Consumo Responsable

“El confinamiento ha incrementado el consumo agroecológico”

Entrevista a Marta G.Rivera-Ferre, una de las participantes en la sesión inaugural del Foro, directora de la Cátedra de Agroecología y Sistemas Alimentarios de la Universidad de VIC-UCC y miembro del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) de las Naciones Unidas.

25 junio 2020

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Con motivo del Foro Social Mundial de Economías Transformadoras que empieza hoy, de manera online, en Cuartopoder ofrecemos esta entrevista a Marta G.Rivera-Ferre. Es una de las participantes en la sesión inaugural del Foro, directora de la Cátedra de Agroecología y Sistemas Alimentarios de la Universidad de VIC-UCC y miembro del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) de las Naciones Unidas.

-¿Cómo has pasado estos últimos tres meses?

-Pues casi me sabe mal decirlo, pero durante el confinamiento lo he pasado bien. Tengo tres hijos, que ni querían volver a la escuela, he reducido a cero el número de viajes, también mi porcentaje de emisiones, y me he dado cuenta de que muchas de las cosas que hacemos no hace falta hacerlas en modo presencial con lo cual el nivel de estrés ha sido muchísimo menor, así que me encuentro descansada y con muchas ganas de participar en el FSMET.

-¿Cómo participáis del consumo agroecológico en casa?

-Una de las cosas interesantes del confinamiento para las personas que trabajamos en agroecología es que el sector ha salido bastante reforzado, incluso ha habido momentos de desborde para poder satisfacer el incremento de la demanda. Nosotros tenemos el compromiso de una cesta con un colectivo de productores, que lo traen a la tienda del barrio, y llegó un momento que no daban abasto. Entonces como conocemos gente del “mercat de pagès” que organiza la Xarxa de Consum Solidari, y con las compañeras de Can Fonoll nos organizamos y traen la cesta, muy fácil si quieres.

-Hemos oído mucho estos días que las familias han tenido que invertir mucho más en comida durante estos meses. ¿La factura de una cesta agroecológica sube mucho?

-Sinceramente, siempre he tenido la sensación de que eso no es así. Lo que está claro es que no puedes extrapolar. Una dieta, una mala dieta, que es la actualmente caracteriza a nuestra sociedad, una dieta cargada de proteína animal, no la puedes extrapolar a un consumo ecológico. Un pollo ecológico, por ejemplo, tarda noventa días en crecer y un pollo industrial solo treinta, además el espacio que necesitan unos y otros no tiene nada que ver, es evidente que no pueden costar lo mismo. Lo que hay que saber es que nuestra dieta, y más aún en nuestro entorno mediterráneo, consistiría en comer poca carne, poca proteína animal y mucha más verdura y legumbres. Si esto lo revertimos, con una dieta agroecológica no tienes porqué gastarte más dinero.

-¿Es posible cambiar el consumo industrial actual en nuestra sociedad?

«Si todo el mundo quisiera consumir agroecológico ahora mismo no tendríamos suficientes productores»

-Si todo el mundo quisiera consumir agroecológico ahora mismo no tendríamos suficientes productores. Habría que reorganizar la demanda y la producción, pero si hubiera una buena organización, se podría hacer sin ningún problema. Habría que recuperar el suelo agrario que hemos perdido en las últimas décadas y recuperar el cultivo de los alimentos que nos faciliten una buena dieta. Las legumbres tienen que volver a formar parte de las rotaciones que luego permitan otros cultivos, de cereales por ejemplo. No puede ser que el 80% de las legumbres que consumimos en España sean importadas.

-¿Quién ha hecho que todo esto se haya perdido?

-La responsabilidad es de los gobiernos. Desde la Segunda Guerra Mundial, con la excusa de garantizar la alimentación de la población mundial en un contexto de postguerra, se proponen una serie de políticas agrarias de industrialización de la agricultura. En los años sesenta entra en el proceso la investigación académica que se desarrolla dentro de ese discurso de una agricultura industrializada que produzca muchos alimentos, con la excusa de erradicar el hambre en el mundo. Es entonces cuando se desarrolla lo que se conoce como el «paquete de la revolución verde», las semillas híbridas, los agroquímicos asociados, y por tanto una promoción de la adopción de ese paquete por parte de los agricultores y agricultoras.

Se les vende a los agricultores el discurso de que ellos son un sector más de la economía, que son empresarios, que tienen que entrar en la rueda del crecimiento económico, y en los años noventa, cuando se había implementado este paquete, pasamos a la dimensión de la expansión del sistema capitalista para acabar con la fase de globalización, con la aparición de la Organización Mundial del Comercio y la inclusión de la agricultura como parte del comercio internacional. A partir de ahí, desregulación y descontrol total, convenios entre países ricos y países en desarrollo, con el consecuente y sabido juego de poderes dentro del sistema, deuda externa que hace más pobres a los pobres, crisis de precios, y la imposición de cultivos. Una agricultura subsidiada que acababa a marchas forzadas con la agricultura local.

