Dossier «Economía en colaboración» nº 12 de EsF

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Presentación Dossier por Carmen Valor (Universidad Pontificia de Comillas)

Se llama economía en colaboración a un nuevo modelo de intercambio económico que se basa en tres principios fundamentales: interacción entre productor y consumidor, que mantienen un diálogo continuo, conexión entre pares, gracias a las tecno logías, especialmente digitales, y la colaboración. Las dimensiones de este modelo se extienden tanto a la producción (por ejemplo, crowdsourcing, plataformas de innovación colectiva, open software, contenidos generados por usuarios, coworking), la financiación (iniciativas de crowdfunding) y al con sumo. La revista FORBES estimaba en 2013 que la economía de colaboración crece a una tasa del 25% anualmente, para alcanzar, se prevé, los 3,5 billones de dólares solo en EEUU.

Economistas sin Fronteras ha querido dedicar un dossier a este tema porque detrás de estas iniciativas parece latir un nuevo paradigma económico, impulsado por otros actores -emprendedores individuales y no grandes corporaciones-, orientado a otros objetivos -crear lazos sociales y fortalecer las redes, reducir la huella ecológica, dar acceso barato o gratuito a bienes y servicios- y sostenido por otros valores -democratización, cooperación, localización, sostenibilidad, cohesión social, desarrollo de capacidades individuales y comunitarias, empoderamiento individual y comunitario.

En verdad, la base de estas iniciativas no es nueva: el trueque es tan antiguo como el hombre y sigue siendo una práctica corriente entre empresas. La diferencia ahora está en la escala de estas iniciativas: la tecnología en forma, por ejemplo, de redes sociales, instrumentos de geolocalización o teléfonos inteligentes ha permitido desarrollar estas iniciativas a escala global y reducir los costes de transacción a ellas asociados. Que hayan crecido en medio de la crisis no es casualidad: son una reacción a esta policrisis, porque, como veremos después, crean triple valor social, ambiental y económico. Son también características de una sociedad post-materialista que ya no obtiene tanta utilidad de poseer los bienes, sino que le basta con usarlos.

Este dossier va a centrarse en el consumo colaborativo, aunque también se examinan algunas iniciativas de financiación, como las monedas sociales. El consumo colaborativo fue nombrado por la revista Time en 2011 como una de las diez ideas que cambiarían el mundo, y lo veía como una forma de “arreglar los peores problemas, desde la guerra y la enfermedad hasta el paro y el déficit”. Esta visión extraordinariamente optimista permea muchos de los textos sobre consumo colaborativo. A lo largo de este dossier se van a reiterar las bondades del modelo de economía colaborativa, pero solo de forma limitada se abordarán sus problemas. Schor y Cañigueral plantean algunos retos o encrucijadas a los que se enfrenta la economía colaborativa para seguir creciendo y expandiéndose. Sin embargo, creo que todos implícitamente entienden que este modelo es complementario al que ya existe.

Pero pensemos por un momento que queremos extender la economía colaborativa de manera que sea una forma de organización económica sostenible y a escala planetaria, que abandone su carácter secundario o complementario a la economía basada en la posesión de activos. Entonces, pensamos que podrían presentarse problemas, que se explican a continuación.

Que aparezcan estos problemas no quiere decir que el modelo aquí presentado es inválido. Al contrario. Porque este modelo busca desde el inicio el triple valor económico, social y ambiental ya es mejor que otro basado en la acumulación individual de bienes. Porque la gente que está impulsando o participando busca, precisamente, objetivos más relacionales, trascendentes y de crecimiento personal, ya es mejor que otro modelo más hedónico y materialista.

Solo quiere decir que para implantar este modelo, que convence por su triple valor económico, social y ambiental, va a ser necesario pensar en cómo resolver estos problemas sin recurrir a los procesos, diseños u organizaciones que existen y funcionan en el modelo económico actual, que probablemente no sean los adecuados en el nuevo modelo. Así, la exposición que sigue pretende ser más una lista de cosas para pensar, que un listado de soluciones, porque soluciones no se han planteado. Todavía.

El primer problema que viene a la cabeza es el del trabajo. Una economía basada en el uso implica menos oportunidades de empleo ligadas a la producción. Al generalizarse este modelo, el consumo caería y, con él, el empleo en muchas actividades, especialmente las de bienes de consumo. Es, por tanto, urgente, pensar donde estarán los nichos de empleo en este modelo y, con carácter general, cómo la economía colaborativa exige repensar y reconfigurar la visión y el modelo actual del trabajo remunerado, igual que el tratamiento y la consideración del no remunerado, incluidos los trabajos de cuidado.

