Varios

¿Hay salidas a la crisis?

Esta vez al menos, en general, los grandes gestores del sistema vigente se han visto forzados a reconocer el carácter estructural, multidimensional, global y de larga duración de la crisis actual. Esta constatación, sus dramáticos efectos humanos y sociales, así como sus alarmantes componentes ecológicos y medioambientales les llevaron, de entrada, a tener que admitir […]

22 febrero 2011
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Esta vez al menos, en general, los grandes gestores del sistema vigente se han visto forzados a reconocer el carácter estructural, multidimensional, global y de larga duración de la crisis actual.

Esta constatación, sus dramáticos efectos humanos y sociales, así como sus alarmantes componentes ecológicos y medioambientales les llevaron, de entrada, a tener que admitir la necesidad de cambios profundos. Pero, pasado un tiempo y tras los costosos paquetes de medidas adoptadas, volvemos a encontrarnos con más de lo mismo. Nos han retrotraído al punto de partida y, socialmente, en peores condiciones todavía. Se ha instalado al ladrón en el centro de la casa y se le han dado las llaves para que no tenga que forzar puertas ni ventanas.

No es de extrañar que reconocidos y laureados expertos en la materia, con un mínimo sentido de honestidad con lo real y de dignidad personal, nos estén recordando la función a menudo eufemística del lenguaje sobre esta crisis, -que habría que denominar más bien la gran estafa-, y la frecuente naturaleza tramposa de las medidas adoptadas para afrontarla, -que bien podríamos calificar como el gran engaño-.

Se nos piden sacrificios ocultando a quién benefician y para reparar un roto del que no somos principales responsables. Se nos amenaza con el castigo de los mercados como si, detrás de ellos, no hubiera mercaderes con sus nombres y apellidos. Y se nos habla de tomar el buen camino sin poner en cuestión en virtud de qué norma o voluntad supremas el camino tomado sea el bueno. Nos parece que, en semejante contexto, la pregunta que da título a este escrito no sólo es pertinente, sino también relevante. Responderemos en tres pasos.

Consideramos básico, para empezar, el modo de afrontar el presente y de entender las salidas al mismo. Respecto a lo primero o la mirada al presente, anotamos tres apuntes. El primero tiene que ver con la insostenibilidad del sistema imperante: una insostenibilidad humana (millones de víctimas), social (desigualdad escandalosa y creciente), política (en contradicción con la democracia y los derechos humanos y de ciudadanía) y ecológica (por su acelerada destrucción de los recursos y del medio vital).

El segundo atañe a la economía, en sus diversas formas históricas, y a su tan legítima como distorsionada pretensión científica que la ha ido alejando de su propio ámbito humano y social, terreno y vital de pertenencia, con el señuelo de un ideal cognitivo tan exacto como el matemático y tan previsible y predecible como las leyes de la naturaleza. Pero la economía es una ciencia humana al servicio de la mejor administración y gestión de los recursos, y de la promoción de la cadena global de la vida en el Planeta.

Y el tercero concierne a nuestra responsabilidad. Estos tiempos posmodernos han arriado la bandera de la persona como sujeto del devenir histórico, convirtiendo así a ésta en una hoja zarandeada por el viento imperativo e ineluctable de la razón tecnocientífica y del mercado. Pero, desvinculada de lo humano y de la vida, la razón, ya se denomine científica o mercantil, ¿merece acaso tal nombre? Y respecto a lo segundo o nuestra manera de concebir las salidas, no echamos a volar la imaginación. Reconocemos la carencia de una alternativa acabada y global, y sabemos de su creciente complejidad. No ignoramos que todo futuro es y será siempre imperfecto y reversible. Y no se nos escapa que tan sólo contamos con propuestas sectoriales y parciales a sumar e integrar. Pero damos el nombre de salidas a todo intento que, desde los legítimos anhelos de la ciudadanía y contando con las potencialidades y los límites de la realidad, trata de encarar el presente de modo que se vaya abriendo camino a un futuro mejor para la inmensa mayoría.

Así entendidas las cosas, nosotros pensamos que sí hay salidas. Y no lo afirmamos tan sólo en virtud de la autoridad de infinidad de pensadores y agentes sociales críticos, que así lo proclaman. Lo decimos porque es nuestra convicción, que nos parece, por cierto, razonable, responsable, práctica y de futuro. Estamos, por eso, por la defensa del bien común, de lo público, del estado del bienestar, por más que apostemos por un bienestar más frugal y menos consumista que el actual.

Sostenemos la inaplazable necesidad mundial de que otra política defina y gobierne a otra economía; de que se acabe con el régimen de plena libertad del capital; de que el sistema financiero sea puesto al servicio de la producción de bienes y servicios. Apoyamos que se establezcan mecanismos de obligado cumplimiento de redistribución de la renta mundial; que se penalicen las ventajas competitivas sostenidas sobre el dumping sociolaboral. Defendemos gravar la especulación y limitar el beneficio. Reconocemos la legitimidad de la búsqueda del interés, pero de un interés que sea de algún modo socializable y universalizable. Apostamos por el restablecimiento del valor social y la progresividad de los impuestos. Creemos conveniente la elevación sustantiva del régimen de cobertura de las reservas bancarias, atajando así de raíz «el monopolista privilegio bancario que alimenta la deuda, engorda la actividad especulativa, obtiene ingentes beneficios y sustenta un poder que se impone a la política y la chantajea».

Apoyamos, en suma, los esfuerzos por un gran nuevo pacto verde y por una democracia económica que prime las necesidades, los intereses y derechos de las mayorías, así como su iniciativa y participación. No estamos ante sueños imposibles. Un sinfín de modestas realidades (soberanía alimentaria, consumo responsable, mercados sociales, comercio justo, empresas sociales solidarias, finanzas éticas, cultura libre) nos dicen que el cambio es posible y nos sirven de humildes pistas en el camino.

Pero lo alternativo, por parcial y limitado que sea, plantea sus condiciones y exigencias. Éstas son, al menos, de índole social, cultural, política y económica. Socialmente nos hallamos ante el reto de la construcción del sujeto del cambio, lo que conlleva el abordaje de las alianzas, del lugar de las capas medias en proceso de pauperización, de la correlación de fuerzas… Culturalmente urge la necesidad de avivar el sentido de ciudadanía y, más en general, de una cultura democrática comprometida con el bien común y la participación. Apremia, igualmente, una nueva cultura de nuestra relación con el medio y la promoción de otros estilos de vida más respetuosos con él y, a la postre, también más humanos. En esta óptica no olvidemos que el decrecimiento, como término, no deja de ser un eslogan provocador, una bomba semántica, un revulsivo oportuno. Políticamente se impone la necesidad de que los partidos vuelvan su mirada a la sociedad y se resitúen básicamente a sí mismos en función de ella. A fin de cuentas existen para recoger y tratar de hacer realidad los anhelos colectivos. Deberán superar para ello su pragmatismo cortoplacista, forzado en gran medida por una recurrente dinámica electoral y por una ambición de poder con frecuencia divorciada de sintonía con la sociedad. Y económicamente, para concluir, se precisa superar la nefasta concepción neoliberal de la economía, reconocer que también ella debe estar al servicio presente y futuro de lo humano y del medio en su integridad y universalidad, y aceptar que también ella se debe a valores y opciones fundamentales.

Firman este artículo: Por el Foro Iruña: Fernando Atxa, Iñaki Cabasés, Fermín Ciáurriz, Conchita Corera, Reyes Cortaire, Miguel Izu, Guillermo Múgica, Iosu Ostériz y Patxi Zabaleta.

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