Dossieres EsF: «Transformación digital de la economía: efectos sobre el trabajo»

Buscador de recursos

  • Filtra por temática

  • Filtra por etiqueta (Ctrl+clic)

  • Filtra por tipo de contenido

  • Filtra por tipo de recurso

  • Orden de los resultados

El número de Otoño 2023 de Dossieres EsF está dedicado a los efectos sobre el trabajo de la transformación digital que estamos experimentando. Este dossier ha sido coordinado por Jorge Malfeito, profesor en la Universidad Rey Juan Carlos y miembro del Consejo Editorial de Dossieres EsF.

La transición digital se encuentra entre los grandes desafíos a los que se enfrenta la sociedad actual. El progreso tecnológico no garantiza, por sí mismo, la prosperidad del conjunto de la sociedad, y hay diversas maneras de abordar el proceso.

En este número se analizan diversos aspectos de ese proceso de digitalización que afectan particularmente al trabajo.

Ver/descargar el dossier

A continuación, reproducimos la «Presentación» del número, a cargo del coordinador del mismo.

PRESENTACIÓN: TRANSFORMACIÓN DIGITAL DE LA ECONOMÍA: EFECTOS SOBRE EL TRABAJO, por Jorge Malfeito Gaviro (Universidad Rey Juan Carlos)
En las últimas dos décadas se viene produciendo una extraordinaria revolución tecnológica digital. La que algunos califican de Cuarta Revolución Industrial es un proceso que se sustenta en la fusión de una serie de avances tecnológicos emergentes. El Internet de las cosas (IoT), la robotización, el Big Data, la blockchain y la Inteligencia Artificial son sólo algunos de esos avances que están revolucionando el sistema productivo usando los algoritmos y los datos como materia prima. Esta revolución digital está liderada sobre todo por dos potencias económicas, EE.UU. y China, que compiten entre sí y condicionan las pautas de producción y comercio a escala global.

La historia nos acredita que cuando el ser humano se ha enfrentado a un fenómeno de progreso tecnológico de fuerte impacto y disruptivo, se ha generado incertidumbre, temor a lo desconocido, una actitud de cierta resistencia al cambio y un amplio debate social sobre el asunto.

En esta ocasión no está siendo diferente. Hay quienes consideran que la Sociedad Digital que se está conformando es un nuevo paradigma social con los ingredientes necesarios de una revolución tecnológica disruptiva. Otros, sin embargo, interpretan el fenómeno y ponen en duda que se trate de una transformación similar a otras revoluciones industriales previas, al encontrar diferencias sustanciales en aspectos tales como la destrucción de puestos de trabajo o el crecimiento de la productividad que provoca.

Más allá de los primeros efectos derivados de la irrupción inicial, la historia de las revoluciones tecnológicas nos enseña que, con el paso del tiempo, estos avances pueden generar un mayor desarrollo humano, pero también que son periodos muy complejos de gestionar económica y socialmente y que, durante el proceso de acumulación del capital, puede acrecentarse la desigualdad social. Todo depende de las aspiraciones y decisiones de las personas y entidades que lideren esa transformación tecnológica, así como del marco institucional y normativo que desarrollan los Estados.

Es pronto todavía para establecer con exactitud la repercusión que la transformación digital de la actividad productiva tendrá sobre el mercado de trabajo. Los efectos concretos, al margen de posicionamientos deterministas sobre la tecnología, dependerán de la estructura productiva previa de la que se parta, del cuerpo normativo que se instaure para la conectividad, del entorno económico en el que operen las grandes compañías digitales y del marco regulatorio laboral al que se vean sujetas empresas y trabajadores.

En estas dos décadas de capitalismo digital hay dos cuestiones complejas y contrapuestas que dificultan el encaje de la trasformación digital y el crecimiento sostenido de la economía. La primera se refiere al impacto de sustitución del trabajo que las innovaciones digitales emergentes pudieran tener. La segunda está relacionada con cómo resolver la debilidad de la demanda agregada de muchas economías en las que el consumo individual es insuficiente, como consecuencia de la depreciación progresiva del trabajo y unos bajos salarios.

