Consumo Responsable

¿Cómo impactan nuestros móviles en el Sur Global?

Recorremos la historia de un móvil y de todos los elementos que lo componen para llegar a tus manos.

17 enero 2023
Mundo

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Antes de seguir leyendo, haz una cosa: mira bien tu móvil.

Míralo por delante y por detrás, y de arriba abajo. Siente su tacto suave. Analiza su peso en la palma de tu mano. Cierra los ojos e intenta imaginarte los complejos circuitos que lo atraviesan por dentro.

¿Cómo han llegado todos estos elementos a su interior? ¿Quién los ha ensamblado en esta carcasa de plástico tan suave al tacto? Y sobre todo, ¿de dónde han salido?

Hoy queremos poner un poco de luz sobre todas estas cuestiones.

Esta es la historia de su móvil.

El coltán y las tierras raras
Además de necesitar energía para funcionar, el móvil también debe fabricarse. Y para ello se utilizan materiales (metales y minerales) que tenemos desde hace 4.500 millones de años en el planeta, y son muy escasos en la naturaleza. Algunos de estos son el coltán, el cobalto, o las llamadas “tierras raras”, imprescindibles para el funcionamiento de los smartphones y otros dispositivos móviles portátiles como ordenadores, tabletas o cámaras (¡y también coches eléctricos o satélites artificiales!).

“Tierras raras” es como se llaman un conjunto de 17 minerales que, a pesar de ser bastante abundantes, se encuentran dispersos en todo el planeta, en poca concentración y mezclados con otros elementos. Esto hace muy difícil y costosa su extracción.

Otro material muy utilizado es el coltán.

Seguramente habéis oído hablar de él. Pero, ¿qué es? La misma palabra nos lo explica: es la abreviatura de los nombres de los minerales columbita y tantalita. Por tanto es una mezcla de dos materiales, que en realidad tienen una composición y aspecto muy parecidos (gris oscuro, metálico). Ambas contienen tántalo (Ta en la tabla periódica), la principal razón por la que el coltán es tan preciado.

El tántalo sirve para fabricar condensadores: elementos que permiten almacenar la energía y minimizar el tamaño de los aparatos. También para elaborar redes de fibra óptica (para conectarnos a Internet) más rápidas y eficientes. Es decir, está presente en casi todas las actividades que realizamos a diario.

Lo que no hacemos cada día es pensar en cómo han llegado estos materiales a nuestros móviles: se extraen del suelo, por tanto a través de la extracción en minas. Y las personas que trabajan en estas minas están en condiciones de explotación y en muchos casos de trabajo infantil. UNICEF y Amnistía Internacional han denunciado en varios informes y artículos que en el Congo hay más de 40.000 menores trabajando en minas (tanto de coltán como de otros minerales, por ejemplo, de cobalto) y decenas de éstos mueren cada año.

Además, lo que se extrae de estas minas no se come, tampoco se lleva a una fábrica del país de donde se han extraído, donde se procesen o se elaboren los condensadores o los mismos dispositivos. O sea, la minería no revierte en la economía del territorio. El beneficio se lo llevan las grandes potencias mundiales.

¿Cuánto contamina fabricar tu móvil?
Hay que hablar también de la amenaza que supone para el planeta la extracción de coltán y tierras raras:

  • El elevado consumo de agua para la explotación minera y la limpieza de los minerales (además el agua acaba contaminada).
  • El gran volumen de residuos que genera refinarlos: para refinar una tonelada de elementos raros se necesitan 75.000 litros de ácido (el equivalente a tener unos 150 jacuzzis llenos de ácido) y 1 tonelada de elemento radiactivo.
  • La energía intrínseca (o gris): que es el porcentaje de energía que consume un dispositivo en todo aquello que no es su uso (principalmente su producción). En un móvil es casi el 80%.
  • El transporte de minerales y de los aparatos para su comercialización es de un 17% del consumo de energía.

Así, la huella medioambiental de los aparatos electrónicos, que a menudo se etiquetan como sostenibles o “verdes” porque no emiten CO2 a la atmósfera, es igual de grande (o más aún) debido a toda la contaminación que genera el proceso previo a su uso.

Sembrando conflictos internacionales
Hasta ahí hemos visto el impacto ambiental y territorial en la extracción de minerales y metales necesarios para fabricar nuestros dispositivos móviles. Es un hecho que estamos agotando las reservas de estos materiales milenarios para fabricar cosas que duran unos meses o como mucho, años. Pero es que, además, hacerlo se lleva por delante la vida de muchas personas.