-¿Esta agresión contra este derecho fundamental tuvo respuesta?

-En el mismo momento en que nace la Organización Mundial del Comercio nace una propuesta de los campesinos y campesinas del mundo, la «soberanía alimentaria». Ellos se rebelan porque han perdido esa capacidad de decisión sobre lo que quieren o deben producir, les viene impuesto, y porque el consumidor también ha perdido su autonomía bajo ese discurso de libre mercado. No podemos decidir qué consumimos a la hora de alimentarnos, no podemos decidir alimentarnos bien y de forma sostenible. Ese movimiento nace con una propuesta de abajo arriba, muy articulada y con unos objetivos muy claros que pasan por la eliminación del sistema capitalista. Bajo mi punto de vista esta es la organización internacionalista más potente, representa a más de doscientos millones de productores mundiales. A esta propuesta se van uniendo otros productores, movimientos ecologistas, la marcha mundial de las mujeres con el feminismo como pilar imprescindible, y muchos más. Desde la base se genera una alternativa para obtener esta soberanía alimentaria que en cada contexto dependerá del ecosistema, de la cultura y de la posibilidad de lucha en cada territorio.

-¿Cuál es la repercusión de todo esto en la actualidad?

-Si a todo esto le sumamos el cambio climático, provocado también en buena parte por el sistema alimentario y la brutal emisión de gases invernadero, el resultado es la desaparición de los agricultores y agricultoras, la inmigración por falta de recursos y el empeoramiento de la salud. Todo por culpa de las políticas impuestas y por introducir la agricultura en un marco de crecimiento económico, cuando la agricultura es un sector primario y no se pueden tratar sus productos como una mercancía normal.

-¿Y qué pasa aquí, en nuestro territorio?

-La industrialización de la agricultura pretende producir más con menos gente y desvalorizar el trabajo en el campo y la producción agraria. Se asocia al campesino, a paleto, analfabeto, incluso en el ámbito de la cultura popular, y a la vez se le explota. Un campesino no es un empresario. Quien trabaja el campo se plantea como objetivo la reproducción de su medio de vida, lo cual pasa por garantizar la continuidad del agrosistema, desde una perspectiva de respeto total a la sostenibilidad, mientras que un empresario capitalista tiene como objetivo principal la acumulación de capital sin importarle mucho el ecosistema. Si la cosa no funciona traslada el chiringuito a otra parte sin importarle lo que arrasa a su paso, suelos degradados, acaparamiento de tierras, expulsión de campesinos, despoblación, etc.

«La industrialización de la agricultura pretende producir más con menos gente y desvalorizar el trabajo en el campo y la producción agraria»

Aquí tenemos un 1% de personas productoras de alimentos, de las cuales un porcentaje pequeño son campesinos y campesinas. Así que resulta evidente que el contexto es muy diferente a un país que cuente con el 30% de población campesina. Aquí muchos productores han querido jugar a ser empresarios, estos, evidentemente, no estarían por el cambio, y los que sí lo querían han abandonado en el camino, o mejor dicho han sido expulsados. Todos ellos serían aliados de una lucha campesina pero son expulsados por el modelo, por la imposición de las economías de escala. Además, son los primeros en ver el agotamiento ecológico. Son testigos directos de la falta de agua y de la dificultad en los cultivos. La esperanza es que en Europa todavía el 50% de los productores tienen menos de dos hectáreas, es decir, producción familiar, y por tanto tenemos capacidad de revertir el modelo en el que nos hemos instalado.

-¿Cómo se hace? ¿Cómo se revierte el modelo?

-Creo que en este momento muchos de esos productores se están dando cuenta del daño que hace la producción industrial en todos los sentidos y de que el modelo está agotado. Y también percibo un cambio de discurso en la administración pública. No se plantea abandonar el capitalismo pero sí empieza a haber muchos políticos que son conscientes de que el sistema alimentario provoca una cantidad importantísima de gases de efecto invernadero, de que no se puede alimentar a toda la población o de que casi dos mil millones de personas padecen de obesidad y otros tantos problemas de salud derivados de la alimentación, con lo que eso supone para el sistema sanitario. No se puede culpabilizar al individuo de la mala alimentación. No es casual que mil novecientos millones de personas decidan comer mal, hay un cambio en el ambiente alimentario que hace que la gente no pueda decidir comer bien. Factores que tienen que ver con la cultura, con el precio, con una serie de elementos estructurales que hacen que consumamos unos productos u otros. Para controlar estos factores las políticas son un elemento fundamental y de momento no buscan la transformación, de momento son sólo parches, pero sí que hay un pequeño giro de discurso.

