Feminismos

¿Por qué el movimiento LGTBIQ+ debería disolverse? Contra el efecto pacificador de la izquierda

Este texto llama a repensar el movimiento a partir de la solidaridad y la acción directa para superar el identitarismo desafiando el statu quo y recuperando el potencial de cambio social radical. Un artículo de Charlie Moya Gómez en Zona de Estrategia

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En julio de 2021, moría asesinado el joven gallego Samuel Luiz tras recibir una brutal paliza. El consenso social, no el mediático, tuvo claro que lo habían matado por ser homosexual. Así se gritó en todas las movilizaciones que surgieron durante ese verano y en los meses posteriores. «A Samuel lo han matado por ser maricón» fue uno de los cánticos más unificadores bajo protestas en múltiples ciudades de todo el Estado. Pasadas las fechas de prides y orgullos críticos, el movimiento LGTBIQ+ se concentraba unilateralmente para denunciar el supuesto1 alto grado de violencia que se estaba alcanzando. El enemigo también estaba claro: el discurso de la derecha y la ultraderecha desde las instituciones, el Parlamento o los medios de comunicación. «A Samuel lo han matado por ser maricón y los culpables están ahí, son ellos, les ponemos nombre y cara».

Las proclamas de rabia y cansancio también fueron habituales. Parecía que aquel «la que quiera romper que rompa, y la que quiera quemar que queme» de Yesenia Zamudio2 tomaba cuerpo en los sujetos LGTBIQ+ de este país. Quizás por eso, un grupo de personas decidió confrontar a la policía en una de las manifestaciones espontáneas en Madrid por el asesinato de Samuel. ¿Después del asesinato de un maricón, qué? ¿Qué más había que esperar para que esto parara? El discurso general apuntaba a que la violencia debía de dejar de llegar del Estado y tenía que contraatacar desde las clases populares, desde las oprimidas, desde las disidencias, en un movimiento en el que el “hasta aquí” se hiciera efectivo. Más adelante analizaremos si este movimiento cumple ciertamente con estas etiquetas que se asigna a sí mismo. «Así se infiltró la ultraizquierda en la protesta por Samuel», titularía el diario ABC la crónica de aquella tarde. Quizás, por un momento, el movimiento había despertado.

El verano pasó, llegó septiembre, las agresiones se sucedían y una nueva noticia acaparó titulares: un joven vecino de Malasaña denunciaba una agresión homófoba en la que unos encapuchados le habían rajado la palabra maricón en el glúteo. Nuevamente: movilización social, clamor público, acción política. La denuncia resultó ser falsa (o el chaval decidió cambiar la versión por miedo, por desvinculación, por hartazgo) y no había habido tal agresión, aquello había sido consensuado. Aún así, las concentraciones se mantuvieron porque no se hablaba de otra cosa que de violencia y la idea general era la de que había que seguir saliendo a la calle. Era necesario seguir rompiendo, seguir quemando. Las proclamas pedían fuego. ¿Por qué no llegó a saltar la chispa?

Eso que llamamos movimiento LGTBIQ+ no existe como tal

Resulta extraño. Bien es cierto que eso que llamamos movimiento LGTBIQ+ no existe como tal; deberíamos nombrarlo movimientos en plural, o colectivos, o sujetos. Hay muchos matices. Nunca ha habido tal unificación. Es todo pura apariencia o incluso un falso consenso que, en una aglutinación de siglas, ha considerado a este movimiento como algo coordinado y estable en el tiempo. Nada tienen que ver las ONG y asociaciones institucionales como la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans, Bisexuales, Intersexuales y más (FELGTB) o el Colectivo de Lesbianas, Gays, Transexuales, Bisexuales e Intersexuales de Madrid (COGAM), colectivos vinculados a partidos políticos y sindicatos subvencionados estatalmente, con las múltiples asambleas transmaribibolleras que pueblan decenas de municipios en todo el país. Lo de conglomerados como AEGAL (Asociación de Empresas y Profesionales para Gays y Lesbianas, Bisexuales y Trans de Madrid y su Comunidad), su financiación, su implicación en la destrucción del tejido social, su apoyo a la gentrificación o sus inversiones en Israel, lo dejamos para otro momento.