La revolución tecnológica digital parece un proceso imparable, dado el amplio consenso social que levanta, incluso en las élites económicas, que ven en ella una nueva oportunidad de enriquecimiento. Pero, hasta el momento, la digitalización no está reduciendo las desigualdades existentes. La transformación digital de la economía debe hacerse desde una posición donde la tecnología complemente al trabajo y permita una mejora de la productividad. La brecha digital no debe convertirse en un nuevo hándicap para el desarrollo y el bienestar de millones de personas en el mundo. Por ello, los gobiernos deberían jugar un papel activo, regulando adecuadamente la transición, a la vez que garantizando los derechos de los ciudadanos y minimizando los efectos de exclusión y desigualdad social que estos procesos a menudo generan.

El artículo de Cecilia Castaño y María Ángeles Sallé analiza con profundidad la digitalización como fenómeno que irrumpe en el entorno vital y laboral de las personas. La perspectiva del texto da una visión de la digitalización como un elemento más de la crisis global que sufrimos y que está afectada por múltiples vectores, presiones y dilemas.

Comienza por contextualizar la digitalización y el empleo, diferenciando entre los habituales enfoques cuantitativos de la fuerza de trabajo por el lado de la demanda, para prestar después especial atención a los factores que determinan la mano de obra por el lado de la oferta. La demografía, el envejecimiento y crisis de los cuidados, las migraciones humanas, la emergencia climática y la necesaria transición verde, junto al tamaño, orientación y eficiencia del gasto público de los Estados y los cambios de la globalización y relocalización de la actividad productiva mundial, son algunos de esos factores determinantes.

El artículo continúa relacionando la Cuarta Revolución Industrial y todos los avances tecnológicos asociados a esta con la transformación digital del resto de la actividad económica y su impacto sobre el empleo. Más allá de las predicciones cuantitativas sobre el empleo generado o destruido, las autoras señalan una serie de elementos cualitativos que han de guiar la aplicación de esas tecnologías digitales para evitar efectos indeseados sobre el trabajo. El texto concluye con un apartado propositivo para el futuro basado en una fórmula holística sobre la digitalización y el empleo, en la que el ser humano y su bienestar sean los componentes esenciales. La transformación digital de la economía y el empleo son dos asuntos de carácter político, pero también una cuestión de valores.

Parece innegable que la irrupción de algunas tecnologías digitales generará una transformación de la actividad económica, ya sea por la forma de ejercer esas actividades, por la aparición de otras nuevas o por la sustitución de aquellas otras más tradicionales.

Un elemento característico de esta revolución tecnológica digital en la que estamos inmersos es que se trata de un proceso que permite abaratar en tiempo y en costes el acceso a la información y al conocimiento. Esto tiene un efecto directo especialmente sobre aquellas actividades productivas que se nutren más intensivamente de esos dos elementos. El artículo de Jorge Malfeito y Ana Medina explora cómo la transformación digital podría impactar en los sectores intensivos en conocimiento y su trabajo.

Primero, apunta los planteamientos teóricos asociados a este tipo de actividades y que las han hecho tan atractivas durante las últimas décadas, al considerarlas óptimas para favorecer el crecimiento económico sostenido y generar empleos de más calidad. En segundo lugar, se definen las actividades intensivas en conocimiento y se contextualizan en el entorno de transformación digital. En tercer lugar, los autores subrayan las implicaciones que el proceso puede tener para el empleo en estas actividades y apuestan por una transformación digital de la economía española apoyada en este tipo de sectores por ser más ventajosos. Finalmente, el artículo concluye señalando los desafíos y riesgos que podrán presentarse durante esa transición.

Evitar los vacíos regulatorios que puede generar la transición digital en ámbitos como el de las relaciones laborales resulta un aspecto esencial. El artículo de Bruno Estrada señala la importancia de este asunto y trata de marcar diferencias entre esta revolución digital y otras revoluciones industriales. En su opinión, la evolución del empleo y la productividad en esta ocasión son dos diferencias notables, ya que, con la digitalización, como se ha señalado anteriormente, no se está produciendo una destrucción neta de puestos de trabajo y se ha registrado un escaso crecimiento de la productividad agregada sustentada en la demanda y no en la oferta.