Porque para recoger coltán, se siembran guerras.

Cuando estallan conflictos armados, o cuando tenemos noticias a través de los medios, parémonos a entender bien sus causas. Si profundizamos en qué intereses se están disputando, a menudo veremos que detrás hay una lucha por el control de los recursos naturales.

Y los recursos que nos ocupan no son una excepción. Por lo que respecta a la minería de materiales para tecnología puntera, el ejemplo más conocido es la República Democrática de Congo. Allí es donde se encuentran la mayoría de reservas de coltán del mundo (80%).

El mercado del coltán es pequeño -de momento-: facturó en el 2018 unos 300 millones de euros. Y precisamente ese es el problema: la producción anual de coltán no da abasto. Se venden 1.800 toneladas al año, mientras que en el mismo lapso temporal se venden unos 1.600 millones de teléfonos móviles. Este hecho tensiona aún más los territorios en los que hay suelo rico en este mineral.

mapa donde estan señalados los países de donde se extrae cobalto y su recorrido posterior
El movimiento del cobalto por el mundo. Infografía: Amnistía Internacional
No es casualidad, pues, que haya unos 120 grupos armados que se financian con la extracción del mismo. ¿Cómo? Tomando el control de las minas, explotándolas de forma ilegal, sin respetar los derechos humanos, y cobrando impuestos por el tráfico del producto extraído.

¿Y sabes quién lo permite? Espóiler: Occidente.

Los estados del Norte Global, en concreto, empresas multinacionales como Nokia, Alcatel, Siemens o Ericsson compran la producción de coltán a través de intermediarios. Es decir, pagan a estos grupos grandes cantidades de dinero aun sabiendo que así están alimentando la guerra en la RD del Congo.

Una guerra crónica desde 1996, que ha dejado “más de seis millones de muertes, mujeres violadas, niños soldado, y miles de personas desplazadas”. Hay, según Amnistía Internacional, varios factores, que hacen que este conflicto bélico se haya convertido en “permanente”.

  • los intereses económicos alrededor de los valiosos recursos naturales que existen,
  • las tensiones étnicas (fruto de la imposición de fronteras artificiales por parte de los estados-nación coloniales que no respetaron la diversidad de los pueblos que convivían)
  • el tráfico de armas para abastecer a los grupos armados
  • una justicia poco efectiva que fomenta la impunidad

De este caso podemos extraer un patrón que se repite en otros países, como Angola, Burundi, República Centroafricana, Ruanda, Sudán, Tanzania, Uganda y Zambia. Muchos de estos estados, a pesar de no tener explotación minera, son lugares de paso del mineral ya extraído, o lugares en los que se limpia y prepara para la exportación. En especial Ruanda y Uganda, que se han estado lucrando vendiendo el coltán y otros minerales, interfiriendo en el conflicto (para sostenerlo), y vendiendo el producto a precios inflados.

Congo no es el único ejemplo de las graves consecuencias de la minería en el territorio. China es el país donde mayor cantidad de tierras raras se produce: más del 90% del total mundial. Y cerca del 70% de éstas provienen de minas en Mongolia Interior. En concreto de la Mina de Bayan Obo, de la que dependen la mitad de las tecnologías avanzadas del mundo. Asimismo, es una de las zonas más contaminadas del mundo.

Las empresas chinas que gestionan su explotación acaparan las tierras de las poblaciones cercanas, provocando desplazamientos forzados, y graves afectaciones a la salud debido a la contaminación.

Y los residuos…
¿Qué recorrido realizan estos minerales, una vez extraídos?

Una vez salen los materiales de la mina se llevan a procesar, en la mayoría de casos en China, en donde se convierten en dispositivos móviles. De China pasan a Europa. Allí los utilizamos y, “gracias” a la obsolescencia programada, de la que os hablábamos en este artículo, y las constantes novedades que el mercado nos ofrece, al cabo de dos o tres años, los habremos desechado para comprarnos otro.

¿Dónde los tiramos? ¿Y a dónde van los residuos? Son dispositivos con elementos tóxicos y que no se han diseñado para su reciclaje.

¿A que no te lo imaginas? ¡Bingo! Los residuos los volvemos a enviar a África.

Es decir, los territorios de este continente, mientras son devastados por las explotaciones mineras que sirven para fabricar nuestros móviles, están sirviendo de vertedero de los restos de los dispositivos (¡recordemos, muy contaminantes!) que ya no utilizamos.

Literalmente, algunas poblaciones se han convertido en vertederos. El mayor (y también el más contaminante) del mundo está en la ciudad de Accra, en Ghana. Es el barrio de Agbogbloshie, de unas 10 hectáreas de extensión, en el que viven 40.000 personas.