-¿Se da algún paso en este sentido?

-La evidencia más clara ha sido la reciente estrategia aprobada por la Unión Europea dentro del New New Deal, la Farm to Fork Strategy. El comité de asesoramiento científico a la comisión plantea la reconversión de la alimentación a bien común pero la misma Unión Europea que aprueba esta estrategia no se mueve en sus planteamientos. Aporta elementos interesantes como la reducción del uso de pesticidas y de fertilizantes, pero cuando se trata de abordar la parte más social, siguen hablando de la libre elección de los consumidores y de las buenas prácticas de la industria. No se atreve a ser ambiciosa y tomar medidas de control de precios o de prohibir ciertas prácticas que hacen que los productores tengan que vender por debajo de coste.

-¿Hacer economías de escala de las economías alternativas sería la solución?

-En la agroecología hay muchas experiencias muy interesantes, lideradas por mujeres o con mujeres como grandes aliadas y de un cambio en las personas jóvenes que quieren ir al campo para ganarse la vida en el medio rural, con las dificultades que ello conlleva. Hay muchas alternativas y nos encontramos en un punto en el que nos tenemos que plantear hacia dónde vamos. Hagamos lo que hagamos tenemos que tener en cuenta cómo lo hacemos, para que no se pierdan en el camino los criterios fundamentales, los pilares de la agroecología y a su dimensión social, política o cultural. Lo que no podemos esperar son grandes transformaciones desde arriba, pese a que en esta pandemia han demostrado sobradamente que son posibles. Los Estados-nación que parecían no tener capacidad de hacer nada de repente, en un momento, han sacado una serie de medidas, mejores o peores, pero que nos han cambiado la vida a todos y que han servido para demostrar la fuerza que tienen los gobiernos, y que, si quieren, pueden. Creo que estamos en una fase de cambio pero que como todos los cambios requerirá de mucho tiempo.

-¿Crees que la pandemia ha hecho evidentes las actividades esenciales para la vida?

«De repente las actividades más infravaloradas se han tornado esenciales»

-Hemos visto que es lo que mantiene la vida y que es lo que permite que nosotros podamos seguir viviendo como sociedad, como personas, como individuos. Hemos visto que lo esencial son los cuidados, los sanitarios, las trabajadoras del hogar, los agricultores y las agricultoras. De repente las actividades más infravaloradas se han tornado esenciales. Los gobiernos lo han visibilizado claramente y creo que estamos en un momento donde se pueden entender perfectamente propuestas desde la economía feminista donde se plantea el poner la vida en el centro y que es obvio que el sistema capitalista se construye bajo la invisibilidad y la explotación de una serie de actores y de actividades que son las que realmente están sosteniendo la vida. Eso hay que revertirlo.

-A quien también la ha venido bien el parón es al medio ambiente. ¿También podemos con el cambio climático?

-Hemos parado durante tres meses la emisión de gases invernadero, no el cambio climático, necesitaríamos años para recuperarnos. El CO2 se acumula durante cientos de años en la atmósfera, con lo cual podemos parar las emisiones ahora pero el cambio climático seguiría ahí. Vemos la contaminación atmosférica en ciudades como Madrid o Barcelona, y estos días nos sorprendía hasta poder respirar en ellas, pero a la gente le cuesta mucho ver el problema en su inmensidad. Si no se dan las condiciones estructurales óptimas es difícil cambiar esa tendencia, pero tenemos que aprovechar este bache para sacar evidencias claras. El teletrabajo es una opción. Colapsamos las ciudades con desplazamientos de gente que podría hacer su trabajo perfectamente desde casa. Es un cambio colectivo que no afecta ni a la economía. Hagámoslo.

-¿Cuáles son los objetivos de futuro para la agroecología?

-Uno de los grandes retos es eliminar el sistema alimentario globalizado tal y como lo conocemos actualmente, lo cual no implica eliminar el comercio internacional de alimentos. Desde la soberanía alimentaria se plantea primar los sistemas alimentarios territoriales. Se tienen que desarrollar políticas que permitan reterritorializar los sistemas alimentarios y que la gente que lo haga posible pueda vivir dignamente de su trabajo. Con capacidad de decidir, qué produce y a qué precio lo vende.

Y el otro gran reto es la educación alimentaria. Que los niños y las niñas, sobre todo los que viven en las ciudades, reconecten con la tierra. Tocar tierra revitaliza y permite empatizar con las personas que producen alimentos.

 

Texto publicado en Cuarto Poder

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