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Alternativas sin la minoría opulenta

“Si las elecciones estuvieran abiertas a todo tipo de gentes, la propiedad de los terratenientes estaría insegura”. Esta frase no es de ningún dictador bananero, sino del principal forjador del sistema constitucional de EE.UU., James Madison. Madison fue el ideólogo de la Carta Magna norteamericana, que después sirvió como referencia para la Revolución Francesa y […]

23 marzo 2009

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“Si las elecciones estuvieran abiertas a todo tipo de gentes, la propiedad de los terratenientes estaría insegura”. Esta frase no es de ningún dictador bananero, sino del principal forjador del sistema constitucional de EE.UU., James Madison.

Madison fue el ideólogo de la Carta Magna norteamericana, que después sirvió como referencia para la Revolución Francesa y las posteriores revoluciones burguesas que dieron lugar a nuestras actuales democracias. Los estudiosos de la obra de Madison suelen mostrarse de acuerdo en que la Constitución americana sirvió, paradójicamente, de freno a la tendencia democrática de la época, en el sentido de abrir las instituciones a la participación popular directa.

El gobierno tiene la responsabilidad de proteger a la minoría opulenta frente a la mayoría, decía Madison. Y de inyectar a nuestros opulentos banqueros todo el dinero público que sea preciso, podría haber añadido actualmente. Para proteger a esta selecta clase privilegiada, el poder político debe estar en manos de la riqueza de la nación, defendía el teórico político. Es indudable que todos nuestros gobernantes, sean del partido que sean, proceden de los estamentos más privilegiados de la sociedad. Los dirigentes populares y socialistas podrán pelearse en el parlamento, pero a menudo son vecinos de la misma urbanización de lujo.

¿Existe de verdad la democracia? En el sentido madisoniano del término, por supuesto. Pero no queda tan claro si entendemos la democracia como un sistema político que garantice la participación ciudadana en los asuntos públicos. Esta participación se limita a votar cuando toca. En tiempo electoral, el pueblo es lo más importante, o eso dice la clase política. Después, nuestros delegados, esos que nos deberían representar, se olvidan del pueblo y se centran en sus iguales, la pequeña minoría opulenta que siempre decide. La minoría opulenta es la que fija los términos del debate público y la que determinan en todo momento de qué hay que hablar y en qué términos. Si Eisenhower habló en su momento del complejo militar industrial, también se puede hablar hoy día de la existencia del complejo político mediático. Esto está tan claro para la ciudadanía que es precisamente una de las principales causas de la crisis de los medios de comunicación tradicionales, aparte de internet.

La minoría opulenta financia a los grandes partidos, a menudo de forma corrupta, excluyendo otras opciones, que acaban siendo invisibles, y también decide de qué se debe hablar y cuáles son las posibles opciones dentro de cada cuestión, excluyendo otros enfoques posibles. Ahora está sucediendo con la crisis económica. Da igual que sea un partido o un medio de comunicación de derechas o de “izquierdas” –o lo que nos venden como izquierdas–, al final los análisis acaban siendo muy similares y la conclusión es básicamente la misma: no hay alternativa al sistema económico actual. Este es el nuevo dogma de fe, y nadie puede salirse de dicho marco si quiere aparecer en la tele.

Se dice que esta es una crisis financiera provocada por un exceso de avaricia de unos cuantos desaprensivos. Un análisis más profundo nos haría entender que la avaricia, o mejor dicho, la usura, es precisamente la seña de identidad del sistema financiero global. Resulta que el 95% del dinero en circulación es creado por los bancos a través de créditos sin una base de dinero real. Los Estados sólo crean un 5% del dinero, que es un producto prácticamente monopolizado por entidades financieras privadas. Por ejemplo, en la UE, los bancos sólo tienen que tener en reserva el 2% del dinero total. El resto está invertido y prestado, pero no hay nada real detrás de estas operaciones, ese dinero no existe materialmente, no está depositado en ningún lado. Es un contrato que tiene valor porque así se lo concede la sociedad. Todo el mundo sabe que si la gente fuera en masa a sacar el dinero de los bancos, éstos quebrarían porque no hay tanto dinero real como el que mueve su actividad; en realidad, repito, sólo hay un 2% de ese dinero en Europa, incluso menos, porque ciertos fondos están excluidos de este coeficiente de caja. Los bancos no tienen el dinero que nos prestan. Eso sí, los ciudadanos y ciudadanas que piden préstamos tienen que devolver a los bancos todo lo que han pedido más unos suculentos intereses. ¿No es esto usura, más teniendo en cuenta que los Estados tienen la capacidad legal de crear el dinero, y sin embargo dejan que sean los bancos, entidades privadas con afán de lucro, los que asuman esta tarea? Mayer Rothschild, miembro de la dinastía europea de banqueros más poderosa, dijo una frase reveladora: “dejadme emitir y controlar la creación del dinero de una nación y me dará igual quién haga las leyes”. Rothschild podría haber añadido que hay una excepción: sí podemos dejar emitir dinero a los Estados cuando los fondos vayan dirigido a salvar a los propios bancos a través de inyecciones de liquidez. La cuestión es pavorosamente sencilla: hay que proteger siempre a la minoría opulenta.

