Varios

Las personas nudo de toda red

¿Quién no ha escuchado a padres y abuelos hablar de cómo cooperaban y cómo se apoyaban unos a otros para hacer tantas y tantas cosas? La gente del barrio, la gente del sector en el que trabajas, los que te encuentras en el mundo de esa afición que tuvieron, los vecinos de los pueblos pequeños… […]

11 mayo 2011

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¿Quién no ha escuchado a padres y abuelos hablar de cómo cooperaban y cómo se apoyaban unos a otros para hacer tantas y tantas cosas? La gente del barrio, la gente del sector en el que trabajas, los que te encuentras en el mundo de esa afición que tuvieron, los vecinos de los pueblos pequeños… Las personas siempre han sabido trabajar juntos, cooperar, luchar por un objetivo común. Todo esto por supuesto, con los múltiples conflictos y problemas que las personas nos provocamos.

Estas relaciones se fueron ordenando con el tiempo dando lugar a numerosos tipos de organizaciones que buscaban reducir los desencuentros e incrementar la eficacia de esas cooperaciones. Algunas de ellas incluso, acabaron ordenándose en torno a una estructura mercantil de tal forma que, aquello que compartían y se intercambiaban mediante un trueque, pasó a intercambiarse en el mercado. En algunos casos una pena, en otros una gran oportunidad.

Las redes, de personas, no las hemos inventado ahora, pero a uno se le dibuja que lo que sí hemos conseguido es que, como en tantas otras cosas, las herramientas dominen, acabando como herramientas de las herramientas. Ordenamos, reglamentamos, estructuramos, dotamos de recursos, planificamos, evaluamos, construimos redes que, finalmente, parecen olvidar que somos las personas las que las construimos y las personas, las que les damos contenido y sentido. Estamos olvidando que trabajar en red es cooperar y que esto lo hace la gente con sus nombres y apellidos. Estamos olvidando que no podemos hablar de lo colectivo cuando esto oculta a las personas, porque además es falso. Trabajar en red implica compartir unas razones, unos objetivos e incluso unos sueños y eso exige generosidad y empatía. Si no se comparte desde la generosidad y la empatía no se puede hablar de una red de personas alrededor de un objetivo común, eso será otra cosa.

¿Cuántas redes de personas, que se supone comparten un objetivo, se han estructurado en nombre de la eficacia, en las que al final no nos reconocemos y por consiguiente ella no nos reconoce a nosotros? Todo esto ocurre mientras se llenan montañas y montañas de papeles hablando de lo colectivo, de la cooperación, de lo asambleario y se gastan importantes cantidades de dinero en mantener dichas estructuras.

Llega el día en el que te cansas y recuerdas como tu padre cooperaba con los vecinos del pueblo, o del sector, o del barrio y se conocían y reconocían perfectamente, sin más estructura que ellos mismos y con la firme voluntad de acompañarse en el camino.

No renuncio a la armonía pero reclamo la libertad. No discuto el orden pero sí la imposición de hecho. No menosprecio los objetivos pero echo en falta la voluntad efectiva de cada individuo. No olvido los fundamentos y la construcción teórica pero sigo buscando los hechos. No cuestiono las redes pero creo que debemos aprender de los jóvenes cuando nos demuestran que saben cooperar libremente, sin límites ni pesadas estructuras. Tenemos la necesidad de recuperar la verdadera esencia de las redes, LAS PERSONAS, y abrirnos a otras maneras de cooperar que aporten libertad, generosidad y empatía lejos de las losas que tantas y tantas veces nos toca cargar sobre nuestras espaldas.

NITTÚA

Raúl Contreras

Núria González

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