Frecuentemente se habla de la economía colaborativa como una democratización económica, porque permite que todos tengan acceso a bienes, aunque no puedan pagar por ello. Esta afirmación olvida que hay otras barreras en el nuevo modelo: no son las económicas, sino las culturales, aunque muchas veces unas van ligadas a las otras. En concreto, no se dice que para participar en las iniciativas que existen en Internet hace falta tener dos capitales: capital relacional y capital cultural. Tener una red de contactos o posibilidad de construirla es necesario para entrar en muchas de las iniciativas que existen. Como explica Schor, aquí es clave la confianza y la reputación que se construyen con los votos y opiniones de los pares. Si no eres capaz de atraer estos votos y opiniones, nunca serás elegido; y entonces, nunca tendrás votos ni opiniones y empezará el círculo vicioso. En cuanto al capital cultural, la competencia clave es la digital. Si no se tiene acceso a Internet o teniéndolo no se sabe desenvolverse con soltura, no se puede participar en estas iniciativas. Como se decía, muchas de éstas son digitales, no físicas, y trascienden lo local, por lo que poder leer en inglés es clave. Entonces, los “desempoderados digitales” no tendrán acceso a la economía de colaboración o solo a aquellas iniciativas que existen a nivel local (los bancos de tiempo o las monedas locales, por ejemplo). Saber aprovechar la oferta exige una competencia cultural al menos media.

Hay que pensar qué hacemos con los que no tienen esta competencia, porque estarán excluidos del modelo. Por ello la educación, desde los hogares, los centros educativos o los medios de educación, puede ser un elemento fundamental para favorecer un mejor aprovechamiento de este tipo de iniciativas. Educación no sólo en competencias, sino también en valores, pues los valores de cooperación, equidad, interdependencia, respeto y valoración de la diferencia son fundamentales para una verdadera comprensión y extensión del modelo. Facilitar el acceso a este modo de satisfacer necesidades exige cambiar otros procesos, como el de la organización actual del trabajo.

Otro problema es el de la gestión y el gobierno de estos modelos. Asumiendo que no son comprados por empresas convencionales, como sugiere Schor, cabe esperar que cuando organizaciones de pares vayan creciendo se perderán los canales democráticos. Cuando estas organizaciones tengan más poder, cabe esperar que se abrirá una carrera por tomar el mando. Entonces, estas organizaciones tendrán los mismos problemas de gobierno que las organizaciones actuales. El ser organizaciones sin ánimo de lucro no las exime de la tentación de la corruptela.

Finalmente, hay que repensar las implicaciones para lo público. Este modelo puede acabar en una desinstitucionalización completa de la economía. Y no es posible tener una sociedad sin Estado, porque necesitamos un Estado que ponga, al menos, el marco regulatorio para que esta forma de economía prospere. Un tema de especial interés es el fiscal. Si los intercambios no se visibilizan, si no hay pago de impuestos, ¿cómo sostendremos los bienes comunes? ¿Habrá un modelo colaborativo para la sanidad, la educación o el cuidado? Cabe pensar que no. Otro problema es la frontera entre el favor y el trabajo. Esta frontera debe quedar claramente marcada o tendremos iniciativas que emplean sin dar ningún tipo de protección. Para los favores no hay marco legal. Para el trabajo sí.

No es mi objetivo que esta descripción arruine el entusiasmo del que se dispone a leer este dossier. El fin de esta introducción es equipar al lector para que lo tenga en mente cuando aprenda sobre las iniciativas que aquí se describen. El primer artículo de Juliet Schor sirve para enmarcar este modelo de consumo colaborativo, explicando el valor generado y los tipos de consumo colaborativo que existen.

Después, Julio Gisbert introduce el concepto e historia de la quizá más extendida forma de economía colaborativa: los sistemas LETS. En tercer lugar, Lucía del Moral explica el papel de los bancos de tiempo en la crisis sistémica actual. Completa este análisis Esther Oliver, comparando la moneda como la conocemos con la moneda social. Albert Cañigueral aborda algunos de los retos a los que se enfrenta el consumo colaborativo para desarrollarse.

Feliz lectura.