Su artículo también diferencia entre dos dimensiones de la digitalización: por un lado, la economía analógica, es decir las actividades productivas de bienes y servicios no digitales, y por otro, la economía digital, que serían aquellas otras actividades e innovaciones plenamente digitales. En la primera de las dimensiones, la digitalización ha de generar importantes transformaciones productivas en las empresas tradicionales, pero, si este proceso se realiza con la participación del Estado y de los sindicatos, los potenciales efectos negativos podrán minimizarse. En la segunda dimensión, la de la economía digital, el proceso ha sido mucho más disruptivo y el valor generado por este tipo de empresas ha ido a parar directamente a sus accionistas, en detrimento de los trabajadores.

El artículo concluye señalando los potenciales efectos que la digitalización de la actividad productiva puede tener sobre el crecimiento de la desigualdad y la desprotección de los trabajadores. En este contexto, toma mayor importancia, si cabe, el papel que ha de desempeñar el movimiento sindical como elemento determinante en la defensa de los derechos de los trabajadores.

Uno de los atractivos atribuido desde un principio a la digitalización ha sido el de su contribución a un hipotético incremento de la productividad. El artículo de José Carlos Díez trata de desentrañar esa relación entre digitalización y productividad. La revolución digital, a tenor de los resultados obtenidos hasta ahora, no parece que esté generando más productividad agregada. En potencias económicas como EE.UU., la UE o Corea del Sur, tanto la productividad por ocupado como por hora trabajada ha crecido escasamente en las últimas dos décadas.

¿Por qué, en un periodo de revolución digital como el actual, ese progreso tecnológico no se está traduciendo en un mayor crecimiento de la productividad por trabajador en el mundo? Los economistas plantean varias hipótesis al respecto, recogidas en el artículo, pero ninguna es concluyente. La evolución demográfica, con el progresivo envejecimiento de la población, especialmente de las economías más avanzadas, estaría detrás de la caída del PIB potencial y de la productividad en muchas de ellas. Otra explicación se sustenta en el grado de desarrollo tecnológico de partida de las economías, lo cual explicaría que en aquellos países desarrollados, que ya tenían un nivel alto de eficiencia y desarrollo tecnológico, les cueste más elevar su productividad marginal. Una tercera hipótesis explicativa se centra en cómo las innovaciones digitales han ayudado a mejorar la eficiencia y reducir costes salariales de muchas empresas tradicionales, pero no se ha traducido en un aumento de los márgenes, el empleo y los salarios, algo que sí ocurre en las empresas líderes digitales de Silicon Valley.

Son muchos quienes alertan de que la digitalización de la actividad productiva generará ganadores y perdedores en el proceso y puede originar o agrandar las brechas de género existentes, pero también quienes sostienen que este proceso de transición puede ser una oportunidad para hacer las cosas de un modo mejor y eliminar viejas asimetrías. El artículo de Luz de la Cal, Elena Martínez-Tola y Eduardo Bidaurratzaga analiza el sector de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) desde una perspectiva de género y evalúa cómo desde 1990 se viene reproduciendo una brecha de género en el sector, que viene a sumarse a la brecha salarial que ya sufrían las mujeres empleadas en él.

La escasa presencia de las mujeres en el sector no solo implicaría pérdidas de oportunidades de empleo y negocio para ellas, también supondría invisibilizar la perspectiva de la mujer en las prioridades, intereses y problemas que afectan a las TIC.

La perspectiva laboral del asunto nos lleva a un elemento recurrente y crucial del proceso de digitalización de la actividad productiva, que es saber si las máquinas van o no a sustituir fuerza de trabajo. Un análisis adecuado implica diferenciar claramente entre la sustitución de tareas y la sustitución del trabajador. Karina Gibert centra su artículo en un tema candente, la Inteligencia Artificial, y sostiene que será un elemento central del proceso de transformación digital que está experimentando la sociedad en todos los ámbitos de la vida, también el laboral. En opinión de los expertos, los tecnólogos y la propia autora, la Inteligencia Artificial se encuentra todavía en una etapa muy incipiente, lejos por tanto de convertirse en una herramienta capaz de sustituir íntegramente al humano en sus actividades laborales de alto nivel cognitivo. Por el contrario, aquellas tareas repetitivas y de bajo nivel cognitivo sí serán susceptibles de su completa automatización mediante Inteligencia Artificial.

