Feminismos
Dramática desigualdad de género cuando hablamos de pensiones
Un artículo de Lorena Palao Martínez publicado en elsaltodiario.com
El relato de las pensiones en España forma parte de nuestra cotidianidad. Las aristas que lo conforman son numerosas: población envejecida, falta de natalidad, recortes de gasto público, y un sinfín de otras. Se habla tanto y tan seguido sobre pensiones, que resulta sorprendente la escasez de dedos apuntando el carácter machista que presentan.
Inevitablemente, sale a flote una duda remarcable: ¿cuál es el perfil de la población jubilada? En el caso de las mujeres, es importante echar la vista atrás y pensar en la Dictadura y la Transición. Si bien hubo una incorporación masiva al mercado laboral, seguía patente ese concepto de “esposa tradicional”, caracterizada por la dedicación a los hijos, el cuidado de la casa y, en muchas ocasiones, por renunciar a las metas profesionales bajo la premisa del amor.
Hay una frase de Kate Millet que lo refleja con todo detalle: “El amor ha sido el opio de las mujeres, como la religión el de las masas: mientras nosotras amábamos, los hombres gobernaban”. Propongo aquí entender el “gobernar” como un todo; ocupar espacios públicos, puestos de poder, acceder a empleos con salarios más altos, y ejercer los cuidados en un plano secundario, mientras las mujeres eran relegadas a la sombra del hogar y recaía sobre ellas esa carga invisible.
Desde mediados de los años 80, existe un crecimiento exponencial de la tasa de actividad de las mujeres, pasando del 30% al 54,3% en el año 2021. Aun así, continúa 10 puntos por debajo de la de los hombres, con un 64,3%. Durante la vida laboral, la brecha de género se va acrecentando y se hereda cuando llega la jubilación: los techos de cristal, la brecha salarial, las lagunas en la cotización por maternidad, y la falta de remuneración de los cuidados -la doble jornada no se paga-.
Algunas de las consecuencias de estas dinámicas se han manifestado en el largo plazo, en forma de pensiones más precarias para ellas. A finales del 2021, la pensión media por jubilación de las mujeres se situaba en 924,70€ mientras que la de los hombres es 1.375,30€, de acuerdo con la Guía temática de Mujeres Trabajadoras del Instituto Santalucía.
Más allá de que la remuneración es menor, es importante señalar que nada es neutro al género, mucho menos la sanidad. Así, el coste de la calidad de vida no es el mismo para ambos sexos. Como señala el Informe de ClosinGap, las mujeres españolas tienen una esperanza de vida más alta que la de los hombres, con 85,8 años por parte de ellas y 80,3 años por parte de ellos. Sin embargo, cantidad no es sinónimo de calidad, ya que las mujeres llegan a la vejez con más problemas de salud que los hombres. Este coste económico de los cuidados, en el caso de las mujeres, representa a partir de los 85 años 2,4 veces el importe de la pensión pública por jubilación. En el caso de los hombres, la cifra se reduce hasta el 1,4. Longevidad y dependencia suponen un reto que, en gran medida, descansa en el sector público español y al que no se está sabiendo dar suficientes respuestas.
Explica el Observatorio de Personas Mayores de las CCOO que, en 2021, tan solo un 37,4% de las mujeres era receptoras del cómputo total de pensiones de jubilación del país. Si de lo que hablamos es de la cuantía recibida, las mujeres reciben un 33% menos de remuneración que los hombres. Sobre las pensiones de viudedad, las cifras son inequívocas: el 91% son recibidas por mujeres. En cuanto a las prestaciones asistenciales, también son las mujeres las que se encuentran a la cabeza. Estas pensiones no contributivas de jubilación, con valores inferiores a los 400 euros mensuales, son recibidas en un 74,4% por mujeres. Se trata de personas que no tienen derecho a pensión contributiva ni por derecho propio ni por matrimonio.
La dependencia económica, reflejada en las pensiones de viudedad y las pensiones no contributivas, afecta en su mayoría a las mujeres en edades más avanzadas. Esto esboza algunos de los contextos a los que se han tenido que enfrentar muchas de ellas, entre los que destacan la falta de libertad, la necesidad de contraer matrimonio a cambio de seguridad económica y el trabajo no reconocido, como si sostener la vida a través de los cuidados no supusiese esfuerzo alguno.
Si bien con el tiempo se observan cifras mucho más positivas y las desigualdades de género van reduciéndose poco a poco, ese rol tradicional de las mujeres y los hombres no se diluye al ritmo que debería. Ya lo dice el refrán: de aquellos barros, estos lodos. Más allá de las (tímidas) medidas de discriminación positiva a favor de las mujeres que ha comenzado a implantar la Seguridad Social, resulta fundamental pensar en políticas públicas que incorporen la transversalización del género en todas las etapas de la vida, especialmente en una de las más vulnerables: la vejez.