Numerosos residuos tóxicos se desprenden de los desechos tecnológicos que se lanzan, que llegan además al río que atraviesa la zona; o de la quema del plástico para obtener metales reutilizables (para venderlos) que contamina el aire hasta hacerlo irrespirable y es fuente de muchas enfermedades respiratorias.

Esto ocurre aunque hace ya más de 40 años que la UE prohibió el envío de basura tecnológica a otros países. Pero si seguimos fabricando y consumiendo aparatos, es obvio que habrá que encontrar un sitio donde tirarlos, lejos de nuestras miradas.

Porque desgraciadamente “aún es más barato traer estos minerales de la mina” para fabricar nuevos aparatos “que reciclarlos de los aparatos viejos”, como cuenta Joaquín Proenza, profesor de mineralogía de la Universidad de Barcelona, en este interesante reportaje.

Además, bajo la premisa de la transición ecológica (cambiar el uso de combustibles fósiles por fuentes de energía renovables), seguimos dependiendo de la extracción minera. En lugar de carbón y petróleo que emiten CO2, extraemos materiales como el coltán, el cobalto y las tierras raras para realizar placas solares, coches eléctricos y móviles más potentes… y seguimos contaminando y generando residuos.

¿Qué podemos hacer nosotros?
Como vemos, no existe todavía una ruta de reciclaje para los componentes de los aparatos tecnológicos.

Pero sí se puede incidir en la forma como se fabrican. Si se realizan cambios en la memoria (circuitos integrados), se puede conseguir reducir, por ejemplo, las emisiones de CO2. Hay marcas que apuestan por móviles más sostenibles y éticos. El ejemplo más claro y coherente es el fairphone. Pero la responsabilidad y la conciencia tienen un precio, ¡y en este caso es muy caro!

Estamos cansadas además de apelar constantemente a la responsabilidad individual para reducir nuestro impacto. Sí, como usuarias podemos comprar de forma consciente, podemos reducir nuestro consumo, reciclar y reutilizar. Pero no es suficiente si las empresas siguen extrayendo estos minerales, produciendo y vendiendo productos que los contienen.

Hay que mirar hacia arriba, hacia aquellas instituciones (grandes corporaciones, gobiernos, órganos reguladores internacionales…) donde sí pueden actuar de forma masiva, yendo al origen: la extracción y el modelo de consumo.

En enero de 2021 la Unión Europea ponía en marcha la prohibición de los llamados “conflict minerals” (“minerales de conflicto”, también llamados «minerales de sangre») que tiene la intención de detener la exportación a Europa de estaño, tántalo, tungsteno y oro, los cuatro materiales con mayor riesgo de “financiar conflictos armados o de extraerse mediante trabajo forzado”.

Los países afectados por la normativa son aquellos “cuyos recursos naturales incluyen minerales que tienen una gran demanda a nivel local, regional o mundial” y los que “sufren conflictos armados, un estado de posconflicto frágil”, o que se considera que tienen «una gobernanza débil o inexistente» o se perpetran «violaciones sistemáticas del derecho internacional».

Con esto se pretende evitar que se perpetúen las vulneraciones de derechos humanos en la extracción de minerales,mientras que se quiere garantizar la estabilidad económica de la zona.

La regulación europea bebe de la ley Dodd-Frank, aprobada en 2010 en Estados Unidos. La ley obliga a las empresas nacionales a garantizar que las materias primas que se utilizan para fabricar dispositivos móviles no provengan del corazón de conflictos armados.

Aunque es muy importante y mucho más efectivo que la actuación sea a nivel macro, mientras no existan innovaciones tecnológicas que hagan más viable el reciclaje, ni ninguna actuación a gran escala, es clave el cambio de hábitos en el consumo. Y en este ámbito hay microacciones que nosotros podemos hacer:

  • Por un lado, podemos directamente consumir menos telecomunicaciones y utilizar menos aparatos. Pero en este texto nos preguntábamos si estamos dispuestas o somos capaces de hacerlo. Y en ese otro te proponíamos 8 consejos útiles para conseguirlo.
  • Podemos evitar comprar nuevos dispositivos: reparándolos o comprándolos de segunda mano (reacondicionados).
  • Y también podemos aprender a reparar nosotros mismos nuestros aparatos, re-apropiándonos de los conocimientos tecnológicos para combatir la obsolescencia programada. Por ejemplo, participando de los encuentros de Restarters.

 

Fuente: Somos Connexió

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