Tenemos un dinero que no existe, pero por el que los ciudadanos pagan intereses, y con el que se ha especulado invirtiendo masivamente en productos financieros de alto riesgo que han elevado hasta niveles completamente brutales la bola de dinero artificial existente. El alejamiento entre la economía financiera y la economía real es una de las principales causas de esta crisis. ¿Y cuál es la solución dada por la minoría opulenta, es decir, la clase política y empresarial? Pues inyectar más dinero al sistema y que el trabajo, es decir, la actividad de producir cosas reales y palpables, valga cada vez menos y sea todavía más precario si cabe. ¿No es una gran contradicción, cuando no una sublime estupidez? De la crisis no nos van a sacar los activos financieros, sino el trabajo de las personas, de la inmensa mayoría no opulenta, siempre tan prescindible para el poder.

Al pueblo no hay que protegerle. Al pueblo se le pide que arrime al hombro, mientras se le condena prácticamente a la exclusión social y a la pobreza y se le dice que tiene que seguir cediendo derechos laborales, esos derechos que costaron siglos de lucha obrera y muchos muertos. Tal vez haya llegado el momento de practicar la verdadera democracia y empezar a construir un mundo nuevo al margen de la minoría opulenta. Tenemos el talento de millones y millones de personas sin trabajo que piensan que su única manera de salir adelante es siendo empleadas por cuenta ajena por una empresa que además les explota por un sueldo miserable. A estos desempleados hay que unir a aquellas personas que, a pesar de trabajar, no ganan el suficiente dinero como para poner en marcha su propio proyecto vital. ¿De verdad que no es posible vivir mejor aprovechando el potencial de tanta gente? Tal vez sí haya alternativas. Ciertamente no son alternativas que gusten a la minoría opulenta, pero existen para su desgracia. Según CEPES, la patronal de las empresas de la economía social, este sector genera más de 2,5 millones de puestos de trabajo y supone el 10% del PIB. Estoy hablando de la autoorganización, de la formación de cooperativas y de pequeños mercados locales basados en la economía real y en la consolidación de redes de productores, distribuidores y consumidores responsables. La Red de Economía Alternativa y Solidaria (REAS), que tiene cada vez más miembros en todo el territorio nacional y que no deja de crecer, es un buen ejemplo de ello.

Les garantizo que la economía local y solidaria funciona, y funciona precisamente porque no puede meter sus garras la especulación, ni con los productos, porque se basa en la producción de bienes destinados a satisfacer necesidades reales, ni con las finanzas, gracias a que también existen las finanzas éticas: bancos y cooperativas de crédito controladas por la ciudadanía y que sólo destinan el dinero a negocios basados en la economía real. Sin duda que supone una gran noticia la existencia de empresas gestionadas por la ciudadanía, en las que cada uno puede desarrollar su propio potencial y a la vez ser una pieza esencial para que los demás también se autorrealicen. También es muy interesante que haya bancos y cooperativas de crédito controladas igualmente por la ciudadanía, como por ejemplo Coop 57 y Fiare.

Actualmente, el colectivo Crisis está trabajando en la creación y consolidación de estas redes ciudadanas que tal vez algún día nos permitan superar este estúpido sistema económico antropófago que está abocado a la destrucción. Crisis es un movimiento surgido tras la iniciativa de Enric Duran, el activista que posiblemente mejor ha puesto al descubierto las vergüenzas del capitalismo. Ahora está en la cárcel por “robar” 500.000 euros a los bancos usureros, dinero que ha empleado para poner en marcha un movimiento que cada vez es más fuerte porque da soluciones y porque esas soluciones parten precisamente de los ciudadanos y ciudadanas, que son los que están construyendo estas alternativas sin contar, qué gran pecado, con la minoría opulenta. Esta minoría sólo podrá mantenerse en el poder si sigue metiendo en la cárcel a todos los disidentes que luchamos por un mundo mejor y realmente libre. A esta minoría opulenta me dirijo directamente para plantearle una pregunta que tarde o temprano tendrá que responder: señores aristócratas, ¿van a tener cárceles para todos nosotros? El problema comenzará cuando nadie quiera seguir construyendo sus cárceles. ¡Libertad para Enric Duran!

Autor: Daniel Jiménez.

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