No nos alarguemos. Podríamos entender que, por lo menos, hay dos formas de comprender el movimiento LGTBIQ+: una en vinculación con las instituciones y partidos y otra en la autonomía, los colectivos de base o la política de calle. Bien, esto es algo que podíamos entender hasta ahora. Pero las demandas y los mensajes que al final tienen que ver con el discurso político, cada vez son más semejantes en ambos supuestos bandos. Por poner un ejemplo: en el manifiesto unitario del Orgullo Crítico de Madrid de 2023 se hacían alusiones a los «limitados avances en la adquisición de derechos», a los «derechos humanos» como tal, a las «pocas protecciones» que se otorgan desde instituciones como la Comunidad de Madrid, a «formar familias cishetero disidentes», a la «identidad política», a las «minorías entre minorías»3. ¿No suena todo a proclama democrática? ¿No tiene un aire excesivamente demandante, asimilacionista y buscador de derechos a la manera de las asociaciones institucionales?

Si he puesto estos ejemplos desde el inicio es porque quiero llegar a un lugar muy concreto: los movimientos sociales se han equivocado en el fin de este último ciclo político y es de urgencia que planteen de nuevo su devenir, su acción y su discurso. En estos casos, quizás fueron un error las concentraciones por la muerte de Samuel (o el formato que adquirieron), quizás también la concentración por el ataque al chaval de Malasaña, o las proclamas del Orgullo Crítico. Teniendo en cuenta la capacidad de convocatoria y la potencia revolucionaria de enardecer de esa forma a la masa social, ¿por qué limitarla a un acontecimiento como un asesinato? ¿Por qué convocar un velatorio enfurecido y no poner las fuerzas en urgencias aún más extremas? ¿Por qué sacar a la calle a miles de personas solo en un caso tan específico? ¿Por qué no, antes o después, el movimiento LGTBIQ+ utilizó su capacidad de movilización para fines más comunes y menos sectorializados?

Esta reflexión es una llamada a pensar en común

Si me estoy centrando específicamente en el movimiento LGTBIQ+ es porque he formado parte de él y porque entono el mea culpa en su deriva. Podría hacerlo extensivo a cualquier movimiento social en el que participemos (feminismo, antirracismo, migra, disca, gorde…); todos tienen el nexo común de la identidad. Esta reflexión que pretendo abrir no es una acusación, sino una llamada a pensar en común cuál es el siguiente paso y cómo podemos volver a estar alertas ante el colapso y la crisis que vienen. Además, importante, qué papel jugamos colectivamente en esto y en qué lugar nos deberíamos situar.

Resulta curioso que en un mundo en permanente guerra, en el que Ucrania ya quedó prácticamente relegada a una esquina, Palestina empieza a aburrir a las audiencias y las noticias sobre Yemen, El Salvador o Somalia son nulas, occidente se haya obcecado por la pacificación. Más concretamente: la izquierda ha sido capaz de regalar un discurso pacificador que a día de hoy ha contaminado a los movimientos sociales. La izquierda, la socialdemocracia, el progresismo, los demócratas, llamemos de mil formas distintas a lo mismo, ha tenido la oportunidad perfecta para encajar un relato en el que la paz social debe ser un fin a construir entre todos. Será por medio de la aprobación de leyes y con la representación y la visibilidad exigida por las pretendidas minorías que la izquierda logrará otorgarse el emblema de “aliada” de los condenados de la tierra.

En ese mundo en guerra en el que habitamos es capaz de convivir la urgencia de la ley del “Solo sí es sí” con la explotación y violación diaria de las jornaleras de la fresa; es el mismo espacio-tiempo en el que se reclama la necesidad de una Ley para la Igualdad Real y Efectiva de las Personas Trans y para la Garantía de los derechos de las Personas Lesbianas, Gais, Trans, Bisexuales e Intersexuales (LGTBI) y en el que el ministro del Interior es alguien como Fernando Grande-Marlaska, que también marcha en el Pride; el mismo ministro encargado del control de las fronteras y costas de un país en un mundo en guerra donde también se exige la #RegularizaciónYa de 500.000 personas sin papeles4.