El artículo señala dos posibles riesgos a los que habrá que estar atentos. En primer lugar, el enfoque de la transformación digital, que conviene distinguir de la mera digitalización, es decir, repensar los procesos y reconsiderarlos para el entorno digital. En segundo lugar, cómo las políticas de empresas priorizan las consecuencias de la Inteligencia Artificial en las organizaciones; es decir, si la tecnología va a usarse para reducir el número de empleos o por el contrario va a venir a complementar y facilitar el trabajo de los empleos existentes. Se trata por tanto de una disyuntiva entre sustituir la tarea o sustituir al trabajador, una decisión que toman las personas y no es atribuible a la existencia de la Inteligencia Artificial en sí misma.

Otra implicación de la tecnología digital sobre el mercado laboral está relacionada con la llamada gig economy. Olivia Blanchard firma un artículo en el que plantea las oportunidades y los retos que tiene esta nueva forma de organizar el trabajo. Se trata de una modalidad de negocio que se caracteriza por la utilización de aplicaciones móviles y la conexión a Internet de empresas que prestan servicios de muy diversa naturaleza a sus clientes. Para ello, utilizan a trabajadores o profesionales de forma esporádica o permanente, que prestan sus servicios sin tener la vinculación y presencia física tradicionales en el ámbito de la empresa.

En opinión de la Organización Internacional del Trabajo, uno de los cambios más importantes en materia laboral que se han producido en la última década es el desempeño del trabajo a través de plataformas digitales. Este proceso, iniciado en los EE.UU., se ha extendido rápidamente a otras regiones económicas y se estima que en pocos años habrá cerca de 43 millones de personas en todo el mundo trabajando de este modo. Es por tanto un fenómeno internacional, complejo y en constante evolución que supone un reto a las autoridades laborales y que las emplaza a conocer en profundidad el funcionamiento de estas plataformas digitales y el impacto sobre sus empleados y a formular las políticas públicas adecuadas que las regulen.

Como se viene planteando, el progreso tecnológico digital abre infinidad de alternativas en el modo de trabajar, generando nuevas fórmulas de trabajo o transformando las ya existentes. En este orden de cosas, Alfonso Arellano y Simón Sánchez-Moral dedican su artículo al análisis de una nueva forma de trabajar que se va abriendo paso en los últimos años, como es el teletrabajo, es decir, trabajar a distancia utilizando para ello, en exclusiva o prevalentemente, los medios informáticos y las telecomunicaciones. El artículo recoge una comparativa de esta modalidad de trabajo en España, que se centra en las principales provincias metropolitanas, prestando especial atención a la región de Madrid, usando para ello los microdatos de la Encuesta sobre Equipamientos y Usos de las Tecnologías de la Infor mación y la Comunicación en los Hogares, elaborada por el INE en el año 2021.

El teletrabajo es un fenómeno muy reciente que ha tomado impulso a raíz de la crisis pandémica de la Covid-19 y que, debido al confinamiento y al cierre de las actividades productivas no esenciales, encontró en esta fórmula una vía alternativa de mantener la actividad de los trabajadores sin moverse de sus hogares. Es un fenómeno también complejo, con múltiples aristas, al que se le pueden atribuir tanto ventajas como inconvenientes para las empresas y los trabajadores. El artículo concluye señalando que las potenciales oportunidades del teletrabajo dependen de las actividades productivas que se analicen y de las características sociodemográficas de los empleados afectados.

Por último, en la sección “El libro recomendado”, Antonio Ramírez de Arellano realiza una reseña sobre el informe elaborado recientemente por la influyente consultora McKinsey & Company, titulado “The Economic Potential of Generative AI: The Next Productivity Frontier”, en el que se especula con el potencial económico de la emergente Inteligencia Artificial Generativa y su potencial efecto sobre el crecimiento de la productividad a nivel global durante los próximos años.

En definitiva, entre los grandes desafíos a los que se enfrenta la sociedad actual se encuentra la transición digital. El progreso tecnológico no es condición suficiente para alcanzar la prosperidad del conjunto de la sociedad, y hay diversas maneras de abordar el proceso, con su consecuente impacto sobre el trabajo. Solo si se opta por una tecnología digital que complemente a los trabajadores y que mejore el bienestar de las personas, cubriendo todas las necesidades sociales, el desafío se habrá superado con éxito.