manera u otra, se oponen al paradigma de la sociedad del hiperconsumo y del despilfarro y, por el otro, de suscitar y ampliar la reflexión intelectual sobre los retos y las oportunidades que, sobre la base del diagnóstico disponible (que muestran los datos, las experiencias, etc.) permiten explorar vías y modalidades para aminorar la carga ambiental y social generada por esa dimensión innecesaria del consumo y de la producción.

El Dosier consta de tres artículos que nos relatan, desde la dimensión más experiencial tal y como se mencionaba anteriormente, propuestas y acciones que, desde el ámbito de la economía social y solidaria, abordan varias dimensiones de la vida cotidiana: desde los alimentos (de la mano del proyecto de la Fundación Espigoladors),7 al textil, mobiliario, etc. (a través del testimonio de los Traperos de Emaús de Navarra),8 a los aparatos eléctricos y electrónicos (de la mano de la Fundación Solidança).9 10 La parte final del trabajo reserva una atención especial al debate reciente sobre el proyecto de Ley de Prevención de las Pérdidas y el Desperdicio Alimentario a través de la plataforma #LeySinDesperdicio11 (gracias a la contribución de Enraíza Derechos)<sup>12</sup> que constituye una aproximación crítica y una llamada de atención a la aprobación del proyecto antes mencionado que tiene como objetivo general y en línea con la normativa europea, reducir el despilfarro a la basura de alimentos sin consumir. Sin embargo, el texto presentado no contiene los presupuestos para ser realmente transformador, quedándose claramente insuficiente y muy por debajo de las expectativas y exigencias de un sistema tan complejo como el alimentario.

Estado español
Autoría: Fuhem
Más info en: /www.fuhem.es
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