Varios

«fracasar mejor» según Jorge Riechmann

Dos fragmentos de «fracasar mejor» (Olifante, 2013) cuyas incógnitas siguen vigentes. El libro de Jorge Riechmann, profesor de Filosofía en la UAM y reconocido poeta, se situaba en la encrucijada del fracaso humano para tratar de ofrecer otra oportunidad de fracasar mejor.

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Cómo es posible

Un amigo me preguntaba cómo es posible que un sistema económico como el capitalismo, al que hay que atribuir un carácter cacotópico o distópico, tenga tantos partidarios en el mundo… Pero esa es una pregunta que requiere un programa de investigación multi- e interdisciplinar, más que una respuesta breve en una conversación amical o una tertulia. Ese programa debería interrogarse sobre los numerosos obstáculos que traban el funcionamiento de la frágil racionalidad humana, comenzando por una revisión de las teorías clásicas de la ideología y llegando hasta los últimos hallazgos de los psicólogos cognitivos y los neurocientíficos… Tendría que adentrarse en cuestiones generales, como la sociología de las public relations en las sociedades capitalistas avanzadas, y también analizar con gran detalle asuntos concretos, como la psicología y la economía del negacionismo climático… Tendría que revisar indagaciones de psicología profunda para tratar de entender cómo engranan las seducciones del sistema de la mercancía con la fracturada libido humana… Y no olvidar rasgos de la condición humana tan problemáticos como esa desdichada tendencia a gritar «viva quien vence» en demasiadas ocasiones.

Nos gustaría tanto tumbarnos a descansar… Pero no podemos ni debemos hacerlo. La pereza que nos hace seguir la corriente (descuidando así la tarea de autoconstruirnos, y construir una sociedad humana)*; y la indiferencia que nos cierra al sufrimiento del otro. Esas son las dos grandes faltas del anthropos, diría yo.

Socorro

Son niños. Infantes ordenando compraventas de acciones, planificando estrategias militares, meneando sus tabletas mientras compiten en videojuegos, subiendo a aviones, fantaseando con la humillación de una mujer, estudiando programación, bajando de aviones, subiendo a trenes de alta velocidad, viendo películas de batallas galácticas, ordenando una carga policial, bajando de trenes de alta velocidad, tratando de consumar un coito, ordenando una ejecución.  Son niños resueltos a no crecer. Llegan a ser adolescentes resueltos a no madurar. Estamos en sus manos. Hermana, dulce amiga, auxíliame.

Nada era inevitable

Quienes hubieran debido ver no miraron.
Quienes hubieran debido oír no escucharon.
Quienes hubieran debido recordar prefirieron distraerse.
Quienes hubieran debido precaverse se entregaron.
Quienes hubieran debido actuar permanecieron pasivos.
Quienes hubieran debido cooperar se blindaron a la indeferencia.
Nada de lo que iba a pasar y se veía venir era inevitable. Pero dejaron que ocurriera.


 

* Asunto delicado este de la pereza… Para que no se me echen encima los apóstoles de Paul Lafargue, a quienes no les faltan razones ni razón, discriminaré ayudándome de los primeros versos de La pereza de Augusto Ferrán, en 1871 (año de la Comuna de París): «Hay una pereza activa/ que mientras descansa peinsa,/ que calla porque se vence,/ que duerme pero que sueña…» (La soledad, Signatura Eds., Sevilla, 1998). Es la pereza inactiva la que yo censuro, no la activa y laboriosa.
Luis Cernuda increpaba a los «vientres sentados» en un poema de 1934 que empieza: «Con satisfacción/ Como quienes saben/ Como quienes tienen en su puño la verdad/ Bien apresada para que no escape/ Y con orgullo/ Como vigilantes de vosotros mismos/ Domináis a lo largo a lo ancho de la tierra/ Vosotros vientres sentados…» Bueno, se trataría de reconocer que los «vientres sentados» no son solo «ellos», sino que en «nosotros» siempre está dispuesta una pendiente que lleva a esos «Vientres sentados/ Vientres tendidos/ Vientres muertos».

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