¿No tendrá que ver este giro de guion hacia el identitarismo en los movimientos sociales con una falta asustadora de discurso de clase? Quiero decir, parece que las reclamaciones de los últimos años tienen mucho que ver con el reconocimiento, los derechos y la exposición mediática. Por volver al movimiento LGTBIQ+ que nos ocupaba, el discurso latente está en la necesidad de visibilidad. Cito de nuevo el ya mencionado manifiesto del Orgullo Crítico de Madrid de 2023:

«No daremos un paso atrás respecto a la visibilidad de nuestras identidades en espacios de calle, educativos, sanitarios, en la legislación, donde sea».

Siempre está presente la necesidad de ser visto, de mostrarse públicamente, de ser reconocido. Pero, ¿es una necesidad real? ¿Hay realmente una invisibilización de determinados sujetos? ¿En un mundo en guerra en el que se combinan los stories de Instagram del enésimo bombardeo en Gaza con el anuncio de la nueva serie de moda de Amazon en la que el hijo de la presidenta de Estados Unidos y un príncipe inglés se enamoran? ¿De verdad se pretende la visibilidad y el reconocimiento? ¿Por qué no asumir, de una vez, que lo LGTBIQ+ se convirtió en lo mainstream? ¿No hay un sólo atisbo de lo conflictivo y lo peligroso que esto puede ser?

Esta ha sido una de las grandes bazas de la izquierda, aprovecharse del miedo para sacar un rédito propio

No menciono esto en clave de miedo, ni mucho menos. No me gustaría entrar en el mismo juego de la izquierda, en el que ha tomado por costumbre la llegada de una sociedad del terror en la que la pulsión de muerte está a la orden del día y cualquiera puede acabar con nuestra vida, en la que algo aún peor está por venir desde cualquier otro arco político que no es el suyo. De hecho, esta ha sido una de las grandes bazas de la izquierda, aprovecharse del miedo de determinadas minorías para sacar un rédito propio. Así pudo verse en las últimas elecciones generales de 2023, en las que el movimiento LGTBIQ+ estaba arropado por la gran madre de la patria en la que se ha convertido Yolanda Díaz, esa mujer protectora y caritativa que ha escuchado a sus hijes, ha sabido entender su sufrimiento y les ha ofrecido la paz a cambio del voto. La campaña que el movimiento LGTBIQ+ hizo en favor de la posible presidenta fue algo nunca visto en este país. Ni siquiera con Zapatero aprobando la Ley de Matrimonio Igualitario en 2005 se confió tanto en la democracia por parte de un sector poblacional que, por lo menos hasta la institucionalización post Transición, se había mantenido en los márgenes y en la confrontación de la norma.

Este es uno de los lugares donde quería llegar ¿qué ha pasado para que unos sujetos otros y disidentes que se movían en un entorno completamente outsider hayan optado por colocarse en el centro del tablero? ¿Por qué aquellos que aún no se nombraban movimiento LGTBIQ+ ejercían su acción política en el espacio que ofrecía la invisibilidad, la sombra y la cloaca? Leía hace poco al suicidado Christopher Chitty contar esto del higienismo del siglo XIX y de la aparición de los baños públicos en Europa:

«Mientras que orinar en la calle aparentemente causaba un «ultraje contra la moral», la colocación de urinarios podría causar una «molestia pública», que abarcaba desde los panfletos, el hedor y los grafitis sexuales detallados por Wright, hasta el merodeo, el ligue callejero, la masturbación y el sexo entre hombres, algo que preocupaba a la policía de las principales ciudades de Europa en ese momento. […] Como indica el ejemplo de Manchester, las mujeres pidieron la construcción de urinarios para prevenir la «indecencia pública» y luego los expulsaron de los vecindarios cuando se convirtieron en centros de actividad homosexual. […] El cambio arquitectónico, hacia tabiques y urinarios individualizados, asignó a cada hombre su propio sexo, así como la disposición ansiosa por el sexo del hombre que no podía ver. Sus fluidos corporales ya no se mezclaban con los de otros hombres y ahora desaparecían por un desagüe.»5

Lo revolucionario estaba en las sombras, en la noche, en los callejones, en los urinarios públicos

