Consumo Responsable

Las canastas de verduras: de la militancia a una necesidad

Proyectos como Bajo el asfalto está la huerta o Surco a Surco evitan intermediarios, respetan la tierra y se organizan de manera horizontal. Un artículo de Guillermo Martínez en La Marea

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Evitar intermediarios, respetar la tierra, organizarse de manera horizontal. Estos tres preceptos son los pilares fundamentales de diferentes proyectos repartidos por la geografía española que buscan superar la lógica capitalista en algo tan básico como los productos de la huerta, claves en una alimentación sana.

Almudena Izquierdo tiene 66 años y es una de las fundadoras de Bajo el asfalto está la huerta (BAH), uno de los proyectos de consumo ecológico con mayor bagaje en Madrid, que lleva funcionando 25 años: “Una de las características que nos definen es que somos anticapitalistas e intentamos revertir las leyes del mercado”, apunta esta mujer jubilada.

Para poder pertenecer al grupo, cada persona debe pagar una cuota mensual de 70 euros, lo que le da derecho a recibir una cesta semanal, pero también está la opción de apoyar la iniciativa con tiempo. Diego Rivero, consumidor del BAH desde 2004, lo explica: “Sabemos que los euros son un equivalente a tiempo, así que hay gente que aporta trabajo en aspectos como la gestión para poder recibir su verdura ecológica”.

Este docente universitario echa la vista atrás para contar los inicios: “Todo esto nació en torno a 1999, cuando se ocuparon unas tierras con la idea de tener verdura agroecológica en Madrid, lo que era una utopía por aquel entonces”. El proyecto se fue desarrollando poco a poco, y aquel germen llegó a florecer gracias a la estructura horizontal que los propios integrantes se dieron para el colectivo. “Entre todos decidimos qué se va a sembrar y en qué cantidades teniendo en cuenta la cuota que tendremos que asumir para que esto sea viable y tengamos verdura en casa”, añade.

Para ello, se decantaron por trabajar en torno a una cooperativa en la que los agricultores forman parte de ella: “No somos una estructura productiva al uso porque ni utilizamos una gran extensión ni buscamos la rentabilidad de la huerta”, dice. Según Rivero, es como si cada uno tuviera una pequeña huertita en su casa, aun estando en una ciudad como Madrid. “Lo más potente de todo es que el proyecto es nuestro, la producción de lo que comemos es nuestra”, reitera.

Así pues, todas las semanas hay reparto en el BAH. Las cestas repletas de verdura de temporada llegan a diferentes enclaves de la capital para ser recogidas por sus consumidores. “En invierno hay menos, pero yo he recibido en la última calabazas, nabos, borraja, remolacha, acelgas… El mínimo son cinco productos por cesta, ya sea invierno o verano”, ilustra el consumidor del BAH.

¿Qué es lo que más ha cambiado en este cuarto de siglo de andadura? «La sociedad, más precarizada, en la que todo está más caro, lo que complica sostener proyectos de este tipo”. “El capitalismo ha arrasado con todo y algo básico como los alimentos son una mercancía más. Hay más gente ganando dinero al comprar y vender, haciendo de intermediarios y sacando rédito de algo que no producen, que quienes sí lo producen”, resume.

Trabajar la tierra desde el común

Si en el BAH todos son imprescindibles, Mariola Gutiérrez es contingente. Ella entró como cooperativista en 2018, en el grupo de reparto ubicado en Estrecho, también en Madrid capital. A partir de 2022, se convirtió en una de las pocas cooperativistas liberadas, es decir, aquellas que trabajan en la huerta, donde han llegado a ser cuatro personas. Día tras días, en Perales de Tajuña, Gutiérrez se esmera en cultivar de forma ecológica y sostenible lo que luego, unas 40 familias, cocinarán en sus casas.

Riojana llegada a Madrid para estudiar Ciencias Políticas y Filosofía, pronto se giró hacia el activismo climático y feminista: “Me iba a volver para Logroño porque Madrid no me gusta nada, y justo vi la convocatoria del BAH. Era mi oportunidad para tomarme en serio lo que realmente veía que quería hacer”, sostiene. En realidad, en el BAH encontró el modelo político y económico en el que se siente más tranquila. “Yo podría llevar una huerta a nivel individual, pero es mucho más enriquecedor así”, afirma.

La búsqueda de la soberanía alimentaria la empujó a investigar formas más allá del capitalismo: “Para mí, más allá de ir a manifestaciones, la alternativa real política y económica es, en lugar de comprar todos los días en un centro que explota a sus trabajadores y cuyos productos no respetan la naturaleza, consumir desde el BAH”, analiza esta joven de 25 años que cobra el salario mínimo interprofesional.

Desde su punto de vista, las reivindicaciones de las últimas semanas lideradas por los tractoristas no responden de manera fidedigna a la realidad de lo rural: “Los que se manifiestan no trabajan en la huerta. Estar subido a un tractor no cansa, ellos son terratenientes. Vox lo deja muy claro al hablar de campo, no de huerta, porque campo es monocultivo y una economía que sobrevive a base de subvenciones de la PAC que nunca llega para los pequeños campesinos”, denuncia.

Izquierdo, la fundadora del BAH, subraya que también se relacionan con otras cooperativas para tener productos del denominado segundo círculo, no tan perecederos. También experimentan: “Dependiendo de la gente que haya pasado por la huerta, han introducido productos que no estamos tan acostumbrados a tomar, como las borrajas, muy utilizadas hace tiempo”, ejemplifica. Esta activista que formó el BAH tras haber pasado por el movimiento antimilitarista, apenas tiene conocimiento de cómo se mueve el mercado de las verduras a nivel general. “Con el sabor de los tomates de la huerta, no lo necesito”, apuntilla.

Consumir en la horizontalidad, una militancia política

Por su parte, Belén Lantero integra Surco a Surco (SAS), un proyecto más o menos similar al BAH que también cosecha numerosos asociados y asociadas. “Desde que dieron una charla en La Piluca [un centro social en Madrid], nuestro punto de reparto, mi pareja y yo nos unimos al SAS”, dice esta ingeniera de caminos de 33 años. En su caso, participan con media cesta. Es decir, cada semana, esta pareja y otra persona se dividen los productos que les llegan. “El primer año fue algo duro porque nos metimos más por ideología que por otra cosa, porque no somos especiales fans de la verdura”, comenta.

El valle del Tiétar, en la comarca de Arenas de San Pedro, cerca de la sierra de Gredos, es el lugar en el que el SAS planta y recoge sus verduras. “Hay un grupo de trabajo con cinco agricultores, quienes nos van preguntando qué productos preferimos que planten para las nuevas campañas. Luego, cada lunes la recolectan, y los martes la reparten por diferentes puntos de recogida de Madrid”, explica esta integrante del SAS. Por el momento, producen en torno a 70 cestas semanales y la cuota está en 66 euros al mes.

Su funcionamiento también se rige por la horizontalidad. Diferentes comisiones soportan la cooperativa en aspectos como el económico, para los sueldos de los trabajadores, y el legal. “Por estar dentro de la cooperativa tenemos el compromiso de ir al menos dos veces al año a lo que llamamos los sábados verdes. Nos desplazamos a la huerta y ayudamos para algo específico para lo que se necesite más gente, como hacer un canal de riego o levantar un pequeño muro para evitar problemas con los jabalíes”, explica Lantero.

“Nosotras pagamos por un trabajo, no por un producto”, añade refiriéndose al espíritu que reina en el SAS. Ella, al igual que Izquierdo, hace tiempo que no se fija demasiado en los precios de las verduras en las superficies comerciales, aunque afirma que sí es rentable: “Para mí esto es una militancia. Estar dentro del SAS es de las mejores formas de reducir el gasto de agua y la utilización de invernaderos para producir cosecha que no es de temporada”, concluye.

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