Lo que hace Chitty a lo largo de su Hegemonía Sexual es desgranar los archivos europeos y encontrar la multiplicidad de experiencias que los homosexuales han tenido a lo largo de la historia y las relaciones que los diferentes gobiernos han guardado con esta situación en cada momento (a veces ejerciendo la persecución, a veces permitiendo determinados actos por necesidad política o por pura hipocresía). Lo que intento traer a la luz con este fragmento es la potencialidad con la que ha vivido la sexualidad, la expresión de género e incluso la propia identidad, eso que ahora llamamos movimiento LGTBIQ+. Lo revolucionario estaba en las sombras, en la noche, en los callejones, en los urinarios públicos. La capacidad de resistencia frente a la cisheteronorma venía de unos lugares infectos, apestosos, de la pura cloaca en la que se encontraban a oscuras aquellos que desarticulaban el sistema con sus propios cuerpos. Había todo un mundo otro en los bajos fondos de la sociedad. De ahí el surgimiento de prácticas como el cruising, las aplicaciones de sexo instantáneo, el uso de drogas, la experimentación con el propio cuerpo o la nula moral sobre cualquier tipo de práctica sexual (fisting, scat, pissing, BDSM, orgías…). Con esto no quiero decir que la sociedad heteronormada no tenga prácticas sexuales disidentes de cierta moralidad judeocristiana ni que las personas LGTBIQ+ tengan todas una sexualidad o una expresión de género absolutamente fuera de la norma. Pero sí que hay algo en todo esto que tiene que ver con lo invisible que hace, ahora sí, de las personas cuir, sujetos desarticuladores del mundo heterocentrado a través de encuentros, prácticas y disidencias en la absoluta marginalidad.

La pacificación de la izquierda se ha encargado de arrancar de las cloacas a los sujetos cuir y de tratar de asimilarlos bajo un sistema uniformado porque la estructura familiar, el trabajo funcionarial, la deuda y la hipoteca son herramientas de control social. Que las personas LGTBIQ+ pasen a ser sujetos de bien o ciudadanos de primera dentro de la sociedad europea contemporánea no es más que un intento victorioso a través del cual la izquierda ha logrado, bajo un discurso pacificador y aliado, mayor mano de obra para seguir manteniendo vivo el engranaje del capitalismo. Era necesario incorporar al mercado laboral y al modelo de familia a todos aquellos que habían conseguido vivir una vida fuera del sistema capitalista. El matrimonio igualitario, la posibilidad de la adopción o la gestación subrogada, el acceso a trabajos funcionariales, profesiones liberales o la loanza de determinadas expresiones artísticas (podemos pensar desde la moda, el travestismo o la música, encontraremos cientos de ejemplos de personas LGTBIQ+ asimiladas) han sido las piezas clave para que todo un sector social se pusiera manos a la obra para seguir manteniendo al Estado. El asalto veloz hacia la clase media. Por supuesto, desde un lugar visible en el que cualquier práctica subversiva fuera sancionada o estigmatizada. Con la complicidad, además, de las asociaciones ya mencionadas del estilo FELGTB o COGAM, que en el momento más terrible de la crisis del VIH decidieron, por ejemplo, que el modelo familiar era lo más conveniente para no perder la herencia de sus muertos. Si podían casarse, el dinero no se escapaba a terceros6.

ACT UP, la Radical Gai o las LSD se encargaron de llevar la práctica revolucionaria a su acción política

Si bien decíamos que el movimiento LGTBIQ+ no es algo unitario, es precisamente en este último momento epocal que nombramos ahora, el del SIDA como tabú y terror social, en el que colectivos como ACT UP, la Radical Gai o las LSD se encargaron de llevar la práctica revolucionaria a su acción política. Con la rabia que provoca un goteo incesante de compañeros muertos, las personas cuir de los años 90 se dedicaron incansablemente a señalar a la administración, las instituciones y el gobierno como culpables de la situación que estaban viviendo. Y les llamo aquí cuir cuando ni siquiera estos mismos sujetos se lo llamaban aún o nunca llegaron a llamárselo. Pero lo hago, porque estaban intrínsecamente vinculados a la marginalidad que otorga tal palabra. Porque a pesar de que eran conscientes de lo que suponía el VIH y fueron los únicos capaces de tener un conocimiento exacto del funcionamiento del virus y las enfermedades derivadas, siguieron, desde la cloaca social, construyendo vínculos que rompían con el sistema familiar, practicando y viviendo la sexualidad de la forma más extrema, a sabiendas de que el mundo se les podía acabar, renunciando a la participación democrática y a la entrada en un sistema de valores con el que estaban en permanente guerra. Y a pesar de todo ello, el peso del identitarismo y el ansia por la referencialidad constante del propio sujeto no era algo que estuviera en el discurso. Desde ese lugar escribía Paco Vidarte:

«Convertirnos, encarnar, ser todo lo que detestan, parecerles vomitivos, odiamos su buen rollo y sus sonrisitas, sus declaraciones compasivas que nos dan miedo, terror. Desenmascarar al enemigo hasta que cante. Provocación, esperpento: esto lleva mucho tiempo inventado. Llevarlos al límite. No somos sistema, ni ciudadanos de primera, ni demócratas, ni hemos pactado nada que nos obligue a ser como ellos, no molestarlos, o dejarlos de joder.»7

Y esto lo escribía desde la cama del hospital a punto de morirse. Con la misma rabia y el mismo desenfreno que había mantenido desde que estuviera en la Radical Gai. Sabiendo que hacía falta sacudir al movimiento LGTBIQ+, hacerle despertar de la amnesia en la que se encontraba ya en ese momento en el que no había asomo de revolución alguna. Lo hacía habiendo militado y habiéndose colocado en un lugar en el que lo marika fue radicalmente central, pero sin supremacía identitaria; por la lucha desde Lavapiés con las putas, los yonkis, los manteros, los pobres y todo aquel que se le cruzara en el camino. No era una cuestión de derechos, sino estar del lado de tu propio vecino con el que compartes la clase, la única forma en la que puedes estar codo a codo con alguien sin que tu identidad sea una problematización teórica. Solo cuando la propia vida está en riesgo es cuando todos los sujetos marginales pueden coordinarse y generar solidaridad y apoyo mutuo. Es la manera en la que ahora podemos ver cómo militan espacios como la PAH, los Sindicatos de Inquilinas, el Sindicato de Manteros, Territorio Doméstico o el Sindicato Otras; cuando lo que está en juego es la reproducción de la vida. Los movimientos sociales han permitido que la autorreferencialidad, el cuidado individualista y la primacía por los sentires propios descarte toda posibilidad de lucha común porque, posiblemente, no haya nada en juego. Tantos años escuchando la palabra privilegio, cuando poder llamar militancia a acudir a un espacio terapéutico y no a parar un desahucio era el verdadero privilegio.

Los movimientos sociales deben sacudirse de encima los títulos universitarios, los privilegios de clase, las problemáticas irreales

Esa es la urgencia a recuperar. Un lugar de espacio asambleario en el que el tejido que tanto se nombra se haga efectivo, en el que la confrontación con la norma sea real, en el que los derechos no sean un fin. Los movimientos sociales deben sacudirse de encima los títulos universitarios, los privilegios de clase, las problemáticas irreales, el punitivismo y la autocompasión. Los movimientos sociales, así pues, deben entender que, en general, están formados por la clase media, por incómodo que resulte. Cosa que quedó clarísima, por ejemplo, cuando el evidente apoyo a la Ley Trans ignoró por completo a las trabajadoras sexuales, que se estaban intentando criminalizar casi al mismo tiempo, primando por encima de las propias identidades a la solidaridad de clase. Hay otros lugares donde llorar. Lo que se pone en el centro es la necesidad de hacer vivible una vida. Y el movimiento LGTBIQ+, que debería ser transmaribibollero, que debería pasar a lo cuir y acabar incluso con ello y ni siquiera nombrarse, tiene que saber que lo que va en el centro no es en absoluto la identidad ni mucho menos la necesidad de ser visible. Si en algún lugar debe ser asimilado el movimiento LGTBIQ+ y los movimientos sociales identitarios en general es en las militancias donde la reproducción de la vida está puesta en juego. Sería necesaria una disolución por integración. Acabar de una vez,con la sectorialización en las diferentes luchas y construir un movimiento más unitario, evitando la obsesión por cumplimentar con todas las categorías oprimidas una lista que cada vez se hace más eterna y que al final resulta más apariencia que praxis efectiva. El ansia del quién falta no puede seguir condicionando el hacer y decir político, debemos hacer y decir con las que ya estamos aquí.

Gritaba Pedro Lemebel en su Manifiesto (Hablo por mi diferencia): «Yo no pongo la otra mejilla / Pongo el culo compañero». Poner el culo, y aquí hablo con Preciado, es desidentificarse:

«El ano no tiene sexo, ni género, como la mano, escapa a la retórica de la diferencia sexual. Situado en la parte trasera e inferior del cuerpo, el ano borra también las diferencias personalizadoras y privatizantes del rostro. El ano desafía la lógica de la identificación de lo masculino y lo femenino. No hay partición del mundo en dos. El ano es un órgano post-identitario.»8

Nos hace falta más culo y menos cara

Nos hace falta más culo y menos cara. Ponernos de espaldas y que lo único que se vea sea un agujero negro, peludo, apestoso, que ningún sistema de control tenga la capacidad de saber a quién pertenece y al que ni siquiera se atreva a acercarse. Solo si viniera un estamento institucional le lanzaremos un sonoro pedo para asustarlo y, si fuera necesario, nos cagaremos en él. Mientras, en ese círculo de culos marginales en pompa, nos estaremos viendo las caras en lo oscuro, dándonos lametones, comiendo juntas o hablando y llorando. No hará falta nombre ni pronombre, se habrá agotado toda posibilidad de identificación y lo que quedará en claro es que un grupo humano es únicamente capaz de mantenerse a través del apoyo mutuo. Codo a codo y culo en pompa, sin reconocimiento, sin visibilidad, sin jerarquización por opresiones. Las vidas comunes puestas en el mismo círculo y preparadas para la guerra contra la pacificación social.


  1. “Supuesto” porque en este tipo de mediciones aleatorias se tiende a obviar tanto el pasado, como la comparativa con otros territorios. En España, la violencia elegetebifóbica está (y estaba en el momento del asesinato de Samuel) en su mínimo absoluto, siendo uno de los países más seguros, en términos de agresiones, del planeta. ↩︎
  2. Mujer vinculada al Frente Nacional Ni Una Menos México que, en el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer, clamaba así por el asesinato feminicida de su hija Marichuy. ↩︎
  3. El manifiesto completo es consultable en las redes sociales del Orgullo Crítico de Madrid. He podido localizar una web en la que se puede leer. Es la siguiente: https://www.feministas.org/orgullo-critico-2023-madrid.html ↩︎
  4. En España, el gobierno de Felipe González regularizó de forma extraordinaria la situación de migrantes sin papeles entre 1985-1986 y en 1991 y 1992; el gobierno de José María Aznar en 1996, 2000, 2001; el gobierno de Jose Luís Rodríguez Zapatero en 2004. Los datos apuntan a que las diferentes regularizaciones se han llevado a cabo en épocas de necesidad de mano de obra barata, por lo que el apoyo a una regularización desde determinados partidos, a derecha e izquierda del marco político, no tiene que ver con la emancipación racial sino con las condiciones económicas del país. ↩︎
  5. Chitty, Christopher; Hegemonía sexual. Política, sodomía y capital en el surgimiento del sistema mundial. Traficantes de Sueños, 2023, pp. 190 – 191. ↩︎
  6. A mediados de los años 90, varias asociaciones a lo largo de occidente se dedican a reclamar el matrimonio igualitario en plena pandemia del VIH como forma de mantener la economía de aquellos que fallecían. Si dos hombres podían casarse y uno de ellos moría, la herencia no pasaría a la familia del difunto sino que iría a manos del viudo, exactamente igual que en las parejas heterosexuales. En ningún momento se cuestionaba el modelo familiar ni la necesidad de colocar las herencias en un común que no vivía una situación precisamente buena en lo económico. Ni mucho menos se entendía la herencia como una posibilidad fuera del matrimonio, cosa que es legal a través de un testamento. El matrimonio no es una opción única. ↩︎
  7. Vidarte, Paco; Ética Marica. Egales, 2007, p. 142. ↩︎
  8. Preciado, Paul B.; Terror Anal. En: El deseo homosexual. Hocquenghem, Guy. Melusina